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El sexo como hazmerreír

La primera risa registrada en la historia ocurrió a fines de la primera Edad de Bronce, hacia el 2000 antes de Cristo. Es significativo que fuera una risa de mujer. El Génesis nos cuenta (xviii, 10 y ss.) que cuando Sara oyó que el Señor informaba a su esposo Abraham que ella tendría un hijo a pesar de su edad, "Rióse, pues, Sarah entre sí, diciendo: «¿Después de haber envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?»". La broma era femenina y se refería al sexo, y es significativo que Sara se la hiciera a sí misma. Cuando los hombres -el Señor y Abraham- le reprocharon que se riera, ella lo negó, "pues tenía miedo".

Es notable que desde la Edad de Bronce hasta hoy las mujeres hayan considerado el sexo como algo gracioso, y que los hombres les hayan reprochado su falta de seriedad. Conozco a una mujer cuyo esposo le prohibe reír o bromear cuando hacen el amor. Él lo considera sumamente indecoroso. Uno se imagina a D. H. Lawrence adoptando la misma actitud con Frieda. Más aún, creo que está consignado que eso hacía, además de obligarle a usar anticuados y severos pololos durante el acto. Lawrence peroraba sobre el sacramento del amor, algo solemne y portentoso, que era inadecuado para los comentarios humorísticos. Es sabido que cuando los hombres asisten a un espectáculo sexual se sientan en opresivo silencio, puntuado por una respiración entrecortada. Cuando las mujeres celebran una reunión y contratan a un nudista, ríen a carcajadas. ¿Qué nos revela esto?

Bien, lo primero que nos demuestra es que, aunque la vida es dura para todos los que vivimos in hac lacrimarum valle, según la expresión de San Anselmo, es mucho más dura para las mujeres que para los hombres, así que necesitan las bromas aún más que nosotros. Cuando se realizan encuestas sobre lo que quieren las mujeres en un hombre, el sentido del humor siempre encabeza la lista. Los hombres, en cambio, no desean mujeres con humor, pues temen que se rían de ellos. Sospecho que por eso a Nancy Mitford, la persona más aguda que he conocido -su vida consistía en hacer bromas-, le costaba tanto conservar a un hombre. Pensándolo bien, Jane Austen experimentaba la misma dificultad. Las mujeres risueñas han provocado conmoción en la historia. Existen muchas pruebas de que Ana Bolena era amante de la jarana, y se reía a carcajadas, y a Enrique VIII eso parece que no le gustaba. Aunque fue el último rey de Inglaterra que empleó a un bufón profesional, nadie cuenta que hiciera bromas, excepto las patibularias que también complacían a Stalin. Santo Tomás Moro, que se debió reír más que ningún otro presidente de la Cámara de los Lores de la Historia, decía que Enrique no tenía sentido del humor. Y es posible que el humor de Ana Bolena contribuyera a su caída más que su presunto adulterio. Cuando recientemente le pidieron que describiera la experiencia de hacer el amor con un parlamentario obeso, su ex amante respondió: "Es como estar bajo un ropero enorme con una llave muy pequeña en el medio". Si Ana decía estas cosas y se difundían -como suele ocurrir con estas bromas- no es de extrañar que Enrique la ordenara decapitar. Tampoco es de extrañar que su hija Isabel rehuyera el sexo, aunque también tenía un notable sentido del humor, heredado de su madre.

La semana pasada el príncipe Carlos provocó una andanada de comentarios acerca del adulterio en la realeza al confesar su amorío con Camilla Parker Bowles. Pero nadie señaló que, aunque las amantes reales hacen bromas, los amantes reales son singularmente serios. Carlos II era una excepción, aunque no está claro si hacía bromas sobre el sexo. Sin duda, sus muchachas las hacían* desde la encantadora Louise de Kerouaille hasta la bonita e ingeniosa Nell, que dejó atónita a una multitud que apedreaba su carruaje al asomar la cabeza por la ventanilla y exclamar: «¡Zoquetes, yo soy la puta protestante!».

Los primeros dos Jorges eran adustos en su persecución de carnes femeninas, y el cuarto, aunque era frivolo cuando quería, hacía del sexo algo tan arduo que su compañera y posible esposa, la señora Fitzherbert, se refirió a sus relaciones como "veinte años de trabajos forzados". Su temible hermano, el duque de Clarence, puso en iguales aprietos a Dorothy Jordán, la mujer más graciosa de Europa, así como una de las más bellas. Eduardo VII no era mejor. Esperaba que la señora Keppel lo entretuviera pero no está documentado que alguna vez él la hiciera reír a ella, salvo involuntariamente (de nuevo la historia del ropero y la llave). Lo mismo sucedía con Eduardo VIII y la señora Dudley Ward y, sospecho, con el príncipe Carlos y Camilla. Se rumorea que él sigue prendado por el humor frontal de ella; desde luego no es de su belleza.

La bifurcación del sentido del humor masculino y femenino es muy antigua. Debió de comenzar en la Edad de Piedra. Una vez que los hombres y mujeres adquirieron modales rudimentarios, adoptaron distintas modalidades de discurso íntimo, especialmente al hablar de la sexualidad. Estas jergas paralelas se desarrollaron durante miles de años, y sólo empezaron a converger en el siglo veinte. Virginia Woolf cuenta que, cuando ella y su hermana Vanessa vivían en Gordon Square, hacia 1906, la siniestra figura de Lytton Strachey, a quien apenas conocían, las visitó cuando estaban solas. Aun antes de entregarles el sombrero y el bastón, él vio una mancha húmeda en el blanco vestido de Vanessa y, señalándola con un huesudo dedo, preguntó si era semen. Las muchachas rieron, y así nació Bloomsbury, siendo su característica distintiva que sus miembros varones usaran siempre el mismo discurso, hubiera o no damas en la habitación.

Se ha requerido casi todo un siglo para que la práctica de Bloomsbury se difundiera por toda la sociedad. Pero está sucediendo y pronto se habrá completado. El "silencio, hay damas presentes" se está convirtiendo en anacronismo. Las mujeres ahora dominan las comedias más groseras en televisión. El clero y los elementos más envarados de la sociedad pueden deplorar que las mujeres toleren -o usen- el lenguaje y los modales de la barraca. No sé si a mí me agrada. Pero tiene una compensación, pues significa que el sexo, cada vez más, será tratado como se merece: como un objeto de risa.

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