conoZe.com » Baúl de autor » Paul Johnson

Un trompetazo papal contra la muerte

El mundo moderno comenzó a principios del siglo diecinueve, cuando la gran tríada de la tecnología, la democracia y el liberalismo penetraron en Occidente. El resto de ese siglo brillante presenció su triunfo aparente: sociedades libres, el fin de la esclavitud, mejoras milagrosas en la salud pública, el estándar de vida, el alfabetismo, la velocidad y seguridad en los viajes, progresos que se siguieron acumulando hasta 1914.

Después el siglo veinte mostró el lado oscuro de la modernidad, el modo en que la demolición de las antiguas y, sin duda, ineficientes y oscurantistas estructuras políticas y sociales podía abrir las puertas de algo infinitamente más horrible: el totalitarismo, las dos tiranías rivales y progresistas del comunismo y el nazismo, lo que Evelyn Waugh llamó "el mundo moderno en armas, inmenso y aborrecible". Desde 1917, cuando el totalitarismo dominó por primera vez un gran Estado, hasta el hundimiento del comunismo soviético a fines de los 80, han transcurrido tres cuartos de siglo de maldad y barbarie.

En esas décadas se cometieron más tropelías, a mayor escala y con más refinamiento demoníaco que nunca en la triste historia de la humanidad. Fue una aterradora experiencia de los riesgos que supone la modernidad. Creo que hemos aprendido al menos algunas lecciones, aunque todavía no hemos terminado de despejar la sordidez moral. China es todavía un Estado totalitario, y su Gulag contiene veinte millones de personas, más que el de Stalin en sus tiempos.

Aun así, el siglo totalitario ha quedado atrás, y hemos aprendido a ver el estado tal como es: útil, incluso amigable cuando es pequeño y limitado, un enemigo mortal cuando rompe sus vínculos constitucionales. Ese no será el problema del siglo veintiuno. Pero ya es evidente lo que tendremos que temer. En nuestro propio siglo, hemos permitido que hombres perversos jugaran con el estado, y pagamos el precio de ciento cincuenta millones de ejecuciones por violencia estatal. Está por verse si en el siglo veintiuno correremos el riesgo de permitir que hombres y mujeres jueguen con la vida misma. Y por juego me refiero al uso y al abuso, a la alteración de las fuerzas vitales como si no hubiera más leyes salvó las que nosotros determinamos.

En septiembre pasado me asombró una conversación que se entabló durante una conferencia sobre ética médica que mi esposa organizó en el St Anne's College de Oxford. Una oradora, Melanie Philips, usó la expresión "la santidad de la vida humana". Un audaz e inteligente filósofo interrumpió: "Un momento, revisemos esa expresión... la santidad de la vida. Quizás usted tenga razón, quizá la vida humana sea sagrada para nosotros. Pero no lo sé con certeza. ¿Por qué la vida humana debería ser sagrada?".

Fue para mí un momento escalofriante, y muchos a quienes les describí el episodio también tuvieron esa sensación. Yo siempre había pensado que la santidad de la vida era una de esas verdades que los hombres y mujeres consideraban axiomáticas. No necesitaba demostración. Simplemente era así. Demostrarlo no es fácil. Dudo que yo pudiera demostrarlo. Pero no necesito demostrarlo porque sé que es verdad, así como sé que soy un ser humano. Creo que la mayoría de nosotros pensamos así. Hay varias creencias relacionadas con la conducta, la moralidad y la civilización que son tan manifiestas que la solicitud de demostrarlas resulta perturbadora.

Y el siglo veintiuno nos depara este tipo de perturbación. Todas las certidumbres axiomáticas acerca de la vida humana serán cuestionadas por los innovadores que planean usar nueva tecnología para mejorar la condición humana, tal como los nazis y los comunistas planeaban usar el estado con el mismo propósito. Hay continuidades entre las dos formas de ingeniería humana y social. El plan nazi era purificar la raza humana por medio de una forma de eugenesia que implicaba la eliminación de judíos, gitanos, eslavos y otros tipos de Untermenschen. La eugenesia comunista suponía la eliminación de la burguesía explotadora y la introducción de un ser humano nuevo y purificado, sin instinto de adquisición. Mirando hacia atrás, cuesta decidir cuál era el disparate más peligroso. Ambos suponían el asesinato en gran escala, y ambos partían del supuesto de que los que poseen la autoridad tienen derecho a establecer las reglas morales mientras proceden. Los innovadores que intentarán tomar el poder y cambiar las reglas de la vida humana en el siglo veintiuno también sienten desprecio por la moralidad absoluta, y creen que la moral y el derecho deberían ser relativos, y modificarse en ocasiones para adecuarse a la conveniencia de hombres y mujeres.

Ya están cumpliendo su voluntad. El año pasado, tan sólo en Gran Bretaña, 168 mil niños nonatos fueron destruidos legalmente, y la cantidad de abortos realizados legalmente en el mundo supera la cantidad de muertos por las tiranías nazi y comunista. En el otro extremo de la vida, la eutanasia ya es legal en Holanda, o al menos queda impune, y se realizan campañas para introducirla aquí y en todas partes. El aborto y la eutanasia son sólo el pedestal sobre el cual los innovadores se proponen, durante el siglo veintiuno, erigir un sistema donde se les deje hacer con la vida humana cualquier cosa que permita la tecnología.

El papa Juan Pablo II ha escogido este momento para publicar su nueva encíclica El evangelio de la vida. Refirma enérgicamente la santidad de la vida humana como absoluto; defiende la vida humana en todas sus manifestaciones de una manera que está robustamente arraigada en la ley natural y divina, inexpugnable, inalterable y eterna, y -a despecho de los especiosos argumentos de tribunales y parlamentos, de filósofos y aun de clérigos- identifica todos los actos que ponen fin a la vida humana inocente como formas de asesinato. La enseñanza del Papa sobre la vida humana es internamente coherente, valerosa y ajena a la moda, una doctrina difícil de seguir, como lo es toda buena enseñanza, y será resistida, ridiculizada y maldecida por todas las fuerzas malignas del mundo moderno.

Que este maravilloso anciano viva para ver el año 2000, de modo que su voz frágil pero firme y clara pueda dar el trompetazo de la verdad absoluta en la alborada del siglo veintiuno, antes que los agentes de la muerte se pongan a trabajar en ello.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=3842 el 2006-02-08 18:24:46