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Al ruedo, Pinker

Me cuentan que John Major ha jurado, al estilo del etrusco Lars Pórsena, que no se dejará "expulsar de su cargo por los ladridos de los periódicos". Sus grandes perseguidores de hoy son el Guardian, el Independent y el Observer, todo lo que queda de la prensa izquierdista. Los conservadores leales podrían preguntarse si esto les dice algo sobre su dirigente. El principal confidente en los medios de Major es hoy Andreas Whittam Smith. Ambos hombres tienen mucho en común. Ambos están arrinconados y se aferran con uñas y dientes a sus puestos. Es improbable que Whittam Smith dure mucho más en el Independent que Major en Downing Streeet, aunque nadie sabe quién de ambos caerá primero al abismo.

Personalmente, me encanta que el país posea una buena jauría de periódicos que expulsen a los indeseables de su puesto. A fin de cuentas, de no haber sido por el excelente vespertino londinense, el Standard, nunca se habría expuesto la ultrajante conducta de Jane Brown, directora de la escuela Hackney, que prohibió a sus alumnos ver Romeo y Julieta porque era "heterosexual". El comité de educación local se apresuró a calificarlo de "idiotez ideológica", pero una denuncia había descansado tres meses en sus archivos hasta que intervino el Standard. Más aún, si no fuera por los periódicos, las circunstancias en que Brown fue designada tampoco habrían saltado a la luz. Uno se pregunta cuántos más fanáticos de la corrección política acechan entre nuestros alumnos. ¡Hurra por los periódicos!

No llegaré al extremo de decir que la vida pública inglesa será más pobre ahora que Kelvin MacKenzie se encargará de dirigir las operaciones de la televisión vía satélite de Rupert Murdoch. Lo conocí hace años, cuando Rupert Murdoch me pidió que escribiera una columna para el Sun para "elevar un poco el tono". Me pareció mala idea pero acepté probar por un tiempo limitado, y una consecuencia fue que me encontré almorzando con MacKenzie. Descubrí a un hombre con sentido del humor. MacKenzie tiene sus defectos, pero llevó al negocio del periodismo popular la misma mezcla de audacia descarada y seriedad que distinguió el largo reinado de Hugh Cudlipp en el Mirror. Además, tiene ingenio, una cualidad que escasea entre los directores de periódico. Provocar una sonrisa en el semblante del trabajador inglés cada gris mañana de lunes es un auténtico servicio público. Por otra parte, el sólido coraje de un puñado de hombres como Mackenzie -me temo que la mayoría de los directores sólo piensan en sus intereses, o al menos son muy proclives a dejarse tentar por las invitaciones de un primer ministro- es lo que impide que politicastros como John Major terminen por ser pequeños Mussolinis.

Lo cual me lleva al juramento de Major. Para tratarse de alguien que ha jurado tantas veces -al menos en privado- mejorar la prensa, ha actuado asombrosamente poco. Recuerdo, durante un discurso de la reina, haber oído muchas promesas sobre una ley de intimidad. ¿Dónde está? La última vez que le planteé esta pregunta a Michael Howard, quien presuntamente debía presentarla en el Parlamento, se puso muy evasivo. Quizá Major odie la prensa -nadie la odia más- pero no sabe si golpearle la cabeza o sobornarla y, siendo jefe del grupo parlamentario, tiende por instinto a lo segundo. Así que las alabanzas a figuras selectas del periodismo -con la insinuación de que pronto habrá algo más sustancial- continuarán. Entretanto, el tema de la intimidad queda en manos del profesor Pinker.

¿Quién es Pinker? Es un sociólogo, profesor de Estudios Laborales Sociales -sea esto lo que fuere- en la LSE (London School of Economics) y una de esas almas beneméritas que figuran en los comités. Ha participado en el proyecto de la Biblioteca Británica, en el organismo de pautas publicitarias, el ente de pautas de servicios de correo directo y el centro de políticas de envejecimiento, por no mencionar la comisión de denuncias contra la prensa. Incluso participó en un comité de cementerios. Ahora dirigirá un comité de un solo hombre sobre las intrusiones de la prensa en la intimidad.

Esto en sí mismo es signo de los tiempos. Recordemos que en los años 70 el país estaba lleno de comités. Escribí un sinfín de artículos contra ellos. Cuando Margaret Thatcher llegó al poder, abolió muchos -junto con comisiones reales y otras entidades caras al corazón del pobre Harold Wilson- y se negó a designar más. Sin embargo, amando el patrocinio como cualquiera, no pudo decidirse a destruir el principio del comité, y muchas de estas fuentes de empleos para señoritos y señoritas dóciles sobrevivieron. Con Major disfrutan de nuevo ímpetu, y algunos observadores calculan que hoy hay más que nunca.

La designación de Pinker es un ejemplo de un nuevo truco del primer ministro: el comité por duplicado. Pues ya tenemos un profesor de sociología para domar la perversidad de los periódicos, lord McGregor de Durris, presidente de la Comisión de Denuncias a la Prensa, que también ha presidido el Organismo de Pautas Publicitarias y, por qué no, la Real Comisión de Prensa. Si Pinker ha escrito sobre estadísticas hospitalarias, McGregor es autor de un libro sobre el divorcio en Inglaterra. Si Pinker dirige el Journal of Social Policy, McGregor es un pilar del Journal of Sociology. En años recientes, los abusos de la prensa han provocado las manifestaciones de McGregor: sale de su casita de Salisbury Square para dirigir unas pocas, no siempre bien escogidas, palabras a las cámaras de televisión. ¿Tendremos también las apariciones rivales de Pinker? Lo cierto es que los intentos de Major de amordazar a la prensa, como el resto de sus medidas políticas, son una mezcla de antiliberalismo teórico y cobardía práctica. El resultado amenaza con convertirse en una farsa y sólo intensificará la ridiculez de su imagen.

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