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Cerebros de segunda clase

Un cerebro de segunda clase es un cerebro bastante digno de consideración, es incluso un cerebro sobresaliente y con frecuencia brillante. El único motivo por el que no se le puede considerar de primera clase es que existen cerebros infinitamente mejores, tan mejores que no se los puede clasificar en la misma categoría.

Por ejemplo, George Bernhard Shaw es un cerebro brillante de segunda clase. Si quisiéramos clasificarlo en primera clase, entraría en la misma categoría que Sófocles, Shakespeare y Goethe y eso es una gran estupidez. Heráclito, Locke, Hume y Feuerbach no estaban en la misma clase que Platón, Aristóteles o Tomás de Aquino. Nosotros, que estamos en el valle, no siempre podemos reconocer claramente las alturas de esas cumbres del pensamiento humano.

Todas son personalidades guías del espíritu. Pero ya la palabra «guía» (Führer) nos recuerda lo mucho que depende de adonde nos guíen... Y precisamente aquí es donde los cerebros brillantes de segunda han causado muchísimo daño.

La primera pregunta que tenemos que plantearnos es: ¿Vivió ese hombre de acuerdo con sus propios preceptos y qué tal le fue? Después ¿Ha evolucionado su personalidad hacia un todo armónico? Y para esto lo primero es que haya sido capaz de superar el propio Yo. En uno de sus libros («The Polical What's What») escribe Shaw, que el motivo por el cual no podía creer en una inmortalidad personal, era que la idea de que «Shaw contemplara a Shaw eternamente» le resultaba espantosamente aburrida. Tiene razón, eso sería sin duda aburridísimo. Lo que no comprende es que en su concepto del más allá es Shaw el centro de todas las cosas... y no Dios.

El gran egocéntrico no pudo siquiera desprenderse de su Yo en su imagen del más allá, continuó viéndose como el centro de todas las cosas y de todos los acontecimientos. Pero suponiendo que sólo hubiese querido ser irónico (y en el caso de Shaw es difícil saberlo con seguridad, ni siquiera el propio Shaw), entonces su frase sería una prueba flagrante de irresponsabilidad total, como sucede con frecuencia entre los brillantes segundones, precisamente porque no han sido capaces de superar el propio Yo. En contraposición con muchos de ellos, los cerebros de primera clase fueron siempre creyentes.

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