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El extraño caso de las treinta mil esposas

Cuando llegué a Corea la semana pasada, para una breve visita, encontré el aeropuerto Kimpo de Seúl lleno de hombres jóvenes. Parecían venir de todo el Oriente y, como la mayoría eran extranjeros, largas filas aguardaban frente a los despachos de migraciones. Esto me molestó pero no parecía perturbar a los jóvenes, que reían y charlaban. Obviamente estaban satisfechos con la vida. Cuando al fin logré pasar, comenté el fenómeno de los jóvenes a las personas que me fueron a recibir. «Ah, si hubiera llegado antes habría encontrado el aeropuerto lleno de mujeres jóvenes», dijeron. Lo cierto es que yo había tropezado con la reunión de "treinta mil hombres y mujeres jóvenes de ciento veinte países" que habían ido a Seúl para casarse en una gigantesca ceremonia nupcial en el Estadio Olímpico.

El reverendo Myung Moon había organizado este acontecimiento, y dirigió la ceremonia que se realizó el martes. Recibí una invitación en exquisita escritura coreana y lamento no haber podido ir. El reverendo Moon emprende arduas campañas por la paz mundial, y cree que puede alentarla instando a los jóvenes a casarse con gente de otro país, raza y color. Esta es una actitud radical en cualquier parte, pero mucho más en Oriente que en Occidente, pues muchas sociedades orientales siguen siendo endógamas. Los pueblos vecinos, como los coreanos y los japoneses, por ejemplo, recelan muchísimo unos de otros, una actitud que nosotros llamaríamos racista. Alentarlos a casarse entre sí bien puede ser un paso en la dirección correcta. Sin embargo, no me propongo llevar muy lejos esta argumentación. Lo que despertó mi interés fue enterarme de que muchos de esos treinta mil novios no se conocían, aunque habían intercambiado cartas y fotografías. El reverendo Moon, o su organización, se había encargado de formar las parejas.

Para muchos occidentales esto resulta escandaloso, pero somos una minoría, aunque creciente. The Far Eastern Economic Review nos cuenta, en su número actual, que cuando se alcance la población máxima, China tendrá 1.890 millones de habitantes, India 1.875 millones, Paquistán 520 millones, Bangladesh 295 millones, Indonesia 370 millones y Vietnam 165 millones. Eso suma 5.115 millones en sólo seis países, con lo cual el conjunto de nuestras sociedades occidentales parece insignificante. Y es probable que la mayoría de los matrimonios generados por esta enorme masa sean concertados por los padres o las familias, como ha sido siempre. Pero los padres y las familias suelen obedecer a motivaciones indignas, habitualmente económicas, así que es posible que la intervención de un desconocido desinteresado, preocupado sólo por el decoro y la compatibilidad (y, en el caso del señor Moon, el internacionalismo) sea una mejora. Curiosamente, ésta era la opinión del doctor Johnson. Aun en Inglaterra, pensaba: "Los matrimonios en general serían igualmente felices, y con frecuencia más, si todos fueran concertados por el lord canciller".

Su matrimonio por amor con una viuda, Tetty, no fue una unión feliz sino un fracaso. Estudiando a sus amigos y conocidos, veía que las uniones producidas por elección mutua a menudo salían mal. Desdeñaba la noción, hoy todavía muy difundida, de que un hombre sólo puede encontrar la felicidad con una mujer especial. Cuando Boswell le preguntó si suponía que había cincuenta mujeres en el mundo con cualquiera de las cuales un hombre podía ser tan feliz como con cualquier mujer en particular, Johnson replicó: "Desde luego, cincuenta mil". Esta doctrina nos resulta cruda y chocante. Nos cuesta creer que el cuarto duque de Norfolk, que perdió la cabeza por conspirar para desposar a María Estuardo, sólo tuvo contacto con ella por correspondencia. "Pues ningún otro contacto ocular hubo entre ellos", como lo expresó Walsingham. Nos inculcan la idea romántica del coup de foudre, un relámpago de reconocimiento de necesidad mutua que sólo estalla con el contacto personal. Pero Hollywood, el lugar donde la ideología romántica se practica con más convicción, tanto en la teoría como en la práctica, es célebre por su cantidad de matrimonios fallidos. Enrique VIII, el desdichado prototipo del hombre que se ha casado muchas veces, como nos recuerda el nuevo libro de Antonia Fraser, cometió el desastroso error de mezclar razones de Estado, que tenían un predominio natural, con el romance personal. Quería herederos varones y suponía que una muchacha de ojos relampagueantes estaba en mejor condición para concebirlos. Es el mejor ejemplo de la máxima de Johnson según la cual casarse de nuevo representa "el triunfo de la esperanza sobre la experiencia".

Creo que nuestra actual familia real ha puesto a prueba la teoría del matrimonio romántico hasta destruirla. Tradicionalmente, la mayoría de las uniones reales se concertaban de antemano. Cuando la princesa Margarita se enamoró del capitán Townsend, la disuadieron de casarse con él. Pero ese fue el punto de inflexión. A partir de entonces, Buckingham, apremiado por los medios y la opinión pública, anuló neciamente sus prohibiciones y permitió que sus jóvenes se casaran con quien se les antojara. El resultado ha consistido en una serie de públicos desastres, y posiblemente ocurran más. Al no haberse atenido a sus principios, la monarquía se encuentra en graves problemas, con los medios de comunicación gritando a los cuatro vientos y el creciente eco de la opinión pública. Deberíamos ignorarlos y regresar a los métodos tradicionales y probados, a riesgo de que nos llamen anticuados. Pero quizá ya sea demasiado tarde.

Entretanto, los jóvenes que estudian atentamente la conducta real corren peligro de sacar conclusiones erróneas de los colapsos y escándalos. En vez de reaccionar a favor de matrimonios más prudentes, imponiendo la razón sobre el sentimiento, se están volviendo contra los matrimonios formales. No importa que los arreglos informales, como el que existe entre Mía Farrow y Woody Alien, tengan aún mayores probabilidades de terminar en angustia y recriminación, como lo demuestra un creciente cúmulo de pruebas. Para muchas jóvenes emancipadas -y en la mayoría de los casos, son las mujeres quienes deciden si hay boda o no- lo más conveniente es no casarse. Es el camino hacia la desdicha y el desastre económico, tanto para los individuos como para la sociedad. Así que me alegró que alguien, aunque fuera en la distante Corea, intentara otra alternativa, y buscaré con interés para ver si las estadísticas confirman la sabiduría de estas uniones de nuevo cuño. El presidente de la Cámara de los Lores, un astuto escocés que sin duda busca nuevas ocupaciones, también debería estar atento.

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