» Historia de la Iglesia » Papas y Antipapas » Benedicto XVI » Documentos de Benedicto XVI » Deus caritas est » Comentarios a Deus caritas est

El corazón de la fe cristiana

El Papa Benedicto XVI dedica su primera Encíclica al corazón de la fe cristiana, que no está en la ética ni en las ideas, sino en el encuentro con una Persona, Jesús de Nazaret.

1. Su primera parte, es una reflexión sobre el auténtico amor. Es un intento de desmentir la difundida sospecha de que el amor divino es enemigo del amor humano, es decir, que para ser plenamente hombre es necesario abandonar de Dios. ¡Todo lo contrario! Dios no es adversario del hombre, sino su mejor aliado. La existencia humana sólo alcanza su plenitud en Cristo, por eso, con gran fuerza y convicción, al inicio de su Pontificado, Benedicto XVI exclamó: "¡No tengáis miedo de Cristo! Él, lo da todo y no quita nada".

El auténtico amor humano es expresión del amor divino, por eso la relación entre Dios y su Pueblo es presentada en la Biblia con la metáfora del noviazgo y el matrimonio. El invisible amor de Dios se hace visible y palpable en el amor entre un hombre y una mujer: por eso el libro bíblico favorito de los místicos es el Cantar de los cantares, cuyas apasionadas poesías son originalmente cantos nupciales de amor humano. El mejor ícono del amor divino es el amor humano, que es exclusivo y definitivo; que exige plenitud y eternidad; que ansía "ser para el otro", en plena disponibilidad, para perderse a sí mismo en favor del amado. En este carácter definitivo que ansía y exige el amor humano, se funda la indisolubilidad matrimonial.

El amor divino es la fuente del amor y no una copia deslavada: Dios ama con toda la pasión de un verdadero amor. Esta realidad alcanza su cumbre en Cristo que da carne y sangre a estas metáforas y reflexiones, en un realismo inaudito. Este modo de amar, que es Cuerpo entregado y Sangre derramada, se vuelve la medida de todo amor. Por ello, la Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana.

2. La segunda parte de la Encíclica, invita a cumplir el mandamiento del amor al prójimo. Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano, y, por tanto, la preocupación por el bien de todo hombre, de todo el hombre y de todos los hombres, es tarea esencial de la Iglesia. La comunidad eclesial debe trabajar por el bien del hombre en estrecha colaboración con las instituciones humanas: Ni debe sustituir al Estado, ni debe renunciar a luchar por la justicia; recordando siempre que la sola justicia es tan necesaria como insuficiente para alcanzar el bienestar de los hombres. Siempre será necesario el amor.

La Encíclica llama a reconocer que el amor gratuito hacia los demás no es optativo, sino una tarea propia y esencial de la Iglesia. En síntesis, el Papa invita a vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo. La autenticidad de los cristianos se pone a prueba en su caridad.

En la conclusión destaca a los Santos, en especial a la Madre Teresa de Calcuta, cuya acción por los "más pobres de los pobres" es reconocida por el mundo entero. Su amor es fruto del encuentro con Cristo en la oración, y por ello -insiste- el que reza no pierde su tiempo.

La Encíclica termina con una hermosa oración a María, pues ella nos enseña qué es el amor, dónde tiene su origen, y su fuerza siempre nueva.

Si alguien esperaba una encíclica llena de novedades, que llamara a grandes transformaciones y cambios, puede quedar más que satisfecho. La Encíclica apunta precisamente a la reforma más profunda o, mejor, a la renovación más radical, porque indica la raíz de la existencia humana y cristiana: el amor. No hay bases más sólidas para una renovación, y no hay realidad más desafiante para la conversión, que encontrarse con el amor de Dios, que impulsa el don de sí mismo. No hay reforma más drástica que la que exige el amor auténtico: el amor, y sólo el amor, arranca lo mejor de nosotros mismos, pues "Dios es amor".