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La era de los especialistas
La famosa frase del gran Sócrates: «Sólo sé que no sé nada», era todo menos falsa humildad. Sabía que sabía muchísimo más que los demás. Precisamente por eso sabía también cuánto le quedaba por saber. Comprendía que toda su sabiduría era sólo una diminuta partícula de lo que había que saber, mientras que la mayoría de sus sabios colegas eran unos «sabelotodo».
Hoy, veintitrés siglos más tarde, si bien continuamos no sabiendo «nada» en sentido socrático, sí sabemos lo suficiente para comprender que no existe ningún cerebro humano capaz de contener la suma de la sabiduría humana. Todavía en el siglo pasado, un hombre era capaz de dominar varios sectores de la ciencia. Hoy en día, ni siquiera uno sólo. Hay tantos investigadores trabajando y los resultados de sus investigaciones nos son transmitidos con tanta rapidez, que cada una de las ciencias ha de ser subdividida en gran número de subcategorías y lo que se obtiene son decisiones globales de todo un gremio de científicos. Vivimos en la era de los especialistas. Lo comprendemos enseguida, si observamos cómo se ha extinguido casi totalmente el tipo del «médico de cabecera». El hombre del dolor de tripas no es competente para el dolor de garganta. El hombre del dolor de cabeza no puede ayudarnos cuando tenemos una erupción. En la profesión de ingeniero la cosa es igualmente complicada.
En mecánica ya no podemos dar abasto. En América han llegado al punto de que para un tratamiento dental son necesarios tres odontólogos: uno que empasta y hace puentes, otro que extrae muelas y otro que limpia la dentadura.
La formación, el entrenamiento y sobre todo la experiencia profesional hacen que sepamos muchísimo de nuestra exclusivísima especialidad (suponiendo que seamos trabajadores y leamos a diario las revistas de la especialidad), que sepamos muy poco de los sectores relacionados, y prácticamente nada de todo lo demás; pero no en el sentido socrático, sino en el real.
Lo que nos falta —y cada vez nos faltará más— son los cerebros «universales», que sepan lo suficiente de todo para poder coordinar esos ejércitos de especialistas, y que se ocupen de que cada rama profesional no haga derivar su propia cosmovisión de su actividad. La mayoría de las profesiones son de tipo mecánico. Dios nos libre del paraíso de los técnicos y de su apoteosis: el supercerebro electrónico como guía de la humanidad...
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