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Reflexiones personales sobre mi captura
No, no me han arrestado en la aduana, como a Taki en Heathrow, con la mercancía colgada del bolsillo de atrás. Han capturado mis rasgos en bronce. El escultor, Gerald Laing, es una de esas almas valientes y con talento -son más numerosas de lo que eran hace unos años, gracias a Dios- que tratan de recobrar las bellezas y técnicas del arte europeo después de los estragos del modernismo del siglo veinte, que ahora está en retirada. Este nuevo renacimiento no ha sido sencillo. Muchas habilidades, legadas de generación en generación, y gradualmente mejoradas hasta alcanzar su apogeo a fines del siglo diecinueve, habían caído en desuso y no se enseñaban en las escuelas. Con un par de excepciones, los textos modernos son inservibles. Gerald tuvo la suerte de encontrar un viejo ejemplar á&Modelling and Sculpting the Human Figure de Edward Lanteri, que fue profesor de Escultura en el Royal College of Art hace un siglo, el cual le enseñó mucho.
Tuvo además la suerte de conocer al broncista George Mancini al final de su vida activa, cuando estaba dispuesto a revelar los secretos de su arte en su fundición de Fulham. Antes de la Primera Guerra Mundial lord Kitchener llevó a Mancini a Londres para que forjara estatuas de jardín. Una de sus últimas obras en Roma fue una gigantesca estatua ecuestre de Garibaldi. Mancini, el escultor y el arquitecto del.pedestal almorzaron en el vientre del caballo antes de cerrarlo. Él usaba exclusivamente herramientas tradicionales, tales como taladros curvos, desdeñando las técnicas modernas de soplete y trituración, que permiten hacer correcciones al bronce, prefiriendo en cambio llegar al molde perfecto. Gerald, al aprender de él, pasó a formar parte de la gran tradición.
Mi proceso de captura fue absorbente de principio a fin. Gerald vino a nuestra casa para modelar mi cabeza, en tamaño natural, en arcilla, sobre un armazón, usando herramientas de madera y calibres de medición. Me asombré de la velocidad con que trabajaba y de la rapidez con que mi cabeza y mi cuello cobraban forma. Al cabo de tres sesiones había concluido lo que para mí era una notable semblanza. Luego llevó la cabeza de arcilla a nuestro garaje e hizo un molde de yeso de París en dos partes. Cuando abrió el molde, la arcilla se destruyó automáticamente.
Gerald llevó el molde a su pequeño y hermoso castillo de la Isla Negra, en dfirth de Moray, donde tiene su fundición. Con el molde creó una imagen positiva de yeso reforzado, idéntica al modelo de arcilla original. Estos moldes son fáciles de manipular y se pueden almacenar indefinidamente. El próximo paso consistió en forjar un molde flexible de caucho (en dos mitades), reforzándolo con un estuche de yeso. Luego sacó el molde interior de yeso, y cubrió el interior del molde de caucho con una capa de cera derretida, hasta alcanzar el grosor deseado del bronce (unos nueve milímetros). La cera fría, hueca y con la misma forma que tendría el bronce, fue quitada del caucho, y cuatro varillas de cera, gruesas como un dedo, se adosaron a la parte inferior de la cera y se unieron formando una copa. Luego sumergió la cera en un mejunje y la recubrió con polvo de cerámica, poniéndola a secar. Este proceso de recubrimiento se repitió diez veces hasta obtener un escudo de cerámica sobre la cera, por dentro y por fuera, de seis milímetros de grosor.
En el momento culminante puso todo en un horno, con la copa hacia abajo, lo calentó rápidamente a 750 grados y lo mantuvo en ese nivel veinte minutos; la cera se derritió, dejando el molde vacío, seco, estéril y caliente, con la forma exacta que él quería para el bronce. Entretanto, calentó un crisol con lingotes de bronce hasta una temperatura de 1.200 grados. Llevó el molde a un pozo que había frente al horno y lo introdujo en una base de arena con la copa hacia arriba. La maniobra final consistía en usar pinzas para sacar el crisol del horno, limpiar los desechos de la superficie del metal derretido y verter el resto en el molde a través de la copa. Cuando el metal se enfrió, Gerald rompió la capa de cerámica, cortó las varillas, limpió el metal, abrió agujeros para los pernos que sujetarían el busto al pedestal e inició el proceso de patinado usando químicos corrosivos y calor. Una vez satisfecho con el color de alga marina del bronce, se fue a cumplir su próxima misión: un Pavarotti para el Covent Garden.
El busto ahora reposa en un rincón de nuestra sala. Mi esposa lo considera un poco severo, y añade: "Pero así eres tú, ¿verdad?". Gerald cree en la precisión total, no en la adulación. El modo impresionista en que ha hecho mi cabello me recuerda a Alessandro Aligardi (1598-1654), especialmente en sus cabezas de mármol de portadores de antorchas, ángeles, y demás; el rostro evoca la gallardía de Louis-Francois Roubiliac (1702-62), sobre todo en su busto de terracota del Papa, en el Instituto de Barberos d,t Birmingham, o su busto de mármol de Swift en el Trinity College dé Dublín. Así que hay un toque de barroco y de rococó en la manipulación, y estoy encantado con todo ello. Espero que Pavarotti se sienta igualmente complacido cuando su cabeza emerja del pozo. Aún no he decidido iluminarla. Canova prefería la luz de las velas de cera, pero él pensaba en mármoles, para lo cual sin duda es lo mejor. Pero hoy es poco práctico, y todavía no he resuelto este problema.
Lo que provocó mis sombrías reflexiones fue pensar en el derroche producido por el modernismo. Hemos desperdiciado dos generaciones -medio siglo- de auténtica escultura en busca de la fealdad y, a pesar de los esfuerzos de Gerald Laing y otros nuevos maestros, se han perdido algunas aptitudes en dibujo y pintura, no menos que en escultura, aunque espero que no para siempre. Ahora debemos compensar el tiempo que hemos malgastado en este siglo, asegurándonos de que nuestras escuelas de arte sean dirigidas por personas que satisfagan los requisitos de pericia técnica; sólo entonces podrán los estudiantes retomar la corriente del arte europeo, que ha fluido subterráneamente durante tantas décadas. Por eso apoyo los admirables esfuerzos del crítico Giles Auty para provocar una contrarrevolución en el arte inglés, que derroque a los timadores y expulse a los bárbaros que han dominado nuestras academias, galerías e instituciones culturales durante tanto tiempo. Si ello significa derramar un poco de sangre, además de derretir cera, no seré yo quien se arredre ante esa posibilidad.
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