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Los protodoumentos de la escuela de las manchas

La unanimidad de la opinión crítica y editorial acerca de la ridicula muestra de Cézanne en la Tate Gallery refleja en qué medida el arte moderno ha lavado el cerebro de nuestra triste nación, ignorante en materia de arte. Cézanne es una figura clave para quienes han convertido el arte elevado en mera moda. Era hijo de un prestamista de Aix y tuvo el mérito de aspirar a algo más noble en su vida. Durante medio siglo luchó para volcar la naturaleza tal como la veía, y contra muchas circunstancias: falta de talento natural, formación precaria en una escuela de arte de segunda, temperamento explosivo -con lo cual no tenía amigos y no podía aprender de otros artistas- y un temor compulsivo a las mujeres que le impedía dibujar a partir de modelos vivos. Fracasó; no hubo nada que él hiciera que muchos otros pintores no hubieran hecho mejor. No obstante, fue exaltado por las galerías comerciales aun en vida, y así brindó la primera prueba positiva de que el arte y la destreza se habían despedido. Sus obras se convirtieron en los protodocumentos de la escuela de las manchas. Los estafadores avanzaron y poco a poco capturaron todas las posiciones de poder en el mundo del arte, y las han retenido durante más de cincuenta años. Artistas ambiciosos, sin escrúpulos y engreídos aprenden que pueden ganar alabanzas y amasar fortunas sin la menor necesidad de talento, por no mencionar el genio, siempre que tengan olfato para la moda. En la mayoría de las escuelas de arte de hoy no se considera necesario que los estudiantes adquieran aptitudes de ninguna clase, salvo para la autopromoción.

Curiosamente, en los cientos de miles de jadeantes palabras publicadas en la última semana acerca de las "obras maestras" de Cézanne, no se explica jamás por qué son dignas de admiración. Y esto no es sorprendente. No puede hacerse. Hasta Gombrich falló, aunque, desde luego, no puso mucho entusiasmo, porque él ama la belleza en el arte y odia las camarillas. Casi todo lo que se ha escrito sobre Cézanne es jerigonza pretenciosa o seudoteórica. Recuerdo que Tom Boase, que fue director del Courtalud y luego presidente del Magdalen, trató de lavarme el cerebro en 1949, frente a los Jugadores de naipes, con palabrejas acerca de la "perspectiva invertida", meros dislates, como le dije en su momento. Nadie ha podido explicarnos por qué nos deben gustar las bañistas de Cézanne, algunas de las cuales fueron copiadas de viejos dibujos que el pintor había hecho con modelos masculinos, o con estampas recortadas de revistas, y que son, sin excepción, deformes, grotescas y horrendas. La única persona a la que le gustaban de verdad era Henry Moore, quien admitía sin rodeos que tenía un gusto perverso por las formas femeninas abundantes y toscas, y quien persuadió a un débil director de la National Gallery, sir Philip Hendy, para que se gastara medio millón -una suma colosal en 1964- para comprar la peor pintura de toda esa serie de engendros. Estos cuadros espantosos obligan a los estaj ano vistas de la industria de la chachara a aumentar su producción. Así el Times, en un editorial (¡vaya!) de abrumadora idiotez, las saluda como "extrañas, enormes mujeres de arrolladora mansedumbre". Es verdad que estos monstruos tienen cierta relevancia en una época de travestidos, marimachos, afeminados, transexuales e invertidos.

¿Entonces por qué los cultivadores del arte moderno, que han logrado lavar el cerebro del país, según se refleja en los medios, ponen los pies en polvorosa? Porque están muertos de miedo. Es como si sintieran terror de que la descarada impostura del arte moderno fuera a derrumbarse súbita e inexorablemente, como el comunismo soviético al cabo de siete décadas de tiranía triunfal. Ya he llamado la atención sobre este nerviosismo, que explica por qué no toleran la menor diferencia. En los últimos cuarenta años, sólo ha habido cuatro críticos de arte destacados en Gran Bretaña. John Berger ahora vive en su exilio suizo. Peter Fuller ha muerto, y los modernos han interrumpido las magníficas conferencias que se hacían en su honor. Giles Auty, que escribía en esta publicación con admirable coraje, rechazando rotundamente a los falsos dioses del arte contemporáneo, ha tenido que viajar a Australia para ganarse el sustento que aquí se le niega. Y Brian Sewell, que con gran brillantez denunciaba los excesos del arte actual en el Evening Standard, fue objeto de la más concentrada campaña de veneno jamás lanzada contra un crítico británico. Los modernistas querían expulsarlo y silenciarlo. Su director, a pesar de la presión, lo respaldó. Pero Sewell, una figura nada mundana cuya vida está totalmente consagrada a los ideales estéticos, quedó obviamente conmocionado por el odio y la vehemencia de sus perseguidores.

Ahora comienza una nueva fase. El objeto de su ataque es la Royal Academy. Esta vez el moderno en jefe, Nicholas Serota, que normalmente delega la guerra de guerrillas en sus subalternos, ha decidido mostrarse. Su poder personal ya es más grande que el de cualquier funcionario en toda la historia de la pintura en Inglaterra. Controla la Tate a gusto y sus síndicos aprueban todas sus decisiones. Pronto estará a horcajadas sobre el Támesis con su triunfalista palacio de Bankside, cuyos gastos se costearán con los peniques de los pobres, procedentes de la lotería. Sus tentáculos se extienden hasta la Tate de Liverpool en el norte y la Tate de St. Ivés en el oeste. Sin duda tiene mayores ambiciones, aunque lo niegue, y querría ser el equivalente inglés del director de arte francés, quien, siguiendo la tradición napooleónica, controla todos los museos estatales del país. Una dictadura de Serota en el arte británico es una posibilidad siniestra.

Entretanto, los modernos atacan la Royal Academy. Esta fundación independiente, dirigida por sus miembros y asociados, ha presentado en las décadas recientes una resistencia mínima contra la ideología del arte actual. En realidad, el último presidente de la Academia que se resistió contra el embate de los modernos, sir Alfred Munnings, dimitió en 1949. La muestra estival de la Academia admite una creciente cantidad de abstractos, manchas y otras bazofias. Pero, a su manera limitada, la Academia aún exhibe obras que revelan habilidad y rigor, además de la creencia en la pintura como una vocación noble y no como una estafa comercial y una búsqueda de poder. Esto enfurece a los modernos artistas. La Academia, a pesar de sus vacilaciones, sigue siendo el puesto de avanzada de una civilización que ellos desean destruir. Así que ahora están organizando algo sospechosamente parecido a un alzamiento. Con la ayuda de los quintacolumnistas de la Academia, convocan a una reunión que bien podría terminar dejando la muestra estival en manos de los modernos. La reunión será presidida por Julia Peyton-Jones, que dirige la Serpentine Gallery, fortaleza del arte contemporáneo en Hyde Park. Amenaza con ser una de las ocasiones más totalitarias desde la célebre exposición hitleriana de arte degenerado. Todos los que se interesen en la pintura y la escultura -y somos cada vez más, a pesar del incesante lavado de cerebro- deberían presionar a la Royal Academy para que la reunión esté abierta al público.

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