» Baúl de autor » José Jiménez Lozano
Significantes de Invierno
A la puerta de unos grandes almacenes, coronada por una luminosa representación de la escena del Portal de Belén, comento con un amigo mi sospecha de que pueda haber airadas protestas ciudadanas a cuenta si no de lo del Estado laico, sino por lo de la sociedad laica, que quizás exija también los grandes almacenes laicos, dado que, de otro modo, pueden quedar psicológicamente traumatizados muchos clientes, de alta sensibilidad, tal y como se argumenta en otros planos de la realidad social.
Bien pensadas las cosas, sin embargo, lo más probable es que esa escena bíblica ya haya sido asimilada como tradición o costumbre cultural, como perteneciendo al acervo del patrimonio histórico nacional de un país como esta vieja España nuestra del que es fama universal que siempre fue muy atrasada; e incluso también podrían quedar igualmente asimiladas hasta en las estanterías donde la modernidad colecciona mitos, antiguos y modernos, y de todos los gustos. Por ejemplo, junto a los inocentes relatos de Santa Klaus o Papá Noel, que presentados en un colegio como asuntos no históricos, han desencadenado iras en razón del trauma que eso podría producir a los niños, que, sin embargo ya deben de estar al cabo de la calle de todas estas cosas, aunque solo fuera porque a los viejos Reyes Magos a quienes antiguamente guiaba una Estrella singular y se encaminaban a Belén, ahora son conducidos y escoltados por la policía municipal, o por starlettes, y no van a ningún sitio. Y, al fin y al cabo, es lo mismo que ocurre con los viejos iconos o la música destinada al culto, que expulsados o dejados de lado en los servicios litúrgicos, desposeídos realmente de su significación, bien pueden buscar su supervivencia, si no todos en las salas de arte o salones particulares, quizás sí como promotores comerciales y efectivos publicitarios. Nunca el diseño, el turismo o el comercio pudieron soñar con tales patronos, los más altos logros artísticos de la vieja cultura en el viejo Occidente que, naturalmente, incluye a los romanos de Bizancio; y, si esas músicas e iconos encuentran un sector social donde se los aprecia, seguramente no hay mucho que decir, o no soy yo quien para emitir ninguna clase de mantra al respecto.
¡Quién sabe si, mañana mismo, quizás se celebre la Navidad en unos grandes almacenes, aunque sólo sea para poder ver allí un Portal de Belén! He conocido algunos ciudadanos soviéticos que iban de visita todos los domingos al Museo del Ateísmo, porque allí, en medio de caricaturas religiosas, más bien un tanto espesas y primarias, se podía estar ante un icono, que con su belleza, por lo demás, se comía toda aquella basura, y podían rezar ante él, incluso desgranando, luego o a la vez, toda la nomenclatura y glosa de obligado uso a propósito de la composición, los colores, las líneas, los estilos, y el momento de producción artística, en medio de la ignorancia y de la alienación medievales, como quería, y creo que sigue prescribiendo, la dogmática en estos asuntos
De hecho, por lo demás, ya hace mucho tiempo que las nuevas iglesias parecen naves industriales, o, como mucho, salones para asambleas populares o para tomar el té, y las viejas han sido acomodadas incluso serrando altares y haciendo mil transformaciones de retablos y pinturas hasta conseguir el estilo cuarto de estar apañadito y limpio, y con la enérgica presencia, igualmente, de la piedra y el hierro, un minimalismo ambiental, y, de modo paradójico en la religión de la encarnación y del principio de ex carne salus, de la exclusividad de lo abstracto. Desde luego que Mr. William Dowsing, el Comisario del Lord Protector para la destrucción de la idolatría papista en las iglesias de Inglaterra, no encontraría ciertamente muchas hermosuras que llevarse por delante. En su diario administrativo, anota, por ejemplo, en 21 de diciembre de l643 y en 2 de enero del 44, refiriéndose a la parroquia de Clement: Rompimos dentro 30 pinturas supersticiosas, varias de los apóstoles y del papa Pedro con las llaves, pero no sé si hoy podría hacer tales destrozos, dada la pura ausencia de materia en que hacerlos; ni tampoco sé si los señores puritanos se podrían escandalizar ahora con horrores semejantes a los que ellos denunciaban en el camarín u oratorio de la Reina Isabel I, esto es, la espantosa presencia allí de un crucifijo y dos hermosos candelabros de plata.
Porque, por lo demás, el paso del tiempo, la ignorancia, la incuria, el mal gusto, un cierto negocio, y, la pura bruticie de los jacobinismos del XIX y del XX entre nosotros, espléndidas hermosuras han sido destruidas y arruinadas; e incluso como programa artístico de demolición del arte y del mundo antiguos y sus perversidades, propusieron los señores surrealistas esta destrucción, y firmaron varias ardorosas proclamas para que se liquidara ese detestable arte antiguo y sus no menos detestables contenedores en nuestro país; e incluso les pareció escasa la barbarie llevada a cabo ante sus ojos. Y lo cierto es que la dogmática de la modernidad artística exige, en cualquier caso, a todo ese arte antiguo, no sólo desprenderse de su significante supersticioso, sino también de su misma sustancia cultural tan ligada a la historia y a los viejos conceptos de belleza, para poder obtener algún tipo de honorabilidad, reducido a sus formas. Así que se puede sorprender ahora mismo a un enseñante cavilando, ante una pintura como La Huida a Egipto, para esquivar las preguntas de sus alumnos sobre el significado de la escena, incluso si los periódicos y los otros media cuentan en ese mismo momento la huida de miles de gentes de satrapías sangrientas para salvar su vida o llevarse un pedazo de pan a la boca. Porque dogmática es también que no hay que contar historia de hombre ni dejar ver su rostro, ni la belleza de su cuerpo, ni el de la liebrecilla o el pájaro, ni el árbol.
Lo que pasa, no obstante, es que parece que de belleza, y de lo que con ella se cuenta, los ojos y el corazón de los hombres no pueden pasarse, sin disminuirse y dar en idiocia o en barbarie, y que hay, desde luego, quienes se percatan de ello, y reconstruyen la belleza destrozada por todos los puros o sin ánima que en la historia ha habido, ya que nuestro mundo es ciertamente de una infinita fealdad como decía Walter Gropius, y le ofrecen el gran don que necesita.
Los antiguos querían ir acompañados a la tumba por pinturas hermosas que les hiciesen compañía en su larga noche, pero, es dudoso que los hombres puedan prescindir de esa belleza en vida, e irán a buscarla donde se halle un puro eco de ella, aunque sea en un cartel publicitario navideño, porque ella es la que sigue guardando nuestra alegría y dignidad de hombres, y resguardándonos de la barbarie. No sé si nos quedan muchas más defensas.
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