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Formar a los Sacerdotes en la Cultura Actual

Ahora que se va asentando la polvareda levantada con la reciente Instrucción sobre la Homosexualidad y Candidatura al Sacerdocio  de la Congregación para la Educación Católica, me gustaría subrayar tres puntos:

El primero es el contexto histórico y teológico.

El 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, la Iglesia conmemoró el cuarenta aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II - un concilio proyectado por Juan XXIII para preparar la Iglesia para lo que Juan Pablo II llamaría después "la primavera de la evangelización". Históricamente, debemos recordar que cada gran periodo en la Historia de la Iglesia ha conllevado una reforma del sacerdocio y de la vida consagrada. Teológicamente, podemos entender que no hay "reforma" de ninguna faceta de la vida de la Iglesia sin una referencia a la "forma": en este caso, la "forma" en cuestión es el sacerdocio entendido como un símbolo del sacerdocio eterno de Jesucristo. El sacerdocio eterno de Cristo, implica la relación conyugal de Cristo con su esposa, la Iglesia. Es esencial recordar esas verdades históricas y teológicas para leer correctamente la reciente Instrucción de Roma - que desde este punto de vista, hay que decir que es un documento reformador.

El segundo punto es el contexto cultural.

Vivir la castidad no es una tarea fácil en la cultura occidental contemporánea saturada de sexo. Es imposible caminar al supermercado, encender la televisión o el ordenador, o echar un vistazo en la librería sin ser bombardeado por imágenes sexuales de todo tipo imaginables. El reto de vivir la castidad en esas circunstancias es duro para cualquiera: soltero, casado, o célibe, o laico u ordenado. Esa es una razón importante de por qué las autoridades correspondientes de la Iglesia - pastores, directores diocesanos de vocaciones, autoridades del seminario, rectores de seminarios, superiores religiosos, y sobre todo, obispos - deben estar tan seguros como humanamente sea posible que un hombre es capaz de vivir la exigente vocación del amor casto del celibato antes de ser llamadas a las Santas Órdenes.

Esa responsabilidad no se puede delegar en psicólogos o psiquiatras. ¿Por qué?. Porque a fin de cuentas es un juicio de prudencia pastoral, no un juicio clínico. La evaluación clínica puede ser útil para formarse un buen juicio acerca de la capacidad de una persona para vivir el celibato en las actuales zonas de fuego cruzado. Pero la decisión última descansa en las autoridades pastorales de la Iglesia. Los hechos de Larga Cuaresma de 2002 fueron incuestionablemente claros, la responsabilidad no se puede eludir.

Los candidatos para el sacerdocio, ya sean diocesanos o religiosos, también tienen una responsabilidad en este tema, especialmente en las circunstancias culturales en las que se han propuesto servir. Cualquier candidato a la ordenación debe estar preparado y dispuesto a demostrar su capacidad de vivir el amor célibe previamente a que la Iglesia le ordene sacerdote. Ciertamente, la voluntad de hacerlo debería ser considerada un signo importante de si Dios llama a un hombre o no a la vocación sacerdotal, un verdadero discernimiento.

El tercer punto nos lleva al fondo del tema.

¿Marcará este documento alguna diferencia?. Esto es, ayudará a fomentar una genuina y duradera reforma del sacerdocio?. La tarea pertenece por entero a los obispos en el caso del clero diocesano. Los obispos deberían tomarse su tiempo y molestarse en conocer a fondo a sus seminaristas antes de la ordenación. Sería una injusticia gravísima si el primer encuentro verdadero con la persona que se va a ordenar ocurre el mismo día de la ordenación. En cuanto a las comunidades de vida religiosa consagrada, que parecen ser  hoy día el primer lugar (aunque no exclusivo) de deshonesta "cultura gay" clerical, ningún documento romano puede sustituir al valiente liderazgo de los superiores religiosos, bajo cuya autoridad han sido llamados a vivir "el más excelente camino" honrando la majestad de sus votos.

En la providencia de Dios, la Larga Cuaresma de 2002 no debe pasar sin sentido; era, retrospectivamente, una llamada a toda la Iglesia para la reforma de los ministros ordenados con la urgencia que nos proponía el Vaticano II. La reciente Instrucción es una respuesta a esa llamada, de debemos darle la bienvenida.

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