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Antonio Millán-Puelles Feliz síntesis entre intuición y rigor científico

Antonio Millán-Puelles dejó un recuerdo imborrable entre sus discípulos, en parte como resultado de su extraordinaria y fecunda vida intelectual. Escudriñó la verdad de las cosas y la propuso con claridad y esplendor. De la profunda admiración que despertó en uno de sus discípulos, nació esta semblanza.

Hablar del profesor Millán-Puelles es hablar de filosofía. Toda su vida se enmarcó en el ideal del sabio, el que busca y ama el saber, con la conciencia de no acabar nunca de poseerlo en plenitud. Podemos describir su personalidad como la de un hombre entregado por entero al trabajo filosófico. Desde que, en sus años de estudiante, la lectura de las Logische Untersuchungen (Investigaciones lógicas), de E. Husserl, le arrancara de sus estudios de Medicina, que sólo llegó a comenzar. Su biografía intelectual es la de quien ha tenido como meta permanente la búsqueda de la verdad y el servicio abnegado a ella.

Es difícil encontrar unidos el rigor característico del pensamiento de tradición alemana con la agudeza intuitiva de raíz latina. Millán-Puelles logra una feliz síntesis de estas dos fuentes de su propio filosofar. Su profunda disciplina de pensamiento -tenazmente forjada con el método escolástico- no le hacía perder la expresividad y viveza de sus raíces andaluzas.

Dedicó un esfuerzo exhaustivo al estudio de los clásicos del pensamiento occidental; su dominio del aristotelismo, el tomismo, la tradición kantiana y la fenomenológica -cuyos textos leía en la lengua original con perfecta soltura- encuentra difícil parangón entre sus contemporáneos. Pero también dedicó muchas horas a leer los clásicos de la literatura universal, en especial los del Siglo de Oro español. Su castellano tenía la gracia de la expresión afortunada, justa, tantas veces paradójica.

La consistencia de su discurso, la envergadura de sus planteamientos y la penetrante profundidad de sus obsevaciones componen, junto con la elegancia de su expresión, un trabajo filosófica y literariamente cabal. Quizá un paradigma sea su libro La estructura de la subjetividad (1967, publicado en italiano en 1973), obra conocida como una de las aportaciones más elaboradas de la Antropología fenomenológica contemporánea, al tiempo que escrita con un cuidadosísimo castellano. Por su libro La función social de los saberes liberales mereció el Premio Nacional de Literatura (Ensayo) en 1960. Ç

La claridad era un compromiso esencial en su esfuerzo intelectual. Sus escritos distan de la lucubración abstracta y esotérica que algunos casi instintivamente adscriben al trabajo filosófico. Nada más lejano a su estilo, franco y abierto, de tesis nítidas con un discurso bien ensamblado. En sus escritos, en las lecciones magistrales, e incluso en la conversación informal sobre cuestiones de pensamiento, el lector, oyente o interlocutor tenía siempre la impresión de estar ante quien no tiene nada que ocultar, y mucho menos algo que aparentar.

En su obra escrita, Millán-Puelles no se dejaba seducir por modas pasajeras. En ningún caso, la preocupación «del momento», marcó sus investigaciones aunque en ocasiones se ocupó de temas que efectivamente eran de actualidad, pero no por su momentaneidad sino por el interés especulativo que suscitaban dentro de su propio itinerario intelectual.

Huyó tanto del ensayismo fácil como del especialismo. No es posible abrir una página suya sin encontrar temas esenciales abordados con un estilo a veces verdaderamente ascético, con una preocupación por la exactitud que a menudo le obligaba a pulir la terminología hasta el escrúpulo, pese a suavizar los pasajes más densos con la proverbial elegancia de su expresión.

Nunca dejaba un cabo suelto a una ambigüedad o una mala interpretación. Mientras no aclaraba perfectamente una cuestión no pasaba a la siguiente. Pero la minuciosidad de su argumentación tampoco ocultaba la envergadura y trascendencia de los planteamientos esenciales, que veía en toda su perspectiva, sin prisas, con serenidad y eficacia, paso a paso.

Pensamiento y estilo filosófico de un realismo no simplista ni dogmático: abierto al diálogo con la tradición viva, al contraste con las eternas cuestiones del pensamiento occidental, y al enriquecimiento con otras posturas alternativas sin caer en un sincretismo irenista. Su convicción más neta: la riqueza de lo real, que se deja entender y al mismo tiempo se sustrae, invitando siempre a profundizar y ampliar la investigación.

BRIOSO ITINERARIO INTELECTUAL

Desde la elaboración de su tesis doctoral, acerca de la teoría del ente ideal en Nicolai Hartmann, comienza a desvelarse una inquietud filosófica que no le abandonará y que le llevará a profundizar en los problemas esenciales de la fenomenología: la elucidación del ser de la conciencia humana y de su peculiar fecundidad para fingir irrealidades.

En La estructura de la subjetividad, uno de sus trabajos más conocidos, desarrolla un penetrante análisis fenomenológico de la intencionalidad de los actos de la conciencia humana y recoge algunas aportaciones sustantivas de su pensamiento filosófico y antropológico.

Pero los logros más relevantes de su investigación en este terreno se contienen en su obra sin duda más acabada, la Teoría del objeto puro (1990, publicada también en inglés en Heidelberg por la Franck Verlag, en 1996). Se trata de un verdadero monumento del pensamiento contemporáneo.

A raíz de su planteamiento sobre la esencia y los modos de lo irreal, hacen acto de presencia en este libro las cuestiones más esenciales de la ontología y la teoría metafísica del conocimiento. De una manera completamente original, Millán-Puelles muestra, a través del análisis de la objetualidad formalmente considerada, el gran reto que tiene por delante la investigación metafísica.

Si se entiende bien la analogía del ente y la enorme plasticidad del objeto material de la Metafísica -la más perfecta concreción epistemológica de la sabiduría natural- se ve claro que deba prolongarse, para alcanzar su complexión teorética, en una teoría del objeto puro. El autor recoge lo esencial del debate histórico precedente, pero lo profundiza, para obtener una panorámica mayor. En este sentido, la confrontación con los puntos más relevantes de la Teoría del Objeto tal como aparece propuesta en A. von Meinong, ofrece también la perspectiva necesaria para advertir que la investigación metafísica sobre el ente trascendental sólo ha tenido hasta ahora un desarrollo incipiente. Precisamente el proyecto que actualmente tiene en curso es el desarrollo de una lógica del ente trascendental.

La defensa del realismo metafísico que se lleva a cabo en la Teoría del objeto puro reviste un vigor y solidez que no se debe tanto a la refutación del idealismo -sin duda una de las más serias que se han propuesto- como al esfuerzo de fundamentación desde una perspectiva completamente original. Dicho esfuerzo también dio resultado en el terreno de la filosofía moral con la publicación de La libre afirmación de nuestro ser. Una fundamentación de la ética realista (1994) y Ética y realismo (1996). El realismo práctico aquí propuesto ha de manifestarse en una ética cuyas normas sean practicables, por tener rigurosamente en cuenta al ser humano y sus inclinaciones naturales.

Frente a la visión de Nietzsche, la ética, precisamente por arraigar en una profunda y clara intelección de lo más humano del hombre, ha de estribar en una facilitación de su existencia, no en un conjunto de prescripciones delirantes que alienan al hombre de lo más genuino que hay en él.

Millán-Puelles muestra que el deber es una exigencia absoluta en cuanto a su forma, mientras que por su materia o contenido es relativo, ya al ser específico del hombre, ya a su ser individual y circunstanciado. Esta relatividad esencial de los deberes no puede interpretarse como un relativismo frente a lo que significa deber. La pregunta por el significado genérico del «deber» ha de llevarnos, si hablamos de ética, a la pregunta por «lo debido» en cada caso. Pero ambas cuestiones no son reductibles. En confundirlas estriba una de las especies de la llamada «falacia naturalista». Por el contrario, deducir el deber a partir del ser natural humano -que es lo que muchas veces se entiende como falacia naturalista- no sólo no es falaz sino estrictamente necesario para formular una ética realista, bien entendido que la realidad humana no se reduce a su mera facticidad.

Así, el realismo ético no se caracteriza tanto por rebajar la exigencia de lo que en cada caso significa estar obligado a algo -que siempre tiene un sentido absoluto- sino por establecer cada deber concreto en relación con el ser y la circunstancia humana. El autor critica con la misma fuerza, tanto el relativismo como el dogmatismo apriorístico del puro «deber por el deber». La variada circunstancia en que se desenvuelve el ser humano hace necesaria la relatividad -plasticidad, flexibilidad- de los deberes también a la situación.

Una ética realista, por tanto, ha de atender a la situación particular en que se encuentra el sujeto moral. Nada más lejos de ella que pretender uniformar la conducta humana. (E imposible calificar de realista semejante pretensión). Se trata, de una aportación llena de claridad, muy de agradecer ante la confusión del debate sobre la fundamentación de la moral.

Las cuestiones relativas a la Antropología filosófica forman uno de los núcleos de mayor interés del pensamiento de Millán-Puelles. En Economía y libertad (1974), uno de sus trabajos más elaborados, destaca una cuidadosa fenomenología de las necesidades humanas. Sobre el hombre y la sociedad (1976) recoge una antología de textos acerca de cuestiones de pensamiento antropológico y social; son pequeñas monografías y artículos periodísticos (durante una larga temporada frecuentó el autor la Tercera página de ABC). Destaca un pequeño y lúcido ensayo sobre la fundamentación teocéntrica de la dignidad de la persona humana. Otros versan sobre la naturaleza y la libertad, el historicismo y el relativismo, la libertad religiosa, la dignidad de la mujer, etcétera.

Su teoría de los modos de la libertad humana, que desarrolla en El valor de la libertad (1995), es una aportación sustantiva de su pensamiento. Bien pudiera, con Terencio, proclamar aquello de nihil humani a me alienum puto, pues nada hay más humano que la libertad. Un trabajo que no pretende una postiza neutralidad con un tema tan apasionante para el hombre de nuestros días. El autor consigue la mínima distancia crítica para hablar con seriedad, algo muy necesario en un asunto que tiende a seguir las modas antes que la razón. Este libro resulta esperanzador en tiempos en que la retórica y la buena apariencia es lo que realmente importa a la mayoría y en que la sofística vuelve a campar por sus respetos.

El interés por la verdad (1997) se estructura en dos partes -conocer la verdad y darla a conocer-acompañadas de una serie de consideraciones acerca de los aspectos éticos, del interés cognoscitivo y comunicativo. Aborda el autor asuntos como el valor de la teoría, la refutación del utilitarismo, la inteligibilidad de lo real, el relativismo y el escepticismo.

Su Lógica de los conceptos metafísicos es un trabajo muy detallado acerca de las propiedades de las nociones extracategoriales, en el que destaca un minucioso análisis del régimen lógico de los conceptos trascendentales. Aunque ya lo tenía avanzado, su salud le impidió terminar un libro sobre la inmortalidad del alma.

PROFESOR CLARO, PROFUNDO Y CON HUMOR

Una semblanza de la personalidad filosófica de don Antonio Millán-Puelles exige hablar de su trabajo docente. Además de ejercer la docencia, varios de sus libros tienen una intención explícitamente didáctica: Fundamentos de Filosofía, es el mejor y más conocido manual en castellano, con el que se han formado varias generaciones de filósofos y humanistas hispanos. Alcanzó la duodécima edición.

La formación de la personalidad humana, (cinco ediciones), recoge las principales aportaciones del autor en Filosofía de la Educación y el Léxico Filosófico (1984), instrumento utilísimo para sistematizar el saber filosófico de raíz más especulativa y gran auxiliar para los profesores de bachillerato.

Quienes tuvimos la suerte de recibir de viva voz su magisterio sabemos de su buen hacer y humanidad, de su estilo a la vez brillante para la materia y modesto para su propia persona, del alto nivel de exigencia que a sí mismo se imponía, por respeto a la filosofía y a los estudiantes, del cuidadoso empeño en buscar la claridad y suscitar la atención por lo verdaderamente interesante, recurriendo en ocasiones a una fina ironía y a su bien acendrado sentido del humor.

Era asiduo a ciertos recursos retóricos como los juegos de palabras, en los que gastaba un ingenio muy notable, pero sin hacer nunca concesiones que rebajaran la dignidad del trabajo docente.

Nunca quiso simplificar la filosofía. En su carrera docente, su esfuerzo no consistía en rebajarla para ponerla al alcance de los estudiantes, sino en habilitarlos para que llegaran a entenderla en profundidad. Fuera de la Universidad, en conferencias, coloquios, etcétera, y cuando no se dirigía a un público especialmente versado en estas cuestiones, los temas filosóficos adquirían un atractivo e interés capaz de entusiasmar a cualquiera.

La clave de su peculiar estilo docente, es la perfecta combinación entre claridad y profundidad. Con toda justicia le son aplicables sus propias palabras: «El dicho, no escasamente difundido, según el cual se dedican a la enseñanza quienes realmente no sirven para otra cosa, no tiene por fundamento ningún dato objetivo, y su origen debe buscarse únicamente en la lógica propia del utilitarismo» (El interés por la verdad).

Lo que de su personalidad más destacaba en clase era su entusiasmo por la filosofía y su coherencia de vida. Todos los que conocieron a don Antonio saben bien de su honradez intelectual, y quienes hemos frecuentado sus lecciones no hemos visto en él una sola concesión a un planteamiento extraño al interés por la verdad. Es patente, además, que vivía lo que decía y que se hacía cargo plenamente de todas las consecuencias, tanto teoréticas como prácticas, de los planteamientos que defendía.

No son estas palabras un elogio gratuito sino un sincero y creo que justísimo homenaje a quien, para mí, ha encarnado mejor, entre todos los filósofos que he conocido, los grandes ideales socráticos que dieron lugar al surgimiento del pensamiento en Occidente.

Perfil biográfico

Antonio Millán Puelles nació en Alcalá de los Gazules (Cádiz) en 1921.

Estudió Filosofía en Sevilla y Madrid y obtuvo Premio Extraordinario de licenciatura y doctorado.

Ganó una Cátedra de Bachillerato y a los 30 años fue Catedrático numerario de la Universidad Complutense de Madrid, con docencia en Fundamentos de Filosofía, Historia de los Sistemas Filosóficos y Filosofía de la Educación.

En 1976 pasó a Catedrático de Metafísica en la misma Universidad y Director del Departamento de Filosofía Fundamental de la antigua Facultad de Filosofía y Letras.

Fue Gastprofessor durante un semestre en una Universidad alemana (Mainz), Profesor Extraordinario de la Universidad de Navarra, Profesor visitante en la Universidad Panamericana (México), en la Universidad de Los Andes (Chile) y, durante una larga temporada, Profesor de Metafísica y Filosofía de la Naturaleza en la Universidad de Cuyo (Mendoza), por lo cual se le reconocieron servicios diplomáticos en la República Argentina (1953).

En 1960 recibió el Premio Nacional de Literatura (Ensayo), en 1966 el Premio Juan March de Investigación Filosófica, en 1976 el Premio Nacional de Investigación Filosófica y en 1996 el Premio Alétheia, concedido por la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein. Se le concedió también la Gran Cruz al Mérito Civil y la de Alfonso X el Sabio.

Desde 1974 era académico de número de la Real de Ciencias Morales y Políticas. Fue Consejero del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Consejero Privado de D. Juan de Borbón, Miembro Honorario de las Universidades Argentinas, Socio de Honor de la Sociedad Mexicana de Filosofía, Consejero Cultural de la Fundación General Mediterránea, miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Internacional de Fenomenología y Presidente de la Sociedad Española de Fenomenología, Patrono del Museo del Prado, Profesor de la Escuela Diplomática y Colaborador cultural de la Limmat Stiftung de Zürich (Suiza) y del Lindenthal Institut de Köln (Alemania). Publicó 20 libros, un centenar de artículos y monografías científicas, prólogos y traducciones. Sus trabajos y colaboraciones periodísticas superan el medio centenar.

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