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Gratitud en primavera

Las imágenes televisivas que llegan desde Afganistán son estremecedoras. Esos hombres feroces y barbados que entran descalzos en Kabul, los cohetes colgados de la espalda como gruesas lanzas, gritando Grande es Alá, pueden contagiar entusiasmo, pero sus esposas, hermanas e hijos heridos, que yacen asustados y doloridos en hospitales, que tienen pocos médicos y escaso equipo o medicamentos, cuentan la otra cara de una historia atroz. Y los desdichados bosnios, expuestos en sus maltrechas ciudades a la artillería y los tanques del ejército serbio, sin ninguna parte adonde ir salvo sus yermas colinas, inspiran una profunda pero impotente piedad. Después del gran alivio del final de la Guerra Fría y la destrucción del imperio más maligno que ha conocido el mundo, es como si la providencia nos recordara que el hombre es una criatura irremediablemente defectuosa, siempre capaz de infligir dolor a sí mismo y a los demás. ¡El Final de la Historia! Eso sólo llegará cuando el tiempo deba detenerse, el mundo presente haya culminado y comience un mundo nuevo y misterioso.

Entretanto, somos afortunados de vivir en nuestra querida Inglaterra, con todos sus defectos, especialmente ahora que llega la primavera. ¡Y qué primavera! Al mirar por la ventana, veo montones de capullos de cerezo rosados y blancos en los jardines y la acera: no recuerdo haber visto tanta profusión. Enfrente hay una lila blanca de riqueza y belleza espectaculares. Dondequiera que miro florecen árboles y arbustos en variedad asombrosa, considerando que aquí hay menos de una veintena de casas. Un castaño de Indias extiende sus candelabros. Una clemátide gigante, haciendo una aparición temprana, trepa y se extiende sobre el cerezo que la sostiene. También hay ligustros altos y pulcramente recortados que parecen ocultar deleites secretos.

Desde mi estudio, donde escribo esto, veo el jardín del fondo, donde nuestra hermosa copia en piedra del David de Donatello monta guardia, la cabeza de Goliat bajo el pie. Empuña sólo la empuñadura de la espada, sin la hoja, pero eso no importa: con su exquisita gracia desnuda y un sombrero de paja cubierto de flores en su cabeza de larga cabellera, es una figura pasmosa. Otro colorido cerezo, sus capullos aún intactos, toca la ventana con sus ramas. Desde donde estoy, puedo contar una docena de matices de verdor. Hemos tenido muchas gratas lluvias últimamente y los verdes son intensos: el jardín parece venido de West Cork. Aquí somos realmente rus in urbe. La serenidad es intensa, subrayada por ocasionales sonidos tenues. Pero a sólo cien metros está el ajetreo de Westbourne Grove con sus restaurantes chinos, indios, griegos, libaneses, turcos, españoles, italianos, tailandeses y sudaneses; aromas de toda Europa, África y Asia, con tiendas que permanecen abiertas hasta medianoche todos los días del año; una incesante procesión de vecinos, forasteros, excéntricos, ricos y pobres, borrachos y mendigos, de todos los colores, edades, categorías y géneros, que a su manera de Bayswater me recuerda el Chandni Chowk de Delhi. Charles Lamb, que adoraba el caleidoscopio londinense, habría saboreado todo esto con delectación.

Nuestras casas se construyeron pocos años después de su muerte, ocurrida en 1834, cuando las granjas, los jardines y las canteras cedieron paso a los ladrillos y la argamasa. Formaban parte de un gran proyecto de pareados de casas pequeñas. Modestas en tamaño, estaban diseñadas para lo que entonces se denominaba "criados superiores", que trabajaban en las fincas o en casas vecinas: mayordomos y amas de llaves, agentes, cocheros, chefs. Muchas, como la nuestra, se añadieron después, en diversas épocas, con toda clase de elementos y pisos, como una versión en miniatura de una vieja casa inglesa de la campiña, todo cubierto y armonizado por estuco blanco. Pero algunas están casi intactas, y muy elegantes; un elocuente recordatorio de una época en que Victoria había estado en el trono sólo tres años, pero una creciente cantidad de personas gozaba de mayores ingresos y mejores perspectivas, "paz, austeridad y reforma", los comienzos de la Inglaterra liberal, la Edad del Mejoramiento.

Es posible que se inicie otra edad del mejoramiento, ahora que el espectro del socialismo marxista ha desaparecido y podemos ponernos a resolver dificultades y terminar con los abusos de manera práctica, sin el veneno de la ideología y la guerra de clases. Cerca de donde vivimos, las mejoras están en marcha desde hace tiempo. El gran Gavin Stamp, que tiene razón en tantas cosas, se queja de la degradación de Londres en los años recientes, como si todo fuera destrucción y desperdicio. Esta vez se equivoca. En muchas calles de las inmediaciones, por donde todos los días voy a la iglesia por la mañana o a los jardines de Kensington por la tarde, hubo continuos cambios para mejor desde que fuimos a vivir allí. La vieja barbarie de derribar viejas casas y sustituirlas por incongruentes edificios modernos, como esos dientes de acero que insertan en las bocas rusas, ha terminado hace tiempo. Tan sólo en nuestro vecindario pude contar cientos de casas victorianas del siglo pasado, que han sido amorosamente, o eficientemente, destripadas y modernizadas, manteniendo intactas las fachadas, pintadas y devueltas a su prístina y robusta belleza. En una esquina hay una casa que he observado con creciente placer en los últimos meses, mientras surgía de sus andamiaje y sus lonas. En un momento la obra se detuvo, y pensé que la recesión había cobrado otra víctima. Pero no fue así. Se reanudó, y la casa ha recobrado sus ventanas originales, sus cornisas y su pórtico jónico, reluciente y listo para ser ocupado. Felicité a un obrero que estaba terminando la escalinata, y comentó: "Sí, mejor que esas cosas modernas. Hay más satisfacción en esto". ¿Oye eso desde allá abajo, monsieur Le Corbusier? Hay muchos motivos para regocijarse en Londres en esta primavera. Mientras miramos el mundo desde nuestras seguras costas, agradezcamos lo que tenemos.

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