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Siete síntomas de nuestro tiempo

Los psiquiatras nos hemos convertido en los nuevos consultores de la sociedad actual. Muchos los buscan al encontrarse psicológicamente mal. El que está perdido no sabe a donde va. Y necesita irse encontrando, recuperar la dirección, el rumbo, la trayectoria por donde uno circula de la mejor manera posible. ¿Qué ha pasado en las últimas décadas en nuestra cultura para que esto se haya producido, cuáles son las claves que explican este fenómeno de perder el derrotero y no encontrar el trazado para dirigir la vida personal hacia buen puerto? Veo mucha gente desorientada en lo fundamental. Malos tiempos corren cuando hay que enfatizar lo obvio. Y son muchos los factores que han contribuido a ese estar perdido, desconcertado, sin hacer pie y sin tener unos referentes claros, coherentes, firmes, que empujen con fuerza a toda la existencia hacia delante, luchando por superar los obstáculos que se vayan presentando. Para mí las variables que se entremezclan para originar este hecho son las siguientes:

1. Los cambios vertiginosos operados en los últimos años en cuestiones esenciales. Hoy la vida va demasiado deprisa, pero no me refiero sólo a su ritmo, sino también a los ingredientes que se alojan dentro de ella. Hemos cambiado más en dos décadas que en un siglo. Los avances, la técnica, las modernas investigaciones han revolucionado las formas de vida. Asistimos al desgaste de los materiales sólidos con los que se edificaban las ideas y las creencias. Y que daban firmeza, plenitud y felicidad a la vida. Todo arde en el mercado de la modernidad. Unas cosas queman y dan fuego; otras se desvanecen y dejan al hombre huérfano de los principales valores.

2. Se ha ido produciendo últimamente una especie de malversación de las palabras, que ha llevado al uso, abuso y falsificación de los conceptos primordiales. Hay toda una manipulación producida de aquí y de allá, que desdibuja y trivializa las nociones. Un ejemplo es el deterioro de las palabras amor y libertad.

3. El bombardeo constante de noticias e informaciones a través de los grandes medios de comunicación. Información minuciosa, milimétrica, precisa, casi siempre centrada en temas negativos o polémicos, que nos dejan fríos y desencantados. Información que no es formativa, que no hace al hombre más maduro, ni lo mejora ni enriquece. Su efecto va a conducir a lo que yo llamaría el síndrome del exceso de información. Esto se da no solo en este terreno, sino que se hace extensivo a los campos profesionales más diversos. Cualquier disciplina académica, la que sea, tiene hoy tal riqueza de datos, referencias, pormenorizaciones, investigaciones y reseñas, que uno se puede perder en esa selva de notas y citas, si no anda con cuidado.

Ese síndrome por exceso de referencias se compone de los siguientes síntomas: la persona que se encuentra embargada por él, está con ansiedad, inquieta, descontrolada. Pero la palabra que mejor la define es: aturdimiento por abundancia y dispersión de reseñas y datos.

Los mismos periódicos nos someten a un ametrallamiento muy similar. Es menester saber hacer una criba de todo eso que se recibe, sobre todo por higiene mental. Es menester descifrar el criptograma de datos que nos llegan como en cascada, unos detrás de otros. Hay que buscar las claves haciendo una labor de síntesis: quedarse con lo esencial, almacenarlo y tirar lo que estorba. Ese trabajo intelectual no es fácil y requiere un cierto entrenamiento en la tarea de separar el trigo de la paja.

Repito, desbordamiento por saturación: ofuscación transitada de perplejidad y confusión. El sociólogo francés Pierre Bourdie habla sobre ello en su libro «Sobre la televisión». El paisaje mediático constituye hoy una amenaza para la sociedad. Hay que buscar la justa medida. Mantenerse informado sin perder el equilibrio psicológico, ya que ese mundo tiene sus propias leyes y constituye un microcosmos al que hay que saber asomarse, si no quiere uno caer primero en la ansiedad, después en una cierta reacción depresiva y finalmente, perdido y sin saber a qué atenerse. Confuso a la hora de interpretar la vida y sus formas. Hipertrofia enfermiza que atiborra de mil cosas y que se desliza hacia una cierta indiferencia por saturación de contradicciones.

4. La presentación permanente de vidas conocidas sin mensaje interior. Aquí se lleva la palma la televisión. Da pena asistir al espectáculo permanente de los personajes que en ella aparecen: futbolistas (una y otra vez), las modelos (hoy tan de moda) y los artistas en sus más diversas artes. Pocas veces asistimos a una entrevista valiosa, profunda, de alguien que enseña otra visión de la jugada de la vida, distintas de esas tan manidas y sobadas.

Y no digamos nada de las revistas del corazón, a las que hay que dedicarles una mención especial. Interesa la vida ajena de los personajes conocidos, pero rota, truncada, hecha añicos. Hay un fondo morboso en esa inclinación. Y también pasar el rato trivializando la vida. Las desgracias ajenas gustan, porque compensan las propias. Se trata de pasar el rato sin más. Las revistas del corazón representan el mínimo denominador común de la cultura de masas. Mucha gente sueña con las cosas que le suceden a otros.

5. Todo esto va conduciendo a una ausencia de líderes. Líder es una palabra de procedencia inglesa, leader, que significa guía, jefe, conductor, persona que va delante enseñando con su tipo de vida un estilo superior de existencia. En esas personas, podemos ver los grandes argumentos repletos de sentido, atractivos, sugerentes, invitándonos a seguir en esa dirección. Esta ausencia lleva a uniformar a la masa en el peor sentido de la palabra, otorgándole la victoria a una mediocridad que se va imponiendo día a día.

6. El resumen de lo anterior termina en la desorientación moral. La moral es el arte de vivir con dignidad, como corresponde al ser humano. También, la moral es el arte de usar de forma correcta la libertad, poniendo en juego los mejores recursos de nuestra naturaleza. La costumbre de poner sobre la mesa lo más positivo que uno tiene. Las costumbres hacen y deshacen al hombre. Lo elevan y lo rebajan de nivel: refuerzan su libertad, o la reducen. La moral es la estética de lo mejor: Julián Marías en su libro «Tratado de lo mejor» dice que ésta afecta a la condición de la vida en su totalidad, que se dirige hacia el bien, viviendo a fondo en la verdad: «Lo óptimo es la meta de una utopía, mientras que lo mejor conecta con lo real».

Se desciende así hacia lo que ha llamado Gilles Lipovetsky la ética indolora y lo que yo he denominado la moral light, tejida e hilvanada de una tetralogía disolvente y giratoria, que acaba en el nihilismo:hedonismo-consumismo-permisividad-relativismo. Es la apoteosis de los escenarios nihilistas, en donde asistimos a una sociedad que ha perdido los puntos de referencia. De ahí transitamos hacia una desorientación moral al diluirse los criterios personales e ir más hacia los sociales. Erosión demoledora en la que estamos y que oscila entre la levedad y la dispersión, la sugestión por lo inmediato y el éxtasis de la facilidad.

¿Cómo orientarnos en un mundo tan cambiante, complejo y poliédrico? Los famosos eslóganes del 68 francés «disfruta sin trabas», «prohibido prohibir», «pedir lo imposible», han ido produciendo unos efectos imprevistos. Una sociedad desarmada moralmente va a la deriva, al desvanecerse sus fundamentos. Las fronteras entre el bien y el mal ya no tienen un trazado claro, se desdibujan entre los muchos hilos que trenzan el tapiz de lo que debe ser el hombre.

7. Llegamos así al relativismo moral. El relativismo como forma de pensamiento tiene un tono devorador, hace tabla rasa de todo lo que encuentra a su paso. Se produce así la absolutización de lo relativo.

Para evitar estar desorientado lo mejor es tener ideas claras sobre lo que es la vida y por supuesto, sobre uno mismo. Pero la formación no se improvisa: necesita estudio, tiempo y que los conceptos se vayan sedimentando.

Se necesitan modelos de identidad fuertes que enseñen las claves para vivir. Enseñar es seducir por encantamiento, descubrirle a alguien pistas, vertientes, parajes de luz que arrastren de forma sugestiva hacia valores seguros, sin caducidad. Y transitar por ellos. Lo que debe regresar es el restablecimiento de la coherencia esforzada que lucha titánicamente por no dejarse llevar por la moda del momento, que hoy es de un color y mañana de otro. Hay que expulsar del recinto propio el cinismo.

Cervantes dijo: «Tú mismo te has forjado tu ventura». Para circular de forma desenvuelta en un mundo tan difícil y complejo recomiendo la siguiente fórmula: busca la ética, la adhesión de la inteligencia y la voluntad al bien; y no hay bien sin amor.

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