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Interpretación correcta del Concilio

Todos los años, unos días antes o después de Navidad, el Papa mantiene un encuentro con los miembros más antiguos de la Curia Romana para hacer un balance del año que termina y una previsión del que comienza. En 1987, Juan Pablo II utilizó esta ocasión para promocionar su personal teología mariana de la Iglesia, contó a la asamblea de prelados (la mayoría de los cuales se consideran trabajando en el epicentro de la cristiandad) que el seguimiento de María es "más...fundamental" en la Iglesia que la autoridad de Pedro, aunque ambos son esenciales. Uno puede imaginar la sorpresa de alguno de los presentes.

El pasado 22 de diciembre, el Papa Benedicto XVI utilizó el encuentro anual con la Curia para dar a sus colaboradores, y por supuesto a la Iglesia entera, una idea clara de cómo asimilar las últimas cuatro décadas de la historia de la Iglesia - con grandes implicaciones en cómo pretende dirigir la Iglesia en el futuro. ¿Por qué ha tenido el Vaticano II (que concluyó hace ahora cuarenta años) tantas dificultades en su recepción?, preguntó el Papa. ¿Por qué un Concilio pensado para renovar el dinamismo evangélico en el umbral del tercer milenio ha generado por el contrario décadas de peleas agotadoras y confrontación?.

De acuerdo a la historiografía convencional, el Vaticano II fue una batalla entre (buenos) "progresistas" y (malvados) "conservadores" en la que los primeros ganaron la batalla del Concilio pero que sufrieron un retroceso durante el (comprometido pero reaccionario) pontificado de Juan Pablo II. El cual, por descontado, profería tonterías. Las fuerzas radicalmente anti-modernas durante y después del Vaticano II, identificadas con el arzobispo francés Marcel Lefebvre, eran y son actores secundarios. La verdadera lucha en el Concilio, y también desde entonces, la han protagonizado dos grupos reformistas.

Uno de estos grupos reformistas vio el Concilio como brusca interrupción con el pasado católico, y especialmente y sobretodo al rechazo del modernismo que encontramos en los pontificados del XIX de Gregorio XVI y Pío IX. El segundo grupo de reformistas, que acometía una renovación de la vida cristiana que se enraizaba en las mismas fuentes cristianas de la Biblia y los Padres de la Iglesia del primer milenio, para enlazar con la modernidad en un distintivo modo católico, vió el Vaticano II como el cumplimiento de las tendencias reformistas de la iglesia en estado larvario desde hacía décadas más que una ruptura con el pasado. El primer grupo de reformistas estaba entusiasmado, incluso excesivamente, en su abrazo a la cultura contemporánea; el segundo grupo quería que el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno se desarrollase en "una calle de doble sentido". El primer grupo parecía ampliamente despreocupado con las tendencias auto-destructivas de la cultura occidental en el final de la década de los sesenta; el segundo grupo veía esta erupción de nihilismo y relativismo como un serio aviso, tanto para la Iglesia como para el mundo moderno.

En su mensaje a la Curia del 22 de diciembre, el Papa Benedicto subrayó la pertenencia a este segundo grupo de reformistas y su convicción de que esta línea de interpretación del Vaticano II reflejaba mejor las intenciones de Juan XXIII al convocarlo y de Pablo VI al concluirlo exitosamente. Una interpretación del Vaticano II según el modelo de "la discontinuidad y la ruptura", decía el Papa, no es una auténtica, más áun es una falsa, lectura del Concilio de "la reforma" en continuidad con "las ensañanzas de Jesús [y] los primeros mártires de la Iglesia".

Aquellos que concocen a Joseph Ratzinger - de un modo distinto a la caricatura creada por sus crítcos y transmitido por los medios - habrían esperado precisamente esta pensada y cuidadosa corrección del guión convencional. Pero encontrarlo diciendo estas cosas, como Papa y en el orden del día del año de la Iglesia Romana, era importante.

Ahora comienza la parte más dura: cómo el Papa Benedicto XVI "translada" sus convicciones acerca del significado y las intenciones del Vaticano II en una reforma de la curia y una reforma del proceso de elección de los obispos, a fin de que el liderazgo de la Iglesia, en Roma y en el mundo, sea entendido como una auténtica reforma, no "ruptura" y no como un típico tema clerical?

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