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Especies en peligro

Hace poco estaba sentado en una silla de lona en una calle de la aldea de Stogursey, pintando una acuarela de su magnífica iglesia de San Andrés. Originalmente un edificio benedictino del 1100, tiene una forma extraña y desconcertante por tratarse de una iglesia parroquial inglesa, y el juego de luces y sombras en sus paredes blancas es tentador para el artista. Anteriormente la había pintado dos veces, pero en esta ocasión había un cielo plateado y una límpida luz solar que añadían una nota de gran sutileza. Lo estaba haciendo espléndidamente y casi había terminado cuando de repente el primer plano se llenó de vida. Un cazador con chaqueta roja, en un noble caballo marrón, llevaba una jauría de sabuesos a hacer ejercicio. La belleza de esos perros -con sus tonos grises, blancos y pardos- me dejó sin aliento. Tengo suficiente talento como dibujante como para sentir la frustración de no tener más: en ese instante lamenté carecer de la destreza de un Stubbs, un Ben Marshall o un Munnings para añadir este grupo a mi dibujo en los pocos segundos que tardarían en perderse de vista.

Mi segunda reflexión fue más sombría: si los laboristas se salen con la suya, estas escenas desaparecerán para siempre de la vida aldeana inglesa. Todos los aldeanos habían salido a mirar el desfile de los sabuesos: este sencillo placer, que yo compartía, les sería negado. Pero creo que podríamos perder algo más. Mi casa está a poca distancia de Stogursey, en las laderas de las colinas de Quantock. A cien metros hay un bosquecillo cuyos árboles se mecen sobre los enmarañados arbustos que pueblan una pequeña y antigua cantera, abandonada hace siglos. Es refugio de zorros, cuyas idas y venidas yo observo desde nuestra terraza, a veces con pris máticos de campaña, a menudo a simple vista, pues persiguen conejos hasta el linde de nuestro jardín y a veces hasta su interior. Actualmente hay cinco, presididos por una matriarca de esbelta belleza, con una mancha blanca en la enorme cola.

¿Sobrevivirán esas criaturas a la prohibición de la cacería? No lo sé. Hay un sinfín de zorros en el distrito y muchas manadas de sabuesos. Los sabuesos matan gran cantidad, pero es una competencia de habilidad donde los zorros inteligentes sobreviven. Había un enorme y astuto zorro, de pelaje anaranjado y brillante, que también vivía en el bosquecillo. Lo habían perseguido muchas veces, y se había burlado de los cazadores. Desapareció hace dos años, fuera de temporada, y sin duda murió en su guarida, cargado de años y de rencor. Sospecho que la zorra también morirá de vejez -es mucho más astuta que los sabuesos- pero no sé qué sucederá con sus cachorros. Uno me parece particularmente estúpido. Quizá los cazadores lo liquiden este invierno. Por supuesto, cuanto más astuto sea el zorro, más corderos, pollos o patos cazará. Los granjeros mantienen un sistema de control que mejora continuamente la inteligencia de los zorros, porque la mayoría de ellos cazan y sienten pasión por ese deporte. Pero si prohiben la caza, echarán mano de sus escopetas, y el arma de fuego es una gran igualadora contra la cual la inteligencia no es defensa. Yo podría haber abatido al viejo zorro anaranjado muchas veces, y este verano eliminado a los cinco que viven en el bosquecillo, sin dificultad y sin alejarme de la terraza.

Nunca he cazado y hace muchas décadas que no le disparo a un animal. Hoy día soy reacio a matar aun a una mosca molesta -hay un milagro de Dios y de la naturaleza en su complejo y eficiente cuerpo, cuando se estudia de cerca- y hago tres advertencias públicas. Los deportes sangrientos no me interesan pero, como historiador, puedo aceptar la paradoja de que la cacería controlada vaya de la mano con la supervivencia de la especie. Si queremos zorros, para observarlos y deleitarnos, debemos tener cacería.

La misma paradoja se aplica al venado rojo, orgullo y belleza de los Quantock. Son animales admirables, mucho más grandes que los que veo en las Highlands de Escocia. La vida es más fácil, el invierno menos crudo. No obstante, sólo han sobrevivido porque Somerset y Devon constituyen la única comarca de Inglaterra donde siempre hubo cacería de venados. Como la caza del zorro, tiene el efecto de unir a los granjeros detrás de un sistema de control único, uno de cuyos propósitos es mejorar la manada. Un estudio reciente demuestra que nuestros venados de Quantock se encuentran en buen estado de salud, y que su número está creciendo; se calcula que hoy hay ochocientos en nuestras colinas. Los veo constantemente, sobre todo en otoño e invierno. No hay vista más arrebatadora que una larga hilera de venados rojos perfilados contra el horizonte en una melancólica mañana de diciembre. Si la cacería desaparece, quedarán algunos zorros, pero me temo que perderemos a nuestros venados. Son monstruosamente destructivos. Las cercas no sirven para detenerlos y cuestan mucho dinero. Muchos granjeros ya están al borde de la bancarrota, así que exterminarán a los venados como una plaga. Más aún, una vez que desaparezca la caza y se cierren los vigilantes ojos de este sistema de control comunitario, entrarán en escena los cazadores furtivos de las ciudades. Ya están activos.

Ningún tema separa más la ciudad del campo que la cacería. Recientemente un cantante pop que se hizo multimillonario llenando el aire con lo que para mí y para muchos otros son ruidos espantosos, compró un terreno en esta parte del mundo, pagando un elevado precio, para impedir la cacería del venado. Se cuenta que su esposa tiene venados como mascotas. Pero en Devon y Somerset los venados rojos no son mascotas, sino animales salvajes que viven la vida de libertad y peligro para la cual los diseñó la naturaleza, lo cual han hecho durante milenios. Hace muchos siglos que su supervivencia está íntimamente relacionada con la vida de los cazadores y granjeros que comparten con ellos nuestras magníficas colinas, brezales y bosques. Los ideólogos urbanos atacan esta delicada urdimbre de historia y costumbres con su ignorancia, su altanería y su dinero. Sí, y con su impúdico tono de superioridad moral. La última persona de la Tierra a quien prestaría oídos en asuntos morales esa un cantante pop, que para mí es un símbolo de barbarie metropolitana. Más aún, si juntaran gente para cazarlos, sentiría la tentación de enlistarme. Dada la situación, dudo que tales individuos, por ricos que sean, puedan destruir la caza: está demasiado arraigada en la comunidad. Pero un gobierno laborista urbano, con todo el poder de un estatuto parlamentario, es harina de otro costal.

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