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¿Podrá Francia contra la invasión americana?

El último signo de desesperación oficial francesa ante el estado de su lengua es la ridicula propuesta de Maurice Druon, el secretario perpetuo de la Academia Francesa, de que los franceses e ingleses hagan causa común contra la amenaza que plantean para ambos los americanismos, y de que manifestemos esta nueva solidaridad con los franceses creando una Academia Inglesa. Monsieur Druon es un hombre simpático y tal vez inofensivo, pero su propuesta me suena artera. Me recuerda la solicitud de Paul Reynaud, primer ministro francés en junio de 1940, de que los británicos dedicaran todos los recursos de la RAF a la Batalla de Francia, ya manifiestamente perdida, en vez de reservarlos para la Batalla de Inglaterra.

La causa del idioma francés como instrumento de política estatal está perdida. Cuando el cardenal Richelieu creó la Academia hace 361 años, en 1634, tenía un objetivo claro. El francés hablado y escrito era bastante caótico, con pocas reglas gramaticales convenidas y poca uniformidad en la ortografía. Era preciso clarificar y ordenar, y gradualmente se hizo. Igualmente importante -quizá más importante para Su Eminencia- era el hecho de que apenas una pequeña mayoría de los habitantes de la Francia de entonces -menos de la mitad de los que viven dentro de las fronteras modernas de Francia- hablaban francés.

El objetivo de la medida era afrancesar la zona que se encuentra entre los Pirineos al sur, los Alpes al este y el Rin al noreste. En tiempos de Richelieu los franceses hablaban varias lenguas, y sólo en la segunda mitad del siglo diecinueve hablar francés se convirtió en norma en todo el territorio de la Francia metropolitana. El francés no logró avanzar hasta el Rin; en Bélgica todavía ruge la batalla por la supremacía entre el francés y el flamenco, y es probable que estalle con violencia en cualquier momento. Con el tiempo, después de mucho derramamiento de sangre, los franceses ganaron la batalla contra el alemán en Alsacia, pero en el Sarre la perdieron recientemente. Creo que puede decirse que la estrategia de Richelieu triunfó a largo plazo.

Richelieu, sin embargo, no previo la amenaza de las modernas comunicaciones de masas, especialmente la radio, la música pop, el cine, la televisión y las revistas, que han permitido que el inglés -que ni siquiera competía hacia 1630- invadiera Francia con efectivos aerotransportados. El idioma común no es meramente demótico, sino democrático. Es un campo donde la masa decide y su decisión se transmite hacia arriba, no al revés. La lengua anglofrancesa derrotó al francés en Inglaterra en el siglo catorce, aunque originalmente el francés contaba con todos los recursos del Estado y la clase dominante. Ahora el anglosajón se desplaza por las ondas aéreas y cruza el Canal de la Mancha.

Los esfuerzos de la Academia para combatir la invasión quizá resulten contraproducentes. Al oponerse a las tendencias populares, siempre ha perdido cada batalla, desmoralizando a sus simpatizantes en el ínterin. En los años 1815-30, por ejemplo, bajo su feroz secretario perpetuo, Louis Simón Auger, realizó una campaña en gran escala, en nombre del clasicismo literario, contra las fuerzas del romanticismo, lideradas por las obras de Byron, Scott, Goethe, Schiller y otros. El 24 de abril de 1824 Auger pronunció un monumental discurso en la Academia, acusando a los románticos extranjeros y sus quintacolumnistas franceses de subvertir las leyes de la literatura francesa y dividir el genio nacional. Cinco años después fue manifiesto para todos que la campaña había fracasado, y el desesperado Auger se suicidó.

Los jóvenes franceses no prestarán atención a la Academia, cuyas absurdas piruetas a favor del francés oficial son una vergüenza para los tradicionalistas franceses, que deploran la expansión del frangíais. El año pasado, la Academia respaldó una insidiosa ley que intentaba usar el enorme sector público de Francia para castigar el uso de palabras anglosajonas prohibidas mediante enormes multas. El Tribunal Constitucional francés la declaró ilegal, alegando que infringía la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789. Pero la ley habría sido infringida de todos modos. Los jóvenes franceses están introducido palabras inglesas incluso para nombres, verbos, adjetivos y adverbios comunes porque las encuentran más expresivas y estimulantes que los viejos términos franceses: son nuevas, modernas, in. El único modo de repeler la invasión es que Francia produzca grandes escritores que usen la lengua tradicional de modo aún más expresivo. Pero no hay signos de ello: la literatura francesa está aplastada bajo el peso muerto de los subsidios estatales, los mayores del mundo.

No tenemos una amenaza comparable desde Estados Unidos. Muchos americanismos son atractivos, y los mejores escritores jóvenes ingleses los usan con habilidad, así como aprovechan muchos buenos australianismos. La literatura inglesa mundial, con su idioma, es un sistema de colonización mutua. Influimos en Estados Unidos tanto como ellos influyen en nosotros. Pronuncio muchas conferencias para público americano de empresarios, políticos y académicos; he aprendido a articular de un modo que les permita comprenderme sin esfuerzo -muchos oradores ingleses no se molestan en hacer esto en Estados Unidos- y noto que aprecian mi exposición. A menudo me felicitan por la "pureza" con que hablo y pronuncio el inglés. En todo caso, los ingleses están colonizando los medios norteamericanos, especialmente en sus niveles superiores.

En cuanto a la fundación de una Academia Inglesa semejante a la francesa, se derrumbaría ante el primer escollo, el de escoger a los "cuarenta inmortales". Imaginemos la alharaca que haría John Major. ¿A quién escogería como primer secretario perpetuo, a su amigo Jeffrey Archer? Los ingleses siempre se han opuesto a la centralización cultural y a la prepotencia estatal a la francesa. William Hogarth, que virtualmente creó la escuela inglesa de pintura, se oponía incluso a la fundación de la Royal Academy. ¿Hoy quién puede negarle la razón? Actualmente el dictador modernista Nicholas Serota intenta crear un imperio centralizado que huele a franchute y controlaría todos los museos nacionales de arte. Escribiré sobre esto en breve y estoy seguro de que con el tiempo el espíritu inglés lo derrotará. En cuanto a una Academia Inglesa de Letras que legislara sobre los infinitivos y luciera uniformes con galones de oro, espadas y sombreros vistosos, con algunas mujeres simbólicas y un negro reglamentario, combatamos la idea a carcajadas.

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