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Yo no soy albino

Pero, ¡por supuesto!, podría decir cualquiera de mis lectores, que me haya visto alguna vez. El virtual monje numerario (sic) del Opus Dei que aparece en el Código de Da Vinci sí lo es.

Una de las ideas sobre las que está montada nuestra civilización, es la aceptada superación de la ficción por la realidad. De muchas maneras esta idea es atacada desde variados frentes. Uno que se ha puesto de moda es el religioso. Tratar de establecer cualquier tipo de creencia ficticia, pero que tenga valor de mercado, es de las formas más utilizadas para tratar de quebrar nuestros vínculos con la realidad.

Un signo indeclinable de que vivimos tiempos de crisis, y posiblemente de decadencia es el de que el ciudadano común está dispuesto a creer cualquier cosa. Especialmente, cuando creer no me compromete de ninguna forma con aquello que me exige. Esta idea también es falsa porque termino perdiendo lo único que realmente poseo, es decir, aquello que soy.

Una variedad de este despropósito es lo que pretende el mal habido código: montar toda una teoría sobre el supuesto origen real del cristianismo, desnaturalizando sus fundamentos, mejor dicho su único fundamento: la persona de Cristo, el Hijo único de Dios. El famoso Jesús histórico del que tanto le gusta hablar a los más fervientes anticristianos, es sólo una caricatura del verdadero Cristo, heri, hodie, ipse, et in saecula. Esto significa que Cristo además de haber existido, hecho históricamente comprobado, sigue estando en su Iglesia. El verdadero Cristo el de los evangelios está vivo, es real, presente y cercano a cada uno.

Tratar de erigir la figura del emperador Constantino como el verdadero y único padre de nuestras creencias no deja de ser una forma estúpida de engañar a cualquier incauto ignorante. Desconocer la realidad de que el poder temporal fue reconocido y posicionado como tal desde los primeros tiempos del cristianismo es querer presentar una Iglesia del stablishment, que puede tener cabida en cualquier otra confesión menos en la Católica. Que se lo pregunten a los mártires, condenados bajo la acusación de idolatría porque se negaban a adorar al emperador.

Evidentemente, el negro Gámez no es albino, ni el Opus Dei lo que pretende señalar el Da Vinci Code. Se cae por sí mismo que Constantino no fue Pedro. Evidentemente, el señor Brown se aprovecha. Pero también, sin defecto, se aprovechan de él.

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