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Epidemia de bodas

Recientemente, en nuestro círculo de amigos y conocidos, hubo una súbita epidemia de matrimonios. Gente que se acercaba a los cincuenta años, o que ya era cincuentona o aun sesentona, solteros empedernidos, viudos, divorciados, parejas que han convivido sin casarse desde que los demás tienen memoria, todos, como un solo hombre, han invadido iglesias y registros civiles, o ambos, para sellar su compromiso. No sé quién inició esta tendencia, pero sospecho que es contagiosa. En verdad, que lo es. Estábamos sentados a la mesa de la cocina, hablando de cosas sin importancia, cuando mi esposa mencionó casualmente que Laurence y Cecilia (o quizá fueran Ned y Josie), una pareja que cohabitaba desde fines de la Guerra de Vietnam, acababa de contarle que se casarían, sin advertencia ni explicación. «Bien, es el colmo, dijo Kitty, levantándose de un brinco, con ojos de matrona batalladora. Iré a ver a Edward para decirle que se ponga a la altura de las circunstancias.» Y allá fue. Y se salió con la suya.

Lo extraordinario de este renacimiento del matrimonio es que se opone por completo al espíritu de nuestra época. Todos los recursos y estipulaciones del Estado de bienestar, las exhortaciones de la corrección política, el peso de la opinión académica, el consejo de los expertos en impuestos, los veredictos de los tribunales y el rumbo de la nueva legislación -¿alguien ha leído la ley del menor de 1989?-, todo se combina para sugerir que hoy el matrimonio no sólo es innecesario, costoso, revelador de triunfalismo heterosexual y homofobia, anticuado, reaccionario, thatcherista y suburbano, sino legalmente peligroso.

Sólo hay que mirar la fórmula matrimonial del Book of Common Prayer para comprender lo indecoroso y provocativo que es el matrimonio en los años 90. El texto está lleno de palabras prohibidas y expresiones indeseables. Habla de un "milagro", señal segura de fundamentalismo religioso. Dice "apetitos carnales de los hombres" en vez de "orientación sexual". La sola palabra "hombres", usada aisladamente, es ofensivamente patriarcal. Hay un inoportuno aparte acerca de las "brutas bestias", prueba de flagrante discriminación entre especies, y se habla de "siervos", "obediencia", "sumisión" y "receptáculos más débiles", lo cual sugiere apego a un sistema de clases obsoleto, a la supremacía masculina o a ambas cosas. Un pasaje contiene una agraviante referencia a las esposas como "viñas fructíferas", y otro afirma que el propósito de la sexualidad es "la procreación", lo cual es totalmente contrario a lo convenido en la cumbre de Río y lo que enseñan Amigos de la Tierra, Greenpeace, Jonathan Porritt, Teddy Goldsmith, Madonna y otros sabios contemporáneos. Incluso hay una frase que exhorta a la "conversación casta y temerosa", que exhorta a la restauración de la censura. En síntesis, no es la clase de lenguaje que la honorable Virginia Bottomley recomendaría a la Cámara de los Comunes, ni el obispo de Durham al Sínodo de la Iglesia de Inglaterra, ni Whittam Smith y señora a los lectores del Independent.

No obstante, la noticia de esta resurrección del matrimonio, de estas segundas nupcias, de estos triunfos de la esperanza sobre la experiencia, ha sido bien recibida en nuestro círculo, ha causado gratas vibraciones de buenos sentimientos entre las viejas parejas casadas como nosotros, entre los recién casados de la generación más joven, y ha recibido la cálida acogida de hijos e hijastros. Incluso los nietos, informados de lo que sucede, han pronunciado murmullos aprobatorios. Lo cierto es que, a pesar de tanta propaganda secularista, el matrimonio continúa apelando a nuestro instinto de lo que es correcto para los individuos y la sociedad. En este sentido la raza humana, o la parte civilizada de ella, no ha cambiado en casi tres mil años. Un pasaje de la Odisea de Hornero comunica atinadamente este sentimiento: "No hay nada más noble ni admirable que dos personas que ven con los mismos ojos y mantienen la casa como marido y mujer, confundiendo a sus enemigos y deleitando a sus amigos". Me gusta la expresión "más noble". Es adecuada. Hay algo noble en el matrimonio, y en la madurez es incluso heroico.

Pero además de esos sentimientos permanentes e instintivos, sospecho que hay una razón contemporánea por la cual personas serenas, sensatas y maduras se interesan de pronto en el matrimonio. La institución ha recibido duros golpes últimamente. Primero, estuvo esa grotesca y hostil parodia de matrimonio que se representó en un tribunal de Manhattan, cuando Mia Farrow y Woody Alien, flanqueados por pelotones de abogados, terapeutas y asesores, y observados por filas de niños asombrados, atónitos y resentidos, tanto adoptados como -según se dice hoy- biológicos, arrojaban acusaciones de crueldad, incesto, traición y locura. El caso despertó enorme interés aun aquí: los hombres y mujeres que conozco han tomado partido, a menudo con virulencia. En cierto sentido, toda la edad moderna y sus valores psiquiátricos y secularistas fueron enjuiciados en ese tribunal, y un mundo asqueado ha pronunciado un veredicto unánime: "Culpable".

Pero nadie se asombra de que la farándula se burle del matrimonio. Lo que ha causado más daño y ha resultado más chocante es el ataque colectivo contra la institución emprendido recientemente por la familia real. Como señaló Bagehot, "Un matrimonio principesco es la edición brillante de un hecho universal, y en cuanto tal, fascina a la humanidad". Pero un divorcio principesco, una separación o una riña pública expuesta en la prensa, es una edición grotesca de un hecho cada vez más universal, y en cuanto tal, deprime muchísimo a la humanidad. Por mundanos, sofisticados o cínicos que podamos ser, nos sentimos decepcionados, traicionados, defraudados. Todos necesitamos un buen ejemplo, alguien a quien emular. ¿Pero quién queda? Sintiendo la ausencia de esos mentores, y por una especie de instinto inconsciente y terapéutico, muchas parejas maduras de clase media se han sumado a las filas de los matrimonios respetables, manifestando así su aprobación de aquello que el Book of Common Prayer llama "estado santo y honorable".

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