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Siniestras serpientes del viejo Nilo

Una fotografía publicada esta semana muestra turistas japoneses afrontando un gélido vendaval para visitar la Acrópolis. También ha nevado en Jordania. El este del Mediterráneo y sus alrededores han tenido uno de los inviernos más fríos que se hayan registrado. Este mes un gran viento barrió El Cairo, matando personas y levantando una inmensa tormenta de polvo. Sentimos el efecto muchos kilómetros Nilo arriba, donde estábamos paseando, presenciando ponientes carmesíes de insólita intensidad. El viento también era frío, pero no me molestaba, pues me disgusta más el calor. Viajar despacio en barco por el Nilo es uno de los placeres humanos más voluptuosos, y me gusta sentarme en cubierta, bien abrigado, haciendo bocetos para acuarelas mientras pasan las orillas con sus garcetas, camellos, asnos, minaretes y labriegos vistosamente ataviados de lila y heliotropo, mandarina y rojo.

Olvidemos las versiones de que el bajo nivel del Nilo vuelve imposible los viajes. Tampoco es cierto, como aseguraba un artículo del Times, que "la promoción masiva de los viajes exóticos ha convertido el Nilo en algo tan burdamente desagradable como el atasco de tráfico de Boulter's Lock". Claro que hay dificultades, y las empresas que administran estos cruceros deberían ser sinceras con los viajeros. Pero el Nilo siempre ha planteado problemas, como descubrieron Kitchener y otros. Los ingleses construyeron esclusas, y hasta las balsas tienen dificultades para cruzarlas cuando no hay agua suficiente. Nuestra embarcación estuvo en apuros en la esclusa de Nag' Hammadi, y en un punto pareció encallar, pero al fin salimos del atolladero. En Egipto, como en Irlanda, las actividades arriesgadas siempre atraen a mucha gente ociosa que brinda generosos consejos que nadie ha pedido. Tuve tiempo para pintar a un grupo de estos expertos mientras nos miraban desde la orilla.

Egipto es, o debería ser, el símbolo máximo de la continuidad, pues en ciertos sentidos las cosas no han cambiado mucho desde el cuarto milenio antes de Cristo, cuando comienza nuestro conocimiento pormenorizado. Este país rechaza al innnovador que no lo comprende. Cuando el joven faraón Amenhotep IV adoptó el nombre de Akhenaton y realizó una revolución religiosa, se topó con el glacial desafecto del establishment tebano, así que se recluyó con sus seguidores en un espantoso lugar de río abajo, hoy llamado Amarna, y allí vivieron todos en una especie de campo de concentración. Me imagino a Akhenaton como un seudointelectual con la cabeza llena de ideas confusas, un poco como el príncipe Carlos, pero con más fuerza de voluntad.

Mientras él vivía, su principal escultor, Tuthmosis, hizo buen negocio, pues sin duda un miembro de la clase dominante de Amarna debía tener la cabeza del rey bien exhibida en su villa, tal como hoy se encuentran imágenes del presidente Mubarak en un sinfín de hogares humildes. Cuando murió Akhenaton, el régimen se desmoronó, Tuthmosis desapareció y hombres con martillos despedazaron sus imágenes del rey, que se encontraron entre los escombros de su estudio miles de años después, junto con invendibles modelos de las cabezas de los dignatarios de Amarna. Un modelo de la reina Nefertiti quedó en un anaquel. El anaquel se derrumbó siglos después y la cabeza cayó en una blanda pila de lodo, y así se preservó, con la pérdida de un ojo. Ahora está en Berlín, recordándonos el destino de los que tratan de cambiar Egipto.

Los actuales problemas del Nilo se deben en parte a otro revolucionario atolondrado, Gamal Abdel Nasser. Pertenecía a esa peligrosa clase de políticos que son buenos para las relaciones públicas y no sirven para nada más. Los ingleses habían tratado el Nilo con respeto. Sus esclusas, que no cambiaban esencialmente el sistema de inundaciones anuales, terminaban en la represa de Asuán, construida en 1898-1902 y luego ampliada dos veces.

Nasser no estaba contento con esto y en cuanto subió al poder anunció que construiría una enorme represa nueva que dominaría el río y transformaría el país. Como los ingleses y americanos se negaron a financiarla, Nasser nacionalizó el Canal de Suez y sometió a su pueblo a una ruinosa guerra. Fueron los rusos quienes construyeron y pagaron la Represa Alta. Como ahora estamos aprendiendo, tienen muchos y desastrosos antecedentes en el intento de mejorar la naturaleza con proyectos ampulosos.

Domar el Nilo de esta brutal manera trae ciertas ventajas. Suministra gran cantidad de electricidad y -teóricamente- agua donde y cuando se necesita. Se dice que se han reclamado dos millones de acres o se han irrigado perennemente. Por otra parte, la Represa Alta ha creado una vasta y meandrosa extensión llamada Lago Nasser, que no sólo ha incrementado las precipitaciones pluviales sino la humedad del Egipto meridional, volviendo insoportable el verano. El lago ofrece una cálida hospitalidad a mosquitos portadores de malaria y babosas que propagan la esquistosomiasis, esa maldición de Egipto. El rico sedimento que la inundación anual del Nilo antes esparcía sobre sus fértiles orillas y fue clave de la prosperidad del país durante la mayor parte de su historia -como señaló Herodoto, el labriego egipcio tenía la vida fácil- ahora reposa en el fondo del lago, y allí hubo un siniestro aumento de salinidad. Privados de su fertilizante natural, los granjeros usan costosos fertilizantes químicos que, entre otros efectos laterales perniciosos, han producido un tremendo crecimiento de las malezas que desfiguran el río.

La represa ha obligado a las autoridades a desplazar, a inmenso costo, algunos monumentos del antiguo Egipto, sobre todo el espectacular templo de Ramsés I en Abu Simbel. Pero otros están cubiertos por las aguas y nunca se verán de nuevo. Más aún, el agua se filtra desde el lago y aparece en lugares indeseados, erosionando y destruyendo otras preciosas reliquias del pasado. Las imprevisibles consecuencias de la soberbia de Nasser parecen interminables y quizás el futuro nos depare más sorpresas desagradables.

Lejos de dejarse disuadir por historias acerca de barcos atascados, la gente que nunca ha visto el Nilo y sus incomparables tesoros debería ir cuanto antes, mientras todavía existen.

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