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Lexicógrafo, perdona a esos clérigos menores

¿En qué obra aparecen estas frases finales? "Murió de erisipela en la cabeza, contraída al asistir a un mitin político." "Siempre fue excéntrico, y una noche durante la cena su comportamiento fue tan extraño que un huésped intervino. Fue encerrado en Northwood, Surrey, y murió sin descendencia." "Después de viajar en vano al extranjero con esperanza de alivio, murió soltero." Sí, exacto. El tono es inconfundible: el Dictionary of National Biography. Fue Geoffrey Madan, ese anticuario moderno, perpetuo explorador de estos tomos, quien localizó estas gemas. Madan, como todos los eruditos, se habría deleitado con la noticia de que el DNB será revisado, y también temería, como yo, que con la limpieza se eliminen algunos detalles pintorescos.

He convivido con el DNB durante medio siglo. Lo usé en la escuela y, por supuesto, en Oxford. A los veinte años compré, a bajo precio, los sesenta y tres volúmenes de la edición original, 1882-1900. Más tarde, siendo más rico, adquirí los veintidós volúmenes azules de la recensión de 1908-9. Aún más tarde, me deshice de ellas para adquirir el compacto de dos volúmenes, para ahorrar espacio en mis anaqueles, aunque he conservado y añadido todos los volúmenes suplementarios. El compacto es inestimable pero tiene sus limitaciones. Consultarlo durante mucho tiempo produce jaqueca y es imposible de leer por placer. Pero los auténticos defectos del DNB son más fundamentales. Las mujeres son maltratadas: Mary Wollstonecraft es descrita en tono condescendiente como una "escritora miscelánea (véase Godwin, señora Mary Wollstonecraft)".

Incluso muchos grandes hombres están ausentes: Gerard Manley Hopkins, por ejemplo, o George Cayley, el pintor aeronáutico, o Jonathan Otley, el fundador de la meteorología. Hay un sinfín de inexactitudes, trampas para el incauto. En 1966, una empresa de Boston publicó un volumen de doscientas páginas, Corrections and Additions to the DNB, que contenía material reeditado del Bulletin of Historical Research, 1923-63. Lo encuentro útil, pero sólo si tengo en cuenta que un artículo es erróneo o incompleto.

Se impone, pues, una reforma a fondo, y con frecuencia la he exigido. Pero ruego a quienes se encargan del proyecto, la Academia Británica y la Universidad de Oxford, que tengan en cuenta ciertos pormenores antes de comenzar. Primero, la historia es demasiado importante para dejarla en manos de los académicos. Es vital que el nuevo DNB no sea dirigido por un sindicato de profesores. Todos los grandes libros de referencia, como la famosa undécima edición de la Enciclopedia Británica (1910-11), han presentado escritores excelentes que no sólo presentan los hechos sino que les infunden vitalidad. Segundo, se debe enfatizar la inclusión más que la selección basada en el mérito. Convengo en que esto presenta problemas casi insuperables. El DNB debe ofrecer notas exhaustivas sobre los muy grandes, como Shakespeare, Darwin o Churchill. Pero el auténtico valor de la obra radica en su información sobre personas que ni siquiera son de segundo orden, sino de tercero o cuarto, que nunca merecerán una biografía, ni siquiera un artículo informado. No pienso tanto en los políticos, por ejemplo, a quienes se puede hallar en la maravillosa History of Parliament el Complete Peerage, ni en los médicos, que tienen Munk's Roll, sino en aquellos que no encajan en categorías profesionales bien definidas. He conocido a escritores interesantes, por ejemplo, que nunca llegaron al Who's Who, y mucho menos al Oxford Companion to English Literature; como han fallecido, sus datos biográficos y bibliográficos más elementales están por perderse en el olvido.

También están las muchas personas que no encajan en ninguna categoría pero merecen ser registradas. Me perturbó leer en el Daily Telegraph que el presidente de la Academia Británica, el doctor Kenny, cree que habría que incluir más "científicos e ingenieros" y menos "clérigos menores". Que incluyan más científicos, por favor, pero que dejen en paz a esos clérigos; a menudo son la sal que dan su sabor al DNB. Estoy pensando, por ejemplo, en James Gatliff, 1766-1831, perpetuo cura de Gorton y clérigo menor si alguna vez lo hubo. Publicó una obra teológica de cuatro volúmenes "que lo puso en dificultades pecuniarias con su editor" y provocó su encarcelamiento por deudas. Una vez liberado, publicó una vindicación titulada "Un primer intento de investigación, o los efectos titilantes de una estrella fugaz para aliviar la luna llena de Cheshire", al parecer una referencia agraviante al obispo de Chester. También estaba Henry Aldrich, 1647-1710, diácono de Christ Church y diseñador de Peckwater Quad, que tradujo la canción de cuna "Tinker, Tailor, Soldier, Sailor" al latín, era un fumador empedernido y escribió una canción "para ser cantada por cuatro hombres fumando en pipa, no más difícil de cantar que divertida de oír". (Parece que los académicos de entonces estaban aún menos ocupados que los de ahora.) O el amigo de Scott, el reverendo John Marriott, atrevido autor de himnos hasta que súbitamente "fue presa de la osificación del cerebro". O el aún menor Charles Lloyd, 1784-1829, preceptor de sir Robert Peel, que lo hizo nombrar obispo de Oxford. A cambio, Lloyd cambió de parecer sobre la emancipación católica y respaldó a Peel "con un elocuente discurso en la Cámara de los Lores". Ay, "por algún tiempo Lloyd había hecho poco ejercicio, y su salud se resintió aún más con la censura de los periódicos y el glacial tratamiento de sus amigos. Un resfriado que contrajo en la cena de la Royal Academy apresuró su fin".

Y los clérigos menores no son los únicos personajes que debemos conservar. No aniquilemos a Elizabeth Bland, g. 1681-1712, una de las primeras mujeres que escribió en hebreo y compuso filacterías, que enseñó el idioma a su hijo e hija, únicos sobrevivientes de sus seis vastagos. También voto por conservar a Anthony Addington, padre del primer ministro, que tenía un manicomio, era médico de Chatham y curó a su hijo William Pitt el joven de una dolencia infantil recetando grandes cantidades de oporto. Y John Henderson, "estudiante excéntrico", el lingüista más brillante de sus tiempos, 1757-88, que "creía en la posibilidad de entablar correspondencia con los muertos" y murió por dormir en una cama húmeda. También debemos encontrar espacio para T. H. Bayly, 1797-1839, autor de "I'dBe a Butterfly", "She Wore a Wreath of Roses" y "Oh, No, We Never Mention Her". Habría escrito otras canciones pero invirtió la dote de su esposa en minas de carbón, "que resultaron improductivas" y lo "tornaron melancólico"; para colmo padecía encefalitis, "y otras y más dolorosas enfermedades; la gota sucedió a la ictericia confirmada"; así "expiró". Hay veintenas de personas pintorescas, vitales, talento y creativas a su manera, nobles lanceros en la gran marcha de nuestros antepasados, y sus filas no deben mermar.

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