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Dios es Amor (I)
La Encíclica, fechada el 25 de diciembre de 2005 y que ha visto la luz un mes después, consta de dos partes enunciada en 42 puntos. La primera parte acaba en el punto 18 con el prólogo y la segunda en el 42 incluyendo los dos de la conclusión.
Para quien haya leído algunos libros de Benedicto XVI, antes de ser elegido Papa, convendrá en la capacidad intelectual que posee de ir al núcleo del tema que trata partiendo de un texto evangélico o una frase breve. Suele servirse de un punto de apoyo basado en la Escritura, los Santos Padres o el Magisterio para remover a fondo y facilidad pasmosa, con la palanca teológica, la cuestión elegida.
No parece que esté en su mente escribir muchos documentos, al menos de este rango magisterial. Más bien se intuye, algo ha dicho del asunto el Papa, que pretende lo contrario y sí subrayar los ya emanados por su predecesor, el siervo de Dios, Juan Pablo II.
No obstante, y siguiendo su modo de proceder intelectual, en esta Carta Encíclica Deus Caritas est, va al núcleo del cristianismo: Cristo, en el que encontramos al Dios, que es Amor, humanado. En Cristo se contempla el rostro humano de Dios y se divisa la faz divina del hombre, como repetía el Papa anterior.
El mismo título de la Encíclica, sus tres primeras palabras, Dios es Amor, de la primera Carta de San Juan, es el punto de apoyo del que se servirá para tratar con la máxima hondura la esencia divina de la que el hombre participa justamente por haber sido creado a su imagen y semejanza.
PARTE PRIMERA
La primera parte de ella tiene un carácter más especulativo, de investigación, pero que es esencial para precisar algunos puntos del amor de Dios, tales como el modo misterioso y gratuito de ofrecerse al hombre y, a la vez, -esto es clave- la relación intrínseca de dicho amor con la realidad del amor humano.
¿Qué removerá con la palanca de esta relación amor divino y humano y el punto de apoyo Dios es Amor? Tratará de ayudar y socorrer en concreto al pobre, al necesitado, al desvalido, etc., que siempre existirán en la tierra.
Comienza matizando los diversos términos utilizados para significar amor, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo y escritos de autores clásicos de la antigüedad. Se detiene en el eros, amor entre hombre y mujer; comenta de pasada el término philia, amor de amistad, que utiliza el Nuevo Testamento para indicar la relación entre Jesús y sus discípulos. Especial hincapié se hace en el término ágape, como novedad cristiana de amor. Es la expresión bíblica de amor al que se llega por la purificación y maduración del eros y que va siempre acompañada de renuncia.
Contempla Benedicto XVI estos textos desde un ángulo profano pero, sobre todo, se centra en la Sagrada Escritura en busca de su conexión. En efecto, en el Cantar de los Cantares, se da el paradigma de esa transformación del eros en agapé. Las poesías contenidas en ese libro sagrado fueron escritas, parece ser, para una fiesta nupcial israelita, en la que se debía exaltar el amor conyugal. Allí la palabra dodim, es un plural que expresa un amor en búsqueda, aún inseguro. Más adelante es remplazado por el término haba que expresa la experiencia del amor como verdadero descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta del anterior. El término haba tiene una tradición fonética similar al de ágape.
Un amor así, ágape, es puro y aspira a lo definitivo. Un amor que abarca la existencia entera de la persona en todas sus dimensiones; tanto en lo que implica exclusividad -sólo esta persona-; como en el tiempo, es decir "para siempre".
La distinción entre el eros y agapé no admite antagonismo, contraposición. El cristianismo asume y diviniza lo humano, no se opone ni corre paralelo. Quien no lo vea así, pues así es, desvincularía el cristianismo de las realidades humanas a las que está sustancialmente unida. Olvidaría que desde que el Verbo se ha hecho verdadero Hombre en Cristo, ya todo lo humano -si de verdad lo es- no puede dejar de ser cristiano.
Este amor divino, agapé, camina en vía "descendente" a toda la realidad humana mientras que el amor humano, eros, ha de ir por el camino de la purificación y maduración "ascendente" hasta salir de sí mismo (éxtasis) en busca del amor divino. Transita del eros al ágape.
Las dos dimensiones del amor corren a converger y no paralelamente, justamente porque la fe bíblica no construye un mundo ajeno, paralelo o contrapuesto al fenómeno humano dado que éste ha sido creado a su imagen y semejanza.
Recuerda Benedicto XVI como Dios toma a Israel, su pueblo, como un amor esponsal. En el Antiguo Testamento, Oseas y Ezequiel así lo tratan. El eros de Dios con el hombre es el ágape y lo es porque se da a él del todo, sin ningún mérito anterior y siempre le perdona.
Este amor de Dios por el hombre hace cumbre en la Encarnación y va cresteando hasta el cenit del Calvario, hasta la entrega en la Eucaristía. Allí el Logos, la sabiduría eterna, se hace por amor, verdadera comida. Dios se entrega de tal manera que nos da a comer su Carne y a beber su Sangre con lo que se entiende que a la Eucaristía también se le llame Ágape.
Que de este mismo Pan se alimenten todos a los que Cristo se entrega se deduce -dice la Encíclica- la unión con Cristo de todos. Únicamente se puede pertenecer a Cristo quien está unido a todos los que ya son suyos o lo serán.
La siguiente reflexión que trata la Encíclica Deus Caritas est es el amor a Dios y al prójimo como mandato. Sabemos que el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio una oración que compendia el núcleo de su existencia: "Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas" (6, 4-5). Jesús, acoge todo esto en un único precepto, pero uniendo al mandamiento del amor a Dios, el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (19, 18).
Pasa el Papa, para terminar esta primera parte de su Encíclica, a profundizar sobre una cuestión que parece difícil de resolver. ¿Se puede amar a Dios si no se le conoce? De hecho, San Juan dice que quien no ama a su hermano a quien ve ¿cómo va a amar a Dios a quien no ve? Otro escollo por resolver es: ¿se puede, acaso, "mandar" amar? Resuelve la cuestión con gran sencillez. San Juan está, justamente, subrayando con sus palabras la necesidad de que tanto el amor a Dios como al prójimo -que es el que me necesita- son inseparables. Por otra parte, ya lo creo que conocemos a Dios. Quien conoce a Cristo, conoce al Padre, conoce a Dios. Dios se ha hecho visible de muchas maneras: en la historia de amor que nos narra la Biblia, en la Iglesia, en los Sacramentos -especialmente en la Eucaristía-, en la liturgia de la Iglesia, etc. Y en cuanto a si se puede "mandar" amar, no olvidemos que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un "mandamiento", sino la respuesta al don del amor, con el cual viene Dios a nuestro encuentro en el prójimo, en ese hombre que nos necesita.
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