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¿Por qué los italianos son tan salvajes en la ópera?
Recientemente asistí a la última representación de cuatro del Otello de Verdi en Covent Garden. Me sentí privilegiado. Era sin duda la mejor producción operística que había visto u oído. El canto, la ejecución orquestal, la dirección, los escenarios, todo era magnífico. Sir Georg Solti, con cuidadosas instrucciones, para lo cual tiene tanto talento, logró obtener del joven que encarnaba a Yago una representación de pasmosa maestría. Plácido Domingo estaba en excelentes condiciones, al igual que Kiri Te Kanawa. Los decorados eran suntuosos, creo que basados en el Veronese, y los trajes de los hombres guardaban una gran semejanza con los que aparecen en la Rendición de Breda de Velázquez, una idea inspirada. El final de la primera parte, donde Ótelo sucumbe a las insinuaciones de Yago, resolvió para mí un problema que me ha inquietado toda la vida: ¿era Verdi un compositor mayor que Wagner? La respuesta es sí, porque Wagner, con todos sus dones, no escribió música de esta calidad. Quiero rendir homenaje a Jeremy Isaac, quien dirige el Covent Garden, por brindar semejante regalo a los amantes de la música, pues yo, al menos, lo recordaré toda la vida. No sé en qué medida Isaac fue responsable de esta producción, pero como siempre lo culpan de las cosas que salen mal, parece justo aplaudirlo cuando las cosas salen óptimamente, como en esta ocasión.
Lo que me enfureció fue que una semana después Pavarotti, un artista aún mayor que Domingo, fue abucheado por los matones que ocupan los palcos superiores de la Scala de Milán. Estaba representando a Don Carlos, un papel que nunca había hecho antes, una dura prueba. Cantó mal una nota porque cometió un error al respirar. Esto puede ocurrir fácilmente, como aprendí a los trece años, cuando cantaba el solo agudo del maravilloso Benedictas de Hummel. El padre Rogers, nuestro director de coro, se enfureció conmigo, pero tuvo la generosidad de admitir que todos podemos cometer esos errores. La claque de La Scala, que incluye algunas de las personas más canallescas que hayan entrado en un teatro de ópera, continuó acuciando e insultando a Pavarotti -un hombre de asombrosa modestia, teniendo en cuenta su genio- durante el resto de la actuación. En vez de sentir rencor, comentó: "Tuve un tropiezo, y trataré de hacerlo mejor la próxima vez". Allí habló el auténtico artista, humilde y contrito en su voluntad de admitir que a veces no puede cumplir con las pautas que se impone.
No es la primera vez que el público de la Scala insulta a grandes músicos. Teniendo en cuenta que los milaneses son gente civilizada -por ejemplo, muchos de ellos compran // Giornale, el mejor periódico de Italia-, es asombroso que se porten tan mal cuando entran en su magnífico teatro de ópera. Recordemos el caso de Madame Butterfly de Puccini, que se estrenó en la Scala el 17 de febrero de 1904, con la maravillosa soprano Rosina Storchio en el papel protagonista. Puccini había trabajado en esta ópera casi cuatro años y había procurado combinar lo mejor del orientalismo con las pautas más elevadas de teatro lírico italiano de su época. El resultado ha cautivado a millones de amantes de la ópera. El trágico dramatismo, la línea melódica, la orquestación y la pura belleza de esta maravillosa ópera rara vez se han igualado. Mozart mismo se habría sentido orgulloso de haberla escrito. Puccini, su libretista Giacosa y el productor Illica, así como un elenco superlativo, realizaron grandes esfuerzos para lograr que el estreno fuera perfecto.
¿Pero qué sucedió? La obra fue abucheada de principio a fin. Puccini lo llamó "linchamiento". Puccini estaba enfermo, como consecuencia de un accidente automovilístico que había sufrido un año antes. Hasta esto fue esgrimido en su contra por un periódico hostil, que al día siguiente presentó este titular: "Butterfly, una ópera diabética. Resultado de un accidente automovilístico".
La noche del estreno fue un pandemónium. La Scala estaba llena de fanáticos que se oponían a Puccini. Como declaró el compositor: "Esos caníbales no escucharon una sola nota. Fue una terrible orgía de lunáticos ebrios de odio". Otro testigo escribió: "Poco podía oírse por encima del diabólico coro de gruñidos, gritos, bufidos, risas y carcajadas". El momento en que Butterfly soporta su vigilia nocturna, aguardando a Pinkerton, y el sonido orquestal incluye gorjeos de pájaros para sugerir el alba, fue saludado por hombres que imitaban rebuznos, maullidos y ladridos.
¿Por qué los italianos hacen estas cosas? En general son gente cortés y civilizada. He pintado en todo el mundo, instalándome con mi taburete y mi caballete, mi caja de acuarelas y pinceles en Venecia, Brescia, Padua, Ñapóles, Roma y Genova. En Francia y Alemania he aguantado rudezas, comentarios hostiles y, lo más fastidioso de todo: jóvenes interponiéndose a propósito entre el tema que estoy pintando y yo.
En mi experiencia, esta conducta es totalmente desconocida en Italia. Al contrario. Los italianos comunes, sea cual fuere su clase, nivel de ingresos o profesión, ofrecen murmullos aprobatorios y comentarios alentadores, a menudo bien informados, y en general dan consejos buenos y positivos. Y cuando les agrada lo que hago, son cálidos y generosos en sus alabanzas. He encontrado esto en toda Italia. Los italianos aman el arte, aunque sea de aficionado, como el mío, un motivo por el cual son tan buenos para ello.
¿Entonces por qué abuchean a un magnífico artista como Pavarotti? ¿Acaso estas personas sensibles y civilizadas se convierten en demonios con forma humana cuando entran en un teatro lírico? Es un misterio extrordinario cuya respuesta desconozco. Más aún, la enfermedad se está propagando. Tengo entendido que el viernes pasado algunas personas abuchearon a una directora en el Covent Garden. Qué vergüenza para un gran teatro de ópera.
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