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No seamos esclavos del fraude

El Sunday Times menciona que en África existe un movimiento para presionar a Gran Bretaña y otras naciones blancas avanzadas para pagar "reparaciones" por la esclavitud, cancelando la deuda de 163 mil millones de dólares del África del Subsahara. Puede haber muchas buenas razones para cancelar deudas que los Estados africanos han contraído desde la independencia, pero el tema no se debe mezclar con la esclavitud. La esclavitud y el tráfico de esclavos no fueron instituciones creadas por el capitalismo blanco. Son tan antiguas como la sociedad humana. Por lo que se ha descubierto, la esclavitud siempre había existido en el África negra. Era el método habitual para reclutar mano de obra para las minas de oro, las minas de hierro y las haciendas. Los trabajadores especializados, como los herreros, solían ser esclavos. También se usaban esclavos para transportar mercancías en el comercio de larga distancia y como moneda universal en las transacciones comerciales. Cuando llegaron los europeos para crear el tráfico de esclavos transatlántico, fueron bienvenidos por la mayoría de los jefes africanos, para quienes la exportación de esclavos era una bonificación que coronaba otros aspectos benéficos del sistema de esclavitud. Les resultaba muy provechoso, sobre todo para adquirir armas de fuego, y cuando tiempo después Gran Bretaña encabezó la campaña internacional contra el tráfico de esclavos, los jefes fueron muy reacios a abandonarlo. Cuando Gran Bretaña y Estados Unidos instalaron colonias de libertos, repatriados desde las Américas -Sierra Leona en 1808 y Liberia en 1819-, tuvieron que defenderlas con cañones y barricadas de los reyezuelos locales, que acertadamente las veían como una amenaza para sus ganancias. Los descendientes de estos jefes esclavistas todavía ocupan un papel destacado en la política africana.

Lo cierto es que, si las fechorías de los antepasados se pueden legar a la progenie, como el pecado original, todas las sociedades tienen su herencia de culpa en relación con la esclavitud. Pero la de Gran Bretaña debería ser más leve, dado su historial redentor. Es verdad que los apetitos e intereses británicos fueron importantes en la construcción de la esclavitud internacional como una enorme fuerza comercial. En el siglo dieciocho, nuestro consumo per cápita de azúcar era el más alto del mundo y los propietarios de fincas en las Indias Occidentales, que tenían miles de esclavos, eran las personas más ricas de Gran Bretaña. Nuestros buques transportaban una gran proporción de los 11.500.000 negros que cruzaban el Atlántico, y el ascenso y prosperidad de Liverpool se debió en gran parte a las ganancias del tráfico de esclavos.

Por otra parte, es válido argumentar que, sin Gran Bretaña, la esclavitud institucionalizada todavía existiría en la mayor parte del mundo. Aunque el gobierno revolucionario francés fue el primero en condenar rotundamente la esclavitud y en proclamar derechos universales al margen de la raza, los franceses hicieron poco para poner en práctica sus ideas y luego renegaron de ellas; los ingleses lograron mucho más en la promoción de estos objetivos. El gran humanitario Thomas Clarkson (1760-1846), que influyó tanto como Wilberforce en la supresión del tráfico de esclavos, presenta en su historia del movimiento abolicionista una importante lista de autores británicos que se opusieron a la esclavitud, y abarcan desde Aphra Behn, Defoe, Pope, Shenstone y Savage hasta James Thomson y el doctor Johnson. El doctor Johnson no perdía oportunidad de condenar la esclavitud y escandalizó a los catedráticos en un banquete de Oxford brindando por "el éxito de la próxima revuelta de los negros en las Indias Occidentales".

A fines del siglo dieciocho, el boicoteo de productos producidos con mano de obra esclava era una actividad favorita de las clases parlanchínas inglesas. En 1797, cuando Coleridge estaba con Wordsworth y su hermana Dorothy en West Somerset, los tres endulzaban su té o su café de la manera políticamente correcta, es decir, con miel y no con azúcar. Pero algunos parlanchines negaban también la corrección política del té y del café. Cobbett rogaba a los lectores del Examiner que usaran trigo tostado como sustituto del café. El Black Dwarf' urgía al público a hacer té con heno, y café con una mezcla de habichuelas tostadas y mostaza. Para entonces la esclavitud ya era ilegal en Gran Bretaña. El 22 de junio de 1772 fue una fecha importante en la historia mundial cuando, en el caso de Somerset, el lord presidente del tribunal supremo, Mansfield, dictaminó que la esclavitud era inadmisible bajo la ley consuetudinaria, pues era "tan aborrecible que sólo podría respaldarla el derecho positivo". La resolución abarcaba Gales e Irlanda además de Inglaterra, y los escoceses se plegaron en 1778.

No fuimos el primer país en declarar ilegal el tráfico de esclavos. Ese honor pertenece a Dinamarca, que lo prohibió en 1802, cinco años antes que Wilberforce lograra que aprobasen la ley de abolición, pero fuimos los primeros y por muchos años el único país que la aplicó con severas penas y vigorosa acción internacional. Tuvimos que sobornar a países como España y Portugal, y amenazar a otros, como Francia, Brasil y Holanda, para que nos imitaran y lo declarasen ilegal. El logro de un renuente consenso internacional en este tema era un objetivo primordial de la política exterior de Castlereagh, porque en esta época la campaña contra la esclavitud se había convertido en la causa de todo el pueblo británico. Como él declaró: «El país está empecinado en esto. Creo que no existe una aldea que no se haya reunido para presentar una petición al respecto». La supresión real del tráfico fue en gran medida obra de la Royal Navy. Generaciones de marinos británicos que sentían pasión por el asunto arriesgaron la vida para arrestar a los esclavistas que mantenían el tráfico en marcha. La eliminación del tráfico de esclavos fue el mayor y más duradero triunfo de la diplomacia de las cañoneras de Gran Bretaña.

El papel de Gran Bretaña, significativamente, fue reconocido en aquellos tiempos por el primer supremacista negro, el patriota haitiano Pompee Valentín de Vastey. Escribiendo a principios del siglo diecinueve, argumentó que la historia cultural se había enseñado con parcialidad blanca, y que África era la "verdadera cuna de las ciencias y las artes". Tarde o temprano, "quinientos millones de hombres negros, amarillos y cobrizos" reclamarían "los derechos y privilegios que han recibido del autor de la naturaleza". Pero admitía que la "noble y generosa Inglaterra" había sido "la principal potencia de Europa que se interesó activamente en nuestro destino", y los negros serían "sumamente ingratos e injustos si alguna vez dejaran de dar las gracias al pueblo y al gobierno de Inglaterra". Vastey también previo que Gran Bretaña cumpliría una misión civilizadora en África, bajo una política colonial esclarecida. Lo que no previo fue que abandonaríamos esa misión demasiado pronto, y entregaríamos los pueblos africanos a una generación de políticos y soldados negros profesionales, que los han expoliado y explotado tan salvajemente como los viejos jefes esclavistas. Estos son los hombres que han reducido la mayor parte del África negra a la mendicidad y la inseguridad, pidiendo préstamos millonarios que han robado o derrochado. Es fraudulento culpar a Occidente, y sobre todo a los ingleses, por los males de África.

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