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Los Miguel Angel y los Beethoven del capitalismo

¡Qué es el poder? He reflexionado sobre ellos como consecuencia de un episodio donde participó mi tercer hijo varón. Es un joven empresario que, entre otras cosas, se ha ganado su reputación rescatando compañías que están en aprietos económicos. Recientemente tuvo noticias de un caso en Blackburn, donde una cadena de tiendas que se especializaban en ropa de boda estaba a punto de ir a la quiebra. Convencido de que la empresa era sólida y una buena gestión podía sacarla del atolladero, viajó al norte y persuadió al banco de efectuar una reestructuración financiera. Luego regresó a Londres y cerró el trato con la casa matriz del banco. En consecuencia, él y su socio pudieron salvar ciento cincuenta empleos.

Eso es lo que denomino auténtico poder. Pocos lo poseen, y desde luego no los escritores. Supongo que he tenido cierta influencia a través de mis artículos y libros, pero es difícil estar seguro y es imposible cuantificarla. La mayoría de los políticos temen lo mismo. Los ministros a menudo me dicen que se sienten impotentes. Cuando Dick Crossman era secretario de Estado y yo dirigía una publicación, solía decirme que yo tenía mucho más poder que él. "Pamplinas", replicaba yo, y discutíamos acaloradamente. Pero lo cierto es que ninguno de los dos tenía mucho. Aun en la cuestión del empleo, cuando un político se enbarca en un plan de generación de puestos de trabajo está buscando popularidad a corto plazo y acumulando problemas a largo plazo. Pero cuando un joven rescata ciento cincuenta empleos y alivia a todas esas familias, con sólo dar eficiencia a algo que estaba mal administrado, representa un maravilloso ejercicio de poder real.

También es creativo, en un sentido curioso, y este aspecto del sistema capitalista a menudo se pasa por alto. Los marxistas y sus sucesores contemporáneos nos han enseñado a verlo sólo en términos económicos, "barajando papeles", como dicen a menudo en la prensa izquierdista. Pero el capitalismo también implica partir de nada, construir fábricas, cavar minas y lanzar productos, interesantes y nuevos al mercado. Estoy profundamente agradecido, por ejemplo, al que diseñó y comercializó esta máquina de escribir que estoy usando. Es la mejor que he tenido, con ella he escrito enormes libros y un sinfín de artículos, y me encaja a la perfección. Para mí el hombre o mujer responsable de colocarla en el mercado es una persona sumamente creativa. En Estados Unidos, Sudáfrica y Australia lo he pasado muy bien hablando con especialistas en ingeniería minera que diseñan yacimientos auríferos profundos, o aquellas complejas minas de donde se extraen varios metales de pase en conjunción -a veces con plata añadida. El diseño de la mina es la clave del éxito, pero los ingenieros deben trabajar a oscuras porque, a pesar de los modernísimos instrumentos, nadie sabe qué hay en las entrañas de la Tierra hasta que está a profundidad suficiente para averiguarlo. El diseñador de la mina tiene que usar su imaginación y, a menudo, valerse de su intuición. Es como un dramaturgo que no sabe qué recepción y efecto tendrán sus parlamentos hasta que se presenten ante el público.

Cuando escribía mi último gran libro, The Birth of the Modern, que entre otras cosas versaba sobre el comienzo de la industrialización, tuve que estudiar la vida de gran cantidad de empresarios, y me convencí de que el deseo de ganar dinero era sólo una de sus motivaciones, no necesariamente la más importante. Brunel padre, que construyó la primera línea de producción en Portsmouth, era un espíritu creativo, y su hijo Isambard Kingdom Brunel fue un magnífico artista además de un gran ingeniero.

Los titanes de los principios de la industria no se veían a sí mismos, como a menudo se los presenta hoy, como destructores de la belleza, sino como sus creadores. Llevar buenos salarios a una familia que hasta entonces vivía en un nivel de subsistencia era creativo para ellos. Lo remarcaban contratando artistas y diseñadores para adornar sus fábricas, minas y forjas. El apasionado amor por el buen diseño que Thomas Telford puso en sus puentes, garitas, muelles, esclusas y adornos viales -muchos de los cuales afortunadamente aún sobreviven- equivale a un gran logro artístico. Y el primer Stephenson, aunque analfabeto hasta que su hijo, que había asistido a la escuela, le enseñó a leer y escribir, se preocupaba continuamente para que sus máquinas fueran bellas. Pero también vigilaba tozudamente la rentabilidad de su empresa, sabiendo muy bien que un empresario que no puede pagar los salarios al fin de la semana no es bueno para nadie.

La creatividad del capitalismo se ha convertido últimamente en tema de varios autores americanos, tales como Thomas Sowe y George Gilder. Michael Novak, que ha presentado el capitalismo democrático como una importante expresión del espíritu creativo cristiano, ha obtenido reconocimiento al ganar el premio Templeton de este año. Estos autores, y otros que abordan temas similares, hoy son bien conocidos en Estados Unidos, y su mensaje se está propagando en algunas de las universidades más vigorosas, tales como Adelphi de Long Island, Temple de Pensilvania y Southern Baptist de Dallas. Sus ideas también se están difundiendo fuera de Estados Unidos; por ejemplo, la nueva y enorme Universidad de América Latina, que ahora se planea en Miami, y que se trasladará a su sede permanente de Cuba en cuanto se desintegre el debilitado régimen de Castro, tendrá un departamento especial llamado Novak, donde se explorarán, enseñarán y desarrollarán los aspectos creativos del capitalismo.

Al parecer, no hay nada de esto en Gran Bretaña, donde la mayoría de los profesores -que saben poco o nada sobre el tema- presentan el capitalismo como una actividad materialista caracterizada por la codicia y la deshonestidad. Algunos disuaden a sus alumnos más brillantes de ingresar en la industria. Los alumnos de primer año que dicen a sus profesores que esperan hacer una carrera produciendo automóviles o artefactos domésticos son objeto de burla. Pero estos profesores son los mismos que critican a Margaret Thatcher y los tories por "destruir la base manufacturera de Gran Bretaña". Mantendremos una base manufacturera durante el siglo próximo sólo si podemos convencer a nuestros espíritus más inteligentes, imaginativos e innovadores de trabajar en ella. Ello significa que debemos desarrollar el hábito, en varios niveles de nuestra sociedad, y especialmente en nuestro proceso educativo, de presentar el capitalismo como una actividad creativa, emparentada a su manera con la composición de sinfonías o novelas, o la pintura de grandes paisajes.

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