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Muerte a los infieles

El caso de Abdul Rahman hubiese sido muy idóneo para los buenos oficios de la Alianza de Civilizaciones que propugna Rodríguez Zapatero pero, sea como sea, Angela Merkel ya se la adelantado. Rahman es un ciudadano afgano que podría ser condenado a muerte en su país por haber adjurado de la fe islámica y convertirse al cristianismo. En el Afganistán liberado de los talibanes por la comunidad internacional aún puede ponerse en práctica el 'Muerte al infiel'. Exótico y trágico dilema para un Afganistán que busca la modernidad financiándose con la ayuda internacional.

La mejor solución transaccional que se tiene a mano es declarar loco a Abdul Rahman y así evitarle la pena capital que impone una interpretación del Corán adversa a quien se pase a otra fe. Paradójica desproporción cuando en Occidente los conversos al Islam tienen hoy más de cada vez más protagonismo. Notable problema para el presidente afgano, Hamid Karzai, tan mimado por la opinión pública europea y estadounidense. Es legítimo preguntarse que hacemos enviando ayuda económica a un país que tiene tan peculiar concepción de la libertad religiosa, aunque la verdad es que no sería la única ayuda económica exterior susceptible de sospecha razonable.

Habrá quien se pregunte que hacen los soldados españoles en Afganistán si a allí se dan casos como el del Abdul Rahman. El ejército español participa 'in situ' en el despliegue de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF), una operación de las Naciones Unidas bajo liderato de la OTAN. También había participado en la 'Operación Libertad Duradera' hasta el año 2004. Para ayuda al desarrollo de Afganistán el contribuyente español aportará 150 millones de euros. Hace unos meses, 17 soldados españoles murieron en un accidente de helicóptero en el noroeste de Afganistán.

En casos así, lo más suave que puede decirse es que el Corán admite versiones contradictorias. Un modernizador como Hamid Karzai queda atrapado entre la espada y la pared. Bajo la ley coránica, la muerte es el castigo por abjurar del Islam y declarar otra fe, aunque la sociedad islámica respeta teóricamente el derecho a cristianos y judíos a practicar su fe. En la realidad, los obstáculos son persistentes, del mismo modo que en los países islámicos resulta muy difícil abrir un templo cristiano o una sinagoga mientras en Europa las mezquitas abundan. El problema de la reciprocidad es muy real, pero no de tanta urgencia ahora mismo como la vida de Abdul Rahman. Para el prestigio exterior del régimen afgano -democrático, con un sistema constitucional lastrado por el islamismo- el dato es fundamental. Para la Unión Europea, los factores de inquietud son, por lo menos, dos: la pena de muerte y la carencia de libertad religiosa.

Afganistán requiere de un flujo extraordinario de financiación extranjera para poder librarse, de ser posible, de la inmensa corrupción generada por el tráfico de drogas. Con gran poder de desestabilización, el opio manda en gran parte de las tierras afganas. Para algunos analistas, el país ya es en la práctica un narco-Estado, con implicación de gobernantes y servicios de seguridad. En todo caso, lo evidente es que el gobierno de Karzai representa un avance cualitativo respecto a la imposición totalitaria y teocrática del régimen de los talibanes que Occidente derrocó en el año 2001 después del ataque contra las Torres Gemelas.

A Abdul Rahman le quedan pocas opciones para salvar la vida: regresar a la fe islámica o aceptar que le tomen por loco. Rahman se convirtió al cristianismo en los años que pasó trabajando en Alemania. Es detectable un gran deterioro de la idea de tolerancia si todo converso resulta estar loco. Si esta es la solución, la ley quedará como está en ese Afganistán que desea ser reformista con la sustanciosa ayuda de todo Occidente.