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Pablo II
Personalidad, carrera eclesiástica y primera etapa del pontificado
Pedro Barbo nació en Venecia el 22 de febrero de 1417. Hijo de Nicolás Barbo y Polixena Condulmieri, hermana de Eugenio IV, rica familia de mercaderes, estaba llamado a seguir la empresa familiar, pero la influencia de su tío le inclinó a la carrera eclesiástica. Estudió artes y fue nombrado protonotario apostólico y arcediano de la catedral de Bolonia. En 1440 fue designado obispo de Cervia y cardenal diácono del título de Santa María la Nueva, que Nicolás V le cambiará en 1451 por el de San Marcos. Tuvo una gran influencia durante los pontificados de Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III, que le nombró obispo de Vicenza, para pasar en 1459 al de Padua, al que renunció al año siguiente. Las relaciones con Pío II fueron conflictivas, pero apenas se resintió su popularidad en la curia y en Roma. Muerto Pío II, fue elegido pontífice en el primer escrutinio del cónclave el 30 de agosto de 1464. Escogió el nombre de Paulo II, fue coronado el 16 de septiembre y tomó posesión de San Juan de Letrán con una ceremonia de gran fastuosidad.
Al inicio del cónclave todos los cardenales juraron una capitulación electoral por la que el futuro papa se comprometía a llevar a cabo la reforma de la Iglesia, convocando un concilio en el plazo de tres años. Paulo II, después de consultar a diferentes juristas, presentó al colegio cardenalicio un nuevo pacto que modificaba sustancialmente el anterior y que al final fue aceptado con no pocas resistencias.
Siguiendo el ejemplo de sus predecesores se dedicó, en primer lugar, a preparar la cruzada contra los turcos, aunque no consiguió reunir fuerzas suficientes para enfrentarse a las fuerzas de Mohamed II. Concedió una importante ayuda económica al rey de Hungría, último baluarte de la cristiandad, y al príncipe Skanderbert de Albania para la lucha contra el turco, pero con su muerte en enero de 1468 casi toda Albania cayó en manos de los turcos y la cristiandad se vio privada de uno de los principales paladines de la cruzada. El único que podría haber hecho frente a los turcos era el rey Jorge Podiebrady de Bohemia (1458-1471), pero, por sus simpatías hacia los husitas, Pío II abrió un proceso contra él y Paulo II le excomulgó y depuso del reino en 1466. Jorge de Bohemia apeló al concilio general y trató de ganar el apoyo del rey de Francia. El papa pidió al rey de Hungría, Matías Corvino (1458-1490), que declarase la guerra al bohemio y así lo hizo en 1468, aunque las armas fueron favorables a las tropas bohemias y Corvino tuvo que solicitar una tregua. La guerra se reanudó por voluntad de Paulo II y Matías Corvino se hizo proclamar rey de Bohemia; pero no por ello se solucionó el problema, pues las hostilidades continuaron con mayor dureza y se iniciaron negociaciones con Jorge Podiebrady, que murió el 22 de marzo de 1471 sin haber normalizado sus relaciones con Roma.
En las relaciones con Francia, Paulo II no consiguió ningún resultado positivo, pues Luis XI (1461-1483) utilizó la pragmática sanción de Bourges como un medio de presión y chantaje hacia el pontificado. Mejores fueron las relaciones con el emperador Federico III, que visitó Roma en 1468 para pedir al papa la convocatoria de un concilio en Constanza, aunque sin ningún resultado. En los últimos años de su vida Paulo II trató de acercar la Iglesia ortodoxa rusa a Roma favoreciendo el matrimonio entre Iván III, gran duque de Rusia (1462-1505), con la hija de Tomás Paleólogo, déspota del Peloponeso, que se había refugiado en Roma, donde murió en 1465.
La política italiana.
En la política italiana Paulo II se apoyó en Venecia, con la que tuvo algunos enfrentamientos violentos, y en Florencia, abandonando la tradicional alianza con Milán y Nápoles. La inestabilidad italiana se agravó con la muerte de Francisco Sforza en 1466, pues aunque le sucedió su hijo Galeazzo (1466-1476), se creó un nuevo problema de inseguridad en la compleja política italiana. Paulo II consiguió que el año 1470 se firmara una alianza entre los Estados italianos, con la intención de renovar la paz de Lodi, pero fue algo transitorio y su firma se hizo por la emoción que causó la caída de la isla veneciana de Eubea en poder de los turcos.
La tendencia absolutista del nuevo pontífice se manifestó particularmente en la política interna, afirmando la autoridad temporal de la Santa Sede en las relaciones con algunos feudatarios. En 1465 sometió a la familia Anguillara, que pretendía crear una señoría independiente, y se aseguró el control de un vasto territorio que más tarde se extendió al importante centro minero de alumbre de Tolfa. Menos fortuna tuvo con Malatesta, que controlaba Cesana y Rímini, pues si consiguió incorporar la primera ciudad al dominio pontificio, la segunda quedó en poder de Roberto Malatesta (1468-1482), apoyado por Milán, Florencia y Nápoles, aunque reconociéndose vasallo de la Santa Sede.
En Roma promovió la publicación de unas ordenanzas que regulasen las competencias, sobre todo en el ámbito jurídico, entre los administradores municipales y el gobernador pontificio. Estas medidas, orientadas a potenciar el poder municipal, se acompañaron de un importante programa urbanístico en torno al Capitolio, centro de la ciudad comunal, donde el papa había comenzado a construir en 1455, cuando todavía era cardenal, el impresionante palacio de San Marcos (hoy de Venecia), en el que residió de forma estable desde 1466 y reunió importantes colecciones de arte. Paulo II, amante de las fiestas y de las diversiones, se ganó el favor de los romanos con la potenciación de los carnavales, en los que por primera vez se permitió participar a los judíos. Por la bula ¡neffabilis providencia (1470) estableció el ciclo de los años jubilares cada 25 años y a partir de 1475 se ha observado este decreto sin interrupción, a excepción del año 1800 por las circunstancias políticas del momento.
Paulo II se atrajo la enemistad de los humanistas al reducir a su primitivo estado al colegio de los «abreviadores apostólicos», en el que trabajaban muchos humanistas, por los abusos simoníacos que allí se cometían, y al suprimir la Academia romana que dirigía Pomponio Leto (1428-1497). Su descontento lo manifestó Bartolomeo Platina {De vitis pontificum, Colonia, 1568), presentando a Paulo II como enemigo del arte y de la ciencia, afirmando que «los estudios eruditos de tal manera excitaban su odio y aborrecimiento, que a quienes los seguían los calificaba sin excepción de heréticos». La venganza de Platina contra el papa se vio satisfecha, pues el retrato negativo que trazó de Paulo II como de un bárbaro inculto ha condicionado hasta no hace mucho el juicio de los historiadores. Paulo II murió en Roma el 26 de julio de 1471, a los 53 años de edad, y fue sepultado en la basílica de San Pedro.
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