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El misterio de un idilio de hace cuarenta años

En ocasiones aparece un documento que arroja un brillante rayo de luz sobre un rincón oscuro del pasado y resuelve un misterio que nos inquietó durante décadas. Eso me sucedió el otro día cuando recibí un ejemplar de Between Friends, la correspondencia de Hannah Arendt y Mary McCarthy entre 1949 y 1975. Lo compré después de leer una demoledora reseña de David Prycedones en esta revista y esperaba, como él, divertirme con el humor involuntario de estas dos pomposas señoras izquierdistas mascando el bolo de la Guerra Fría. En cambio, me encontré con la conmovedora y trágica solución de un acertijo que me había intrigado desde 1955. La pregunta era si mi viejo amigo John Davenport había tenido un idilio espectacular con Mary McCarthy o no.

Perry Worsthorne, a quien Davenport había enseñado literatura inglesa en Stowe, sostenía que el romance era una realidad y se había prolongado "durante años". El difunto John Raymond, por su parte, afirmaba que era una fantasía, una de las muchas en que se regodeaba Davenport. Todos admirábamos a Davenport por su ingenio y erudición. Nos reuníamos los sábados en una mugrienta taberna de King's Road llamada Commercial (hoy refaccionada y rebautizada Chelsea Potter). Por temprano que llegáramos, Davenport siempre estaba antes que nosotros, sentado a una mesa, "despejando mi correspondencia", decía él. Tenía muchos sobres desparramados sobre la mesa, escritos con su letra exquisita, y cuando llegábamos los recogía y los guardaba, pero no sin que hubiéramos tenido oportunidades de sobra para leer a quién le escribía: "Duque de Wellington", "Dylan Thomas", "Princesa Luisa de Borbón-Parma", "T. S. Eliot" y otros nombres rimbombantes. Por un tiempo, también figuraron en su colección cartas dirigidas a Mary McCarthy, y las preguntas al respecto eran respondidas con significativas evasivas e insinuaciones taimadas.

John Raymond sostenía que toda la correspondencia de Davenport era fantasía y los sobres desparramados sobre la mesa sólo estaban destinados a impresionarnos y nunca se despachaban. ¿Por qué iban a ser diferentes los sobres dirigidos a McCarthy? No obstante, Billy Hughes, un abogado rico que también pertenecía a nuestro círculo, insinuaba oscuramente que había algo más, y que tendría un par de anécdotas para contar si no estuviera restringido por su ética profesional y demás monsergas (un recurso que usaba cuando deseaba hacer alarde de un conocimeinto que quizá no poseía). Parecía improbable que Davenport -un hombre maduro, musculoso, cuadrangular (había sido luchador o boxeador en un tiempo), con el rostro rojo como un ladrillo, agobiado por un matrimonio infeliz, sus deudas, la bebida y la falta de productividad-, hubiera seducido a McCarthy, que aún era atractiva y estaba en la cúspide de su fama. Pero no estábamos seguros. Era imposible preguntarle a Mary, que visitaba Londres de vez en cuando: a lo sumo, se andaría con indirectas.

Ahora la respuesta está a la vista. En efecto, ella se enamoró de Davenport cuando lo conoció en Roma, en el Hotel d'Inglaterra, en mayo de 1956. Tuvieron una aventura amorosa. Como ambos estaban casados, era preciso ocultarse, y McCarthy viajó secretamente a Londres en el verano para continuar el idilio, comunicándole extasiada a su corresponsal: "Querida Hannah, ha sido maravilloso, más de lo que yo podría concebir en abstracto". Pero durante el invierno de 1957, cuando el Atlántico los separaba, Davenport había dejado de responder a sus cartas, así que McCarthy, cuando regresó a Londres en la primavera de 1957, aprovechó un airoso aparte de Davenport: "Te daré el número de mi primo, Billy Hughes, por si te cuesta encontrarme".

Una carta que McCarthy le escribió a Arendt el 21 de mayo cuenta el resto de la historia. "Llamé al primo, el abogado de Belgravia, que dijo que concertaría una cita esa tarde en su apartamento. Enviaría un telegrama, "pues el teléfono de los Davenport estaba clausurado por falta de pago", y si el telegrama no recibía respuesta Hughes enviaría a su ama de llaves. McCarthy llegó al "elegantísimo apartamento de Belgravia" a las seis menos cuarto, y allí la esperaba el "señor Hughes, un hombre alto y moreno de corbata blanca y chaqué". El ama de llaves partió en un taxi para buscar a Davenport. Al cabo de treinta minutos, dijo Hughes, tendría que asistir a una cena oficial a la que asistiría el duque de Edimburgo, así que no podía retrasarse. Entretanto hablaron de Davenport.

McCarthy se sorprendió cuando Hughes le aclaró que no era primo de Davenport. "¿Primo? ¿Eso le dijo?" y se rió nerviosamente. "No soy su primo. No somos parientes." Y añadió: "Creo que será mejor que le aclare que John es un mentiroso patológico". McCarthy comenta: "Bien, Hannah, así fue como empezó todo. Sus antepasados. Todo lo que me había dicho sobre él y su noble linaje era mentira". Hughes le contó que el padre de Davenport era "un borracho que escribía letras de canciones" y su madre "una actriz", pero que Davenport fingía "estar emparentado con todos en Debrett". En cuanto a su afición a la bebida, "era mucho peor de lo que yo podía imaginar". Se pasaba la vida en las tabernas, "embriagándose como un animal". No se podía hacer nada por él porque mentía. También robaba "libros y chucherías", como los ceniceros de plata de Hughes. "Robaba libros del Observer y los vendía, todos los reseñadores de Londres lo sabían." Y, dijo oscuramente Hughes, "alardeaba". Se había jactado de su idilio con ella. Por suerte, aclaró Hughes, tenía tal fama de embustero que nadie le creyó.

A estas alturas, cuenta McCarthy, estaba "a punto de desmayarme". El ama de llaves, a quien ella llama Evans pero que en realidad se llamaba Walsh, regresó sin Davenport. Se la veía contrariada, y Hughes comentó: "Creo que le tiene miedo [a Davenport]". Hughes añadió que era un hombre violento. Su esposa había tenido un colapso "tratando de criar a sus hijos en esas temibles condiciones". En vez de ayudarla, "John anda por Londres diciendo que está loca". Ambos se fueron en un taxi, Hughes para su cena, McCarthy para el hotel.

McCarthy le comenta a Arendt: "Lo cierto es que le tengo tanto afecto como siempre, aunque quizás este sentimiento no duraría si lo viera. Desde luego, este afecto no tiene esperanzas ahora que Hughes me dice que él es incorregible, y le creo". Fuera como fuese, el idilio terminó bruscamente. Ignoro por qué Billy Hughes desilusionó tan brutalmente a McCarthy. Solía sentir envidia de la felicidad de sus amigos, aunque en general era buena persona. Y la mayor parte de lo que dijo era verdad. Es una historia triste. Los protagonistas ya han fallecido, pero es un alivio haber aclarado el misterio.

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