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¿Valquirias cabalgando sobre Jerusalén?
Es fácil comprender a los israelíes que no quieren que se interprete la música de Wagner en su país. Wagner era un hombre sumamente desagradable y una de sus características más nefastas era su venenoso antisemitismo. No era sólo el antisemitismo vulgar de sus tiempos, sino que era profundo e ideológico, y estaba entrelazado con toda su visión de la música, sobre todo la suya. También estaba teñida por el temor, nunca desmentido, de que él mismo fuera judío. Durante su época radical, Wagner, como Marx (cinco años menor que él) fue muy influido por los jóvenes hegelianos como Bruno Bauer, que culpaba a los judíos de muchos males de este mundo. Marx publicó su tratado antisemita La cuestión judía en 1843-44, y cinco años después Wagner lo siguió con su ensayo El judaismo en la música, argumentando que los judíos estaban emponzoñando la cultura musical tal como Marx sostenía que estaban emponzoñando la sociedad en su conjunto. Wagner llegó a la conclusión de que los judíos (y la música) sólo podían redimirse renunciando a su judaismo, haciéndose eco de la conclusión de Marx: "La emancipación social de los judíos es la emancipación de la sociedad respecto del judaismo".
Estos dos malignos hombres pensaban que al denunciar el fundamento judío de la sociedad burguesa podrían provocar cambios radicales. Marx expandió su teoría antisemita en su teoría general del capitalismo, un proceso terminado en 1848, cuando publicó su Manifiesto comunista. En el siguiente enero, Wagner comenzó a trabajar en el guión para una ópera de cinco actos, Jesús von Nazareth, donde presentaba a Jesús como un revolucionario social que predicaba que la propiedad es un delito contra natura, y así planteaba una amenaza a la rica aristocracia sacerdotal judía, que lo mandó aniquilar. Este proyecto no prosperó y con el tiempo Wagner se apartó del radicalismo, pero su antisemitismo, en todo caso, se intensificó. En 1869, al parecer en protesta porque Bismarck había emancipado a los judíos prusianos, Wagner volvió a publicar su ensayo sobre los judíos y la música. Una década después, en un ensayo titulado Modern, ensanchó su ataque para afirmar que los judíos dominaban la cultura alemana y robaban su patrimonio cultural, incluido el idioma. Estos y otros escritos de Wagner contribuyeron a formar la opinión pública alemana del siglo veinte, sobre todo en la República de Weimar, donde el presunto "robo" y "envenenamiento" de la cultura racial de Alemania influyó para convertir a los alemanes de clase media a formas apocalípticas del antisemitismo y luego del hitlerismo. Wagner declaró: «Considero la raza judía como el enemigo nato de la humanidad pura y de todo lo que hay de noble en ella; es seguro que los alemanes pereceremos ante ellos, y quizá yo sea el último alemán que sabe erguirse como hombre amante del arte contra el judaismo que ya se está apropiando de todo». Este mensaje era muy parecido al de Hitler: en cierta medida lo generó, pues Hitler fue profundamente inspirado por la música y el pensamiento de Wagner.
Extrañamente, aunque el antisemitismo de Wagner era conocido universalmente -impregnó su vida entera-, varios músicos judíos distinguidos se relacionaban con él. Entre ellos estaban Joseph Rubinstein, Cari Tausig, Heinrich Porges y, sobre todo Hermann Levi, quien dirigió la primera representación de la gran ópera "cristiana" de Wagner, Parsifal. Estos hombres se rebajaron ante ese tiranuelo, quien los explotó sin piedad, sobre todo a Levi. Pero Wagner explotaba a todo el mundo. Tal vez más sorprendente, y menos conocido, sea el hecho de que Theodor Herzl, el fundador del sionismo moderno, y por tanto el progenitor de Israel, era un apasionado admirador de la música de Wagner. En realidad oía frecuentemente a Wagner en la ópera mientras escribía su gran obra Der Judenstaat, y sostuvo que lo inspiró: «Sólo en las noches en que no tocaban Wagner yo tenía dudas sobre la corrección de mi idea». El histriónico Herzl trazó complejos planes para las magníficas ceremonias que acompañarían la fundación del Estado sionista, incluida la "coronación de su gobernante electo o dux", que sería un Rothschild. La música de Wagner cumpliría un papel importante en esos festejos.
Creo que Herzl tenía el enfoque atinado: tratar el antisemitismo de Wagner como expresión de la parte vil e irredenta de la naturaleza del hombre, y su música como algo aparte, un ejemplo del modo en que la divina providencia dota aun a los malvados con un genio que los trasciende. He argumentado en mi libro Intelectuales, que no podemos separar del todo la vida privada de la obra pública de los escritores, sobre todo de aquellos que hacen propuestas para transformar la naturaleza y condición de la humanidad: la debilidad de conducta se suele reflejar en la debilidad de los argumentos, siendo Marx un ejemplo sobresaliente. En ocasiones encontramos lo mismo en un pintor: existe, por ejemplo, una visible vena de crueldad en algunas obras de Ribera, y su vida violenta y rufianesca nos da una pista de ello. Pero en general un pintor y sus lienzos se pueden separar, y en música, un arte tan abstracto, parece posible distinguir netamente la personalidad del compositor. La mezquindad, la estrechez mental, las mentiras y los engaños de Beethoven no encuentran eco en su música. En Wagner, a pesar de la intensa germanidad de sus temas, el aspecto antisemita no aparece. A veces se argumenta que un par de sus villanos son arquetipos antisemitas. Tal vez lo sean, pero no al extremo de que semejante interpretación no pueda eliminarse de la producción.
También es significativo que el antisemitismo no aparezca en su obra más sacramental, Parsifal. Es como si, cuando el genio de Wagner está en la cúspide, su antisemitismo por ello mismo quedara sepultado. Eso argumentaría yo. La música de Wagner puede inspirar toda clase de emociones, a menudo contradictorias. Sin duda, puede degenerar y corromper, como todas las grandes obras de arte. Pero también puede ennoblecer, y al final esa es su característica más notable. En síntesis, podríamos decir que Wagner es un compositor de alto riesgo. Pero los riesgos constituyen un elemento necesario en el mantenimiento de la civilización. Israel mismo es un enorme riesgo, una gran aventura, emprendida por hombres y mujeres que comprometieron sus ideales, su visión, y sobre todo su confort y seguridad. Y hasta ahora el riesgo ha demostrado valer la pena. Escuchar a Wagner es otro pequeño riesgo que Israel y su valiente pueblo deberían saber aceptar con entereza.
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