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«¿Como te relacionas con la religión?»
Fausto, Parte I
«Déjeme en paz con la religión. Yo soy una persona decente. No mato, no robo, he ayudado a bastante gente. Creo ser mejor cristiano que muchas de esas personas que se postran de rodillas todos los domingos ante su Dios».
Lo primero que nos llama la atención en este tipo de personas, por cierto bastante numerosas, es que están muy satisfechas de sí mismas. Este hombre cumple. Nadie puede decir nada malo de él. Encontramos este tipo de hombre con bastante frecuencia en el Nuevo Testamento. Pero los fariseos además cumplían, por lo menos exteriormente, los preceptos de su religión.
Nuestro hombre no necesita religión. Lo único que importa es comportarse «decentemente». Pero además se llama a sí mismo cristiano, incluso mejor cristiano que muchos practicantes. Al parece considera la definición de cristiano como una especie de título honorífico, al que tienen derecho las personas decentes. Naturalmente no tiene ninguna posibilidad de compararse con los que se «postran de rodillas». Todo lo más, conoce a un par de ellos, como por ejemplo al señor Z, del que sabe que es un tacaño, y a la señora M, de la que sabe que le gusta chismorrear mucho y algunas veces bebe demasiado.
Por cierto, que la voz firme de convencido ha traído a colación exactamente los pecados que él no ha cometido, pero no los que desgraciadamente comete él mismo con frecuencia. No ha matado. ¿Por qué habría de hacerlo? No tiene ningún motivo y por tanto ninguna tentación para hacerlo. No ha robado. ¿Para qué, si tiene ingresos más que suficientes? ¿Cómo puede saber lo que haría si estuviese en la miseria, en la auténtica miseria, y se le presentase una ocasión de apropiarse las cinco mil pesetas que necesita tan desesperadamente? ¿Qué sabe del señor B, que realmente ha robado? ¿De su carácter, de su educación y sus circunstancias internas y externas? Es imposible saber lo que él habría hecho en las condiciones de B. Sólo Dios lo sabe.
Si, como asegura, fuera cristiano, sabría que él mismo es el peor hombre que conoce, pues sólo se conoce a sí mismo. Si fuera cristiano, sabría que lo primordial es su relación con Dios, y sólo en segundo lugar su relación con el prójimo: Primero Dios y luego todo lo demás.
Sin embargo, quien cumple el primero de los grandes mandamientos —amar a Dios—, tiene que cumplir también el segundo, el mandamiento de amar al prójimo. Es el mandamiento de Dios, ¿cómo podría negarle nada a su amado? Sólo así es posible amar al prójimo, aunque no nos parezca nada merecedor de nuestro amor. Amar a personas simpáticas y encantadoras no tiene ningún mérito, eso también lo sabe hacer el pagano.
Pero el amar a Dios es... religión. La palabra viene de «religare», volver a conectar, volver a ligar. Establecer de nuevo la relación, interrumpida, con Dios, por amor a Dios.
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