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La hora de los besos

El tema del beso, que dista de ser menor, ilustra uno de los modos en que el estilo de vida occidental se impone en todo el mundo. El ejemplo sobresaliente es Japón, la sociedad arcaica y ultramoderna por excelencia. Algunos pueblos no se besan, y prefieren frotarse la nariz o realizar otro tipo de contacto íntimo. Los japoneses se besan, pero hasta tiempos relativamente recientes los besos siempre eran privados. Hojeando el magnífico Japanese Prints and Drawings from the Vever Collection de Jack Hillier, distribuido por Sotheby's, encuentro un solo ejemplo donde los amantes se besan, aunque ocasionalmente hacen cosas que para nosotros son un poco más impertinentes.

El hecho de que los japoneses no se besaran en público irritó a los americanos cuando ocuparon el país en 1945. Hollywood había transformado el beso en arte, pues en esos días la oficina Hays permitía poco más, y en todo el mundo los soldados americanos imitaban los prolongados ósculos de Clark Gable. Así que el beso era democrático, casi por definición, y los japoneses, al rechazarlo, demostraban su obstinado apego al autoritarismo. Esto no se podía tolerar. Se corrió la voz -aunque quizá no por orden del general MacArthur, que no era un gran entusiasta del beso, sino de sus asistentes- de que había llegado la hora de los besos. Kyoko Hirano, que ha realizado un estudio del impacto cultural americano, Japanese Cinema under the American Occupation 1945-52, publicado por el Smithsonian de Washington, dice que los cineastas japoneses recibieron órdenes de introducir escenas con besos. Como en sus películas predominaba el feroz combate cuerpo a cuerpo, los besos aparecían un poco incongruentes, y algunos integrantes del elenco se negaban a que los filmaran besándose, así como algunas actrices de Occidente aún se niegan a posar desnudas. Pero en general la orden se cumplía.

No está claro cuál es la tendencia actual sobre los besos en la Casa Blanca. Bill Clinton parece besar bastante, aunque no siempre en público. Pero ahora que ha ganado es posible que reniegue de ello, así como de otras promesas o insinuaciones electorales, alegando que el beso compulsivo es políticamente incorrecto. No obstante, la marcha de la democracia y los besos continúa. Es indudable que hay mucho más besuqueo. Cuando yo era joven, en los años 40, muy pocos hombres y mujeres se besaban en la mejilla para saludarse. Era una costumbre de la realeza, así como su costumbre gremial de llamarse primos entre sí. Las debutantes también se besaban cuando se conocían -no a sus parejas-. Otros se besaban para demostrar afecto, más que en un gesto social.

Claro que si un político o general francés nos daba una medalla, no sólo nos besaba sino que nos estampaba un ósculo en cada mejilla: una experiencia repulsiva de la que podíamos salir apestando a ajo y tal vez con manchas de camerín. Pero los franceses eran muy entusiastas con los besos. En una temprana visita a París me asombró el modo descarado en que los amantes jóvenes se abrazaban en el metro, sin que otros parisinos les prestaran la menor atención. ¿Pero acaso no era otra muestra de decadencia francesa, entonces también simbolizada por Olympia Press? Años antes, una piadosa monja me había dicho que todas las palabras groseras y las bromas indecentes eran obra del Diablo en el vieux quartier de Marsella.

Hoy los hombres y mujeres se saludan siempre con un beso. Es uno de los pocos ejemplos de posguerra de un hábito de clase alta que se filtra hacia abajo. En general es al revés: aun los dirigentes conservadores ahora hablan de los votantes como apostadores, y a juzgar por su conducta, medio gabinete está compuesto por maleantes. Pero los besos en las mejillas, que deberían ir acompañados, de parte del varón, por un gruñido aprobatorio, como si uno disfrutara de un jugoso bistec, se ha difundido a casi toda la clase media y, televisión mediante, se propagan cada vez más. Me interesaría muchísimo que alguien me dijera cuándo fue el momento decisivo. Yo cobré conciencia de que el hábito se había afianzado a mediados de los 60, esa década de impetuosa innovación, cuando George Brown, entonces ministro, fue criticado por besar a una mujer de la familia real en ambas mejillas en una reunión del gobierno, añadiendo: "Y también uno en el medio". El hecho de que George, que se jactaba de haber nacido en Peabody Buildings, se aprovechara de la nueva costumbre, era un indicio de cuan lejos habían llegado las cosas.

Han ido mucho más lejos desde entonces, pero las reglas todavía no están claras. Cuando en una fiesta nos cruzamos con una mujer que apenas conocemos, ¿le damos la mano o la besamos? Inevitablemente se cometen errores. En ocasiones me ha besado una mujer que jamás había visto, o bien me sorprendo, en mi confusión, besando a una altiva matrona a quien no conozco. No besar, por error o inadvertencia, puede ser ofensivo, especialmente para las damas. "¿Entonces ya no te agrado?", fue el hiriente comentario de Edna O'Brien, a quien no besé en una abarrotada reunión el año pasado. La sala estaba en penumbras, ella se había cambiado el peinado y, para ser franco, vacilé; y el que vacila al besar está perdido. Conmocionado por este tropiezo, quedé un poco desorientado y perdí el sentido de las proporciones. La mañana siguiente, durante un almuerzo, besé a Margaret Thatcher, algo que no había hecho durante todos sus años en el poder. Estoy convencido de que no se debe besar a un primer ministro, aunque sea mujer, o sobre todo si es mujer: se debe tener en cuenta la dignidad del cargo. Pero supongo que las cosas cambian cuando se trata de una ex primer ministro. En todo caso, el acto se consumó y a ella no pareció importarle.

Pero los besos en la mejilla tienen un aspecto que no se ha analizado exhaustivamente. ¿Quién debe besar, el hombre o la mujer? ¿O depende de los sentimientos mutuos de las dos personas? Los franceses, que sin ninguna duda han reflexionado profundamente sobre estos asuntos, tienen un viejo dicho que se aplica más ampliamente que al beso: // y a toujours un qui embrasse et un qui tend la joue. Muy cierto. Drusilla Beyfus, nuestra principal autoridad en modales, me explica: "No hay reglas claras en cuanto a si debe besar el hombre o la mujer, o si es primero en la mejilla izquierda y luego la derecha o viceversa, o sólo una, o ambas". Ella cree que, cuando existe un afecto especial, "uno en el medio" también es aceptable, aunque no excusa al difunto lord George Brown. Cree que el elemento de incertidumbre "acrecienta la diversión". Pensándolo bien, opino lo mismo.

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