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Isla mágica

Si me pidieran que nombrara la casa más deliciosa de Gran Bretaña, escogería Eilean Aigas, una mansión de granito rosado en una isla rocosa y boscosa en medio del río Beauty, en Inverness-shire. Se llega por un imponente puente de piedra que cruza el tumultuoso río, donde los salmones bailan en temporada. Luego, como para brindar más protección contra los visitantes no deseados, la isla nos saluda con un letrero que afirma: "Peligro. Niños sueltos".

Hace siglos, la isla albergaba un castillo del clan Fraser. En 1838, el año en que Dickens publicó Nicholas Nickleby, el jefe del clan, lord Lovat, construyó la casa actual para los hermanos Sobieski Stuart, quienes sostenían ser descendientes legítimos del príncipe Carlos Estuardo. Hugh Trevor-Roper refutó esas pretensiones en un célebre ensayo, pero mientras vivían su afirmación era creída por muchos terratenientes escoceses, e incluso por la reina Victoria. En la isla tenían su pequeña corte, recogieron una enorme colección de tartanes de los clanes y diseñaron muebles góticos que todavía están allí. Sobre el hogar de la biblioteca, una espléndida pintura los muestra a ambos, ataviados con ropa de las Highlands hasta el último adorno de cuarzo, rodeados por los emblemas de su clan. Ambos se impusieron el celibato, así que su controvertido reclamo moriría con ellos. La propiedad se convirtió en casa de la viuda.

La última viuda que vivió allí, Laura Lovat, era hija de lord Ribblesdale, tema del retrato más exuberante de Sargent. En la casa mantenía una corte de escritores católicos, que incluía a Compton Mackenzie, G. K. Chesterton, Hilaire Belloc y Maurice Baring, que pasó allí sus últimos años y está sepultado en el ventoso cementerio del valle. Entre los libros de la biblioteca hay un sinfín de cartas de Edith Somerville y Rose Macaulay, la dame Ethel Smythe y otros huéspedes famosos. A partir de fines de los 50, un nuevo círculo de escritores y artistas se congregó en torno de su nuera, lady Antonia Fraser. Ella escribió su célebre Mary Queen of Scots en una cabana de madera que está a orillas del río, y que imita las cabanas que George Meredith y George Bernard Shaw se habían construido para ellos. Los literatos merodeaban por la piscina, comprada con ganancias de la desafortunada reina, jugaban a las adivinanzas por la noche o se trababan en desesperadas partidas de pimpón perpetuo. Visité la isla por primera vez en 1973, cuando George Gale y yo escribíamos nuestro libro The Highland Jaunt, conmemorando el segundo centenario del viaje de Boswell y Johnson. George registró:

Había tenis, pesca, un lugar para merendar valle arriba y un gran debate sobre el Mercado Común donde la mayoría de nosotros, siendo opositores, nos sentíamos incapaces de rebatir apropiadamente los argumentos del más vehemente simpatizante, pues él hablaba con el grueso acento de un banquero europeo.

Sí, había figuras de la política, y también de las altas finanzas. Recuerdo que una mañana, en una de mis muchas visitas posteriores, traté de consolar a un destrozado Reggie Maudling, que acababa de ver en los periódicos dominicales "asombrosas revelaciones" de sus relaciones con Poulson, el arquitecto corrupto, y comprendía que eso significaba el final de su carrera política. Recuerdo que comenté: "De todos modos, Reggie, eres demasiado bueno para la política". Otro día llevamos lo que parecía la familia real persa por el valle para una suntuosa merienda, servida por mayordomos y criadas con cofia y delantal. El príncipe de la corona, que entonces era un niño menudo, consiguió que los agentes secretos que lo rodeaban organizaran una competición de tiro con sus revólveres, en la cual desempeñó un papel protagonista. La novelista americana Alison Lurie y yo nos escondimos detrás de unas rocas mientras volaban las balas.

También estaba esa anécdota que recordábamos como "El gran sol es un fiasco rojo". Aunque el río que rodea la isla tiene un aspecto oscuro e imponente, es bastante seguro para un nadador aceptable, y ni siquiera es hondo salvo en ciertos parajes, aunque la corriente puede ser fuerte. Nos habían impresionado la propaganda donde Mao Tse-tung nadaba en el río Yangtsé y la foto de su cabeza redonda y solar meciéndose sobre las olas. Antonia, el parlamentario Jonathan Aitken y yo consideramos buena idea tomarnos una foto similar de nuestras tres cabezas asomando de las negras aguas, y mi esposa Marigold recibió el encargo de fotografiarnos desde el puente. Pero cuando los tres llegamos al sitio acordado, mi esposa no estaba en ninguna parte. En el río había mucha corriente, y después de flotar unos minutos nos dejamos arrastrar. Resultó ser que Marigold se había puesto a hablar con la señora Hepburn, la cocinera, acerca de la preparación de su famoso guisado de venado, y se había olvidado del asunto, así que la histórica instantánea nunca se tomó.

La isla está llena de criaturas furtivas: ciervos, felinos y hermosas y velludas martas. En el verano se ven poco, a menos que uno tenga la suerte de sorprender a un ciervo dormido en los brezales en una tarde cálida. En el invierno tienen más hambre y son más dóciles, y también más visibles. Los inviernos pueden ser asombrosamente templados; hemos pasado un día de Año Nuevo merendando en el valle bajo un sol mediterráneo. Pero también pueden ser muy crudos. La nieve se acumula durante días por inmensos ventisqueros, y toda la comarca queda cubierta por una escarcha semejante al acero. Un peligroso hielo se forma en la escalinata de la casa, y tengo un recuerdo sombrío de un tramo que conduce al jardín. Era nochevieja y mi anfitrión, sir Hugh Fraser, y yo salimos para saludar a los vecinos. Él iba adelante; fue engullido por la oscuridad y oí un estrépito ensordecedor, seguido por improperios. Acudiendo al rescate, resbalé en el hielo, y caí a mi vez. Ambos sufrimos magulladuras, incluido algún ojo negro, pero, aun así, continuamos con las visitas. A la mañana siguiente, la señora Hepburn, con vividos recuerdos de noche vieja, anunció a la intrigada cocina: «¡Dios nos guarde! ¡El comandante Hugh y el señor Johnson se han peleado!»

Benji, el hijo del comandante, acaba de poner en venta esta isla maravillosa, y quienes la compren descubrirán que poseen un tesoro invaluable. Ojalá caiga en manos afables y consideradas que sepan apreciar y enriquecer sus tradiciones.

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