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Releyendo la historia moderna

En su encuentro navideño con la curia romana sobre las verdaderas o falsas interpretaciones del Vaticano II, el papa Benedicto XVI se preguntó por qué la Iglesia había tenido tantas dificultades en mantener un diálogo abierto con la "edad moderna". Sus respuestas fueron provocadoras - trataron, con gran profundidad, sobre algunas cuentas pendientes con la historia moderna.

"Catolicismo y modernidad" tuvieron un mal comienzo, sugirió el papa, cuando el proceso a Galileo abrió fisuras entre la Iglesia y las ciencias naturales. El intento filosófico de Inmanuel Kant de definir la "religión dentro de la pura razón" pareció eliminar cualquier noción de la Divina Revelación con la que la Iglesia se justificaba. La brecha más dramátical legó después de 1789, cuando la Revolución Francesa propuso - e impuso sangrientamente - la "imagen del Estado y del hombre que prácticamente no quería conceder espacio alguno a la Iglesia y a la fe.". El liberalismo sin ningún rincón para Dios no era un liberalismo con el que la Iglesia pudiese coexistir. Y ¿cómo podría haber diálogo con la ciencia cuando la misma ciencia "pretendían abarcar con sus conocimientos toda la realidad hasta sus confines, proponiéndose tercamente hacer superflua la "hipótesis Dios"? Las ideas y políticas europeas llevaron a una reacción bajo Pío IX, que Benedicto denominó "ásperas y radicales condenas de ese espíritu de la edad moderna.". En ese contexto, las circulares de Pío IX no eran tan "drásticas" como el rechazo de la Cristiandad por parte de los que se sentían representantes del espíritu de "la edad moderna".

Sin embargo existían otras líneas de trabajo en la modernidad que con el tiempo afloraron. Nos quedamos con la larga cita de Benedicto:

"La gente se daba cuenta de que la revolución americana había ofrecido un modelo de Estado moderno diverso del que fomentaban las tendencias radicales surgidas en la segunda fase de la revolución francesa. Las ciencias naturales comenzaban a reflexionar, cada vez más claramente, sobre su propio límite, impuesto por su mismo método que, aunque realizaba cosas grandiosas, no era capaz de comprender la totalidad de la realidad.

Así, ambas partes comenzaron a abrirse progresivamente la una a la otra. En el período entre las dos guerras mundiales, y más aún después de la segunda guerra mundial, hombres de Estado católicos habían demostrado que puede existir un Estado moderno laico, que no es neutro con respecto a los valores, sino que vive tomando de las grandes fuentes éticas abiertas por el cristianismo.

La doctrina social católica, que se fue desarrollando progresivamente, se había convertido en un modelo importante entre el liberalismo radical y la teoría marxista del Estado. Las ciencias naturales, que sin reservas hacían profesión de su método, en el que Dios no tenía acceso, se daban cuenta cada vez con mayor claridad de que este método no abarcaba la totalidad de la realidad y, por tanto, abrían de nuevo las puertas a Dios, sabiendo que la realidad es más grande que el método naturalista y que lo que ese método puede abarcar."

Merece la pena detenernos en varios puntos de este lúcido análisis:

  1. La dureza de la confrontación del siglo XIX entre catolicismo y "modernidad" fue, se puede decir así, bilateral. Las poderosas fuerzas culturales y políticas europeas se fijaron como objetivo la erradicación de la Cristiandad o al menos el sometimiento a un estado todopoderoso. Como Benedicto reconoce, el lenguaje de Pío IX era el lenguaje de la condenación, pero había, en verdad, bastantes cosas que necesitaban ser condenadas (tal como aclaró Owen Chadwick, historiador anglicano, en A History of the Popes 1830-1914 y también otro intelectual británico, Michael Burleigh, que lo subrayará en su próximo libro: Earthly Powers: The Clash of Religion and Politics in Europe from the French Revolution to the Great War).
  2. La revolución americana, que separó institucionalmente la Iglesia y estado al afirmar los orígenes trascendentes de las "verdades" sobre las que se basa la sociedad democrática, fue una cuestión totalmente diferente de su contraparte francesa. De este modo "1776" ayudó a impulsar el desarrollo de la doctrina que a la larga llevaría a la Declaración sobre la Libertad Religiosa del Vaticano II (un aspecto que no sólo debe ser ponderado por los lefebristas, si no también por los articulistas de Communio que están convencidos que América, en el fondo, es un república mal fundamentada.
  3. El Catolicismo y la ciencia pueden tener un diálogo mutuamente beneficioso cuando la Iglesia recuerda que no se le ha perdido nada en la geología y la ciencia recuerda que el método científico no puede medir, y mucho menos dar cuenta de, todo lo que existe; cuestión, pienso yo, que es el punto central del tema de la actual embate en las guerras de Darwin.

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