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Un papa «erótico»

Que un Papa hable del eros y califique de «erótico» el amor de Dios es sin duda una revolución. Ese hombre pequeño de tamaño y grande en inteligencia que es Joseph Ratzinger ha sorprendido con su primera encíclica, «Deus Caritas Est». Para el tipo normal, el de la calle, lo que los humanos hacen en la cama o aquello con lo que sueñan cuando ven una mu­jer o un hombre hermosos, nada tiene que ver con la Iglesia, que es concebida desde la Ilustración como una institución castrante. En apenas cincuenta páginas Be­nedicto XVI pulveriza este prejuicio a partir de una pre­gunta: «El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno. El filósofo ex­presó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, convierte en amargo lo más hermoso de la vida. Pero, ¿es realmen­te así?, ¿el cristianismo ha destruido verdaderamente el eros?». La respuesta del Santo Padre es contundente: «Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como una herencia meramente ani­mal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad».

El texto aborda después una duda muy contemporánea: ¿Exis­te una posibilidad de que el amor no degenere en trai­ción, en abuso, en aburrimiento mortal? El Papa pro­pone aquí el camino del cristianismo: «El hombre no puede dar únicamente, también debe recibir (...) para llegar a ser fuente, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente», y enfila aquí la conmovedora descripción del Dios judeocristiano: «La potencia divina a la cual Aristóteles, en la cumbre de la filosofía griega, trató de llegar a través de la reflexión, es ciertamente objeto de deseo y amor por parte de to­do ser, pero ella misma no necesita nada y no ama, só­lo es amada. El Dios único en el que cree Israel, sin em­bargo, ama personalmente. Su amor, además, es un amor de predilección: entre todos los pueblos, Él esco­ge a Israel y lo ama (...) y este amor suyo puede ser ca­lificado sin duda como eros (...) los profetas Oseas y Ezequiel han descrito esta pasión de Dios por su pue­blo con imágenes eróticas audaces (...) Es a la vez una amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia (...) El Logos -la razón primordial- es al mismo tiempo un amante con toda la pasión del verdadero amor». Impo­sible desgranar aquí toda la belleza de esta encíclica, sólo añadir que Benedicto XVI ha sabido hacer peda­gogía de aquella profecía de Juan Pablo II: «El acto de amor conyugal acerca a la comprensión del misterio mismo de la Trinidad».

Una esperanza para un mundo donde el sexo, tan atractivo, se ha convertido en carna­za; donde una de cada dos parejas se deshace y donde el hombre ha perdido la sencilla esperanza de amar y ser amado para siempre.

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