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El Síndrome de Amaro

He escogido este nombre porque coincide bastante con lo que quiero explicar. El amaro es una planta de la familia de las labiadas, con muchas ramas, de hojas grandes, que tiene en su parte más inferior una especie de corazón, recortadas por el margen, cubiertas de unas flores blancas con un friso morado y de un olor nauseabundo. Y ahora viene el añadido: se usan para curar las úlceras, aplicándolas como pomadas.

Me voy a referir aquí a la pasión que despierta hoy la vida sentimental de los personajes conocidos o que suenan socialmente, siempre que ésta se haya roto, esté partida, fragmentada, que ha saltado por los aires y que cada segmento de ella puede ser visto, analizado, estudiado y seguido, con la minuciosidad de un entomólogo que se ha especializado en un tipo concreto de insecto.

Voy con la definición: el síndrome de amaro consiste en la tendencia enfermiza a convertir la vida privada rota es espectáculo para distraerse o pasar el tiempo o matar los ratos muertos. En medicina se habla de síndrome como conjunto de síntomas. Es decir, dentro de él se dan una serie de manifestaciones. Hablo de él por la importancia social que tiene. Pensemos que se han puesto de moda en medio mundo las denominadas revistas del corazón, que no sólo se ofrecen como magazines, sino también en formato televisivo. Hay que saber lo que vale un minuto en televisión y darse cuenta de lo que esto está significando.

El amaro como planta tiene una hojas como labios. Ahí viene el primer síntoma: ¿sabes quién se acaba de separar?, esa pregunta produce una reacción inmediata de deseo malsano de saber quién ha roto su vida conyugal. El concepto de deseo tiene aquí todas sus notas claras, fuertes y rotundas. Entramos así en una conversación malvada, terrible, demoledora, que es pasatiempo curioso y relajante, desenfadado, que invita a hacer una especie de patio de vecindad, en donde salen y se exponen los hechos, sus diatribas y añadidos. Este tiene una efecto cautivante, que hace que ese grupo de personas centralicen su charla sobre ese acontecimiento. Unos se ponen a favor, otros en contra y algunos aportan novedades y matices a lo sucedido. Hay un escarceo entrometido y pertinaz que conduce a poner al personaje abierto de par en par en la mesa de disección.

Hay también un nombre que podría encuadrar bien en este contexto: neolatría sentimental, que puede ser definida como idolatría por las novedades afectivas de los personajes conocidos o que suenan o que se han hecho famosos y sobre los que se fija la atención como distracción, entretenimiento y espacio común en donde es fácil que todos participen y den su opinión. El término idolatría tiene todo su significado preciso: se fanatiza el interés por unos sujetos, que son ídolos o puntos de referencia, aunque sean negativos en su trayectoria, significan un mecanismo de compensación ante los fracasos personales, que estos individuos de alguna manera neutralizan, al comparar nuestra vida con la de ellos. Por eso he insistido al principio que aunque esa flor huele mal y produce rechazo, sirve para curar úlceras con su uso tópico. Lo que en otros es una seria desgracia, a mí me ayuda, me saca del ostracismo o de la sordidez de mi vida y a la vez, me hace participar en una especie de familia común, con ese grupo de personas con las que me identifico o me proyecto o critico o me comparo.

El concierto mediático está en la UVI, en la unidad de vigilancia intensiva. Se mezclan aquí el principio del placer y el principio de la realidad, que estudiara con detalle el mismísimo Freud. Las noticias matrimoniales son partes de guerra. Las bajas están a la vuelta de la esquina, pero mucho más en los famosos, que al carecer de formación, sólo tienen fachada, apariencia, externidad. Las bajas en combate -¡cuántas tragedias hay detrás de ello!- sirven de divertimento a las tardes largas y huecas de muchos, que matan el tiempo entrando y saliendo en esas vidas privadas troceadas, en donde la cultura brilla por su ausencia y todo entra en un cotilleo de verduleras, sorprendente, que saca del aburrimiento y de la monotonía de días y semanas demasiado iguales.

Las revistas del corazón son los dibujos animados de las personas mayores. Llenan vacíos, alimentan con su contenido a gentes que se relajan de ese modo, viviendo esos conflictos como cambio de tecla de las preocupaciones personales. La evasión es otro ingrediente esencial: uno se escapa de sus problemas y se sumerge en esos otros para distraerse y no pensar. Igual que la planta del amaro que es de olor muy negativo, produce un efecto curativo como pomada en algunas enfermedades de la piel. Lo que unos viven como tragedia, sirve a otros como alivio, recreo y olvido transitorio de las dificultades personales.

Se esconde, además, la tendencia a comercializar la vida privada: la información se convierte en espectáculo y el espectáculo es información. Escarbar en la intimidad de los famosos, que los convierte a la vez en víctimas y en modelos de identidad. Hay voyeurismo y exhibicionismo. El primero, mira de reojo lo que sucede en lo más privado de esos personajillos; el segundo, abre las puertas de su cuarto de máquinas y cuenta de forma minuciosa qué ha ido ocurriendo dentro de ella. Ambos mecanismos se entrelazan.

Los consumidores de revistas del corazón tanto en publicaciones escritas como en televisión, quieren cada vez más. Se rastrea la identidad de unos y otros y el fisgoneo informativo es galopante. Los que aparecen en ellas buscan el salto a la fama rápido, hay un ansia de ser célebre y sonar. Me decía una persona que asoma con mucha frecuencia en esos medios y que llevaba una larga temporada sin aparecer ahí: «si al salir de casa me entero que están hablando de mi vida íntima, sería para mí un sueño dorado, vuelvo a estar en la palestra y mi vida interesa».

Como psiquiatra, pienso que en las grandes ciudades, al perderse la relación más o menos íntima con los vecinos, estos hechos sustituyen a una cierta soledad. Esos personajes son los nuevos inquilinos del barrio. No olvidemos que desde que existe la televisión de 24 horas y tantísimos canales, es muy difícil sentirse solo.

Para el público consumidor de todo esto, los personajes de las revistas son una especie de segunda familia. Se siguen sus vericuetos y pasos zigzagueantes. Qué ha ocurrido con los hijos cuando el matrimonio se ha separado, qué ha dicho cada uno, cómo se ha vivido la ruptura, cuál ha sido el principal desencadenante (la infidelidad suele estar servida con todos sus detalles) y las reacciones y comentarios.

Las revistas del corazón son el mínimo común de la cultura de masas. Ya que todos tienen acceso a él. La gente sueña con las andanzas de los otros y se convierte en amigo y familiar y conocido. Estas revistas no te exigen nada, ni te obligan a preguntarte nada. En la publicación escrita el 90 por ciento son fotos y sólo un 10 por ciento es de texto, lo cual ya da una idea de lo que es su contenido. En las que se sirven en televisión, suele haber una serie de contertulios, maestros en el arte de chismes y cotilleos, que ofrecen noticias verdaderas, falsas o deformadas, que son trivialidades de mujeres sin cultura, que hoy han hecho fortuna y enganchan con sus garras y producen una especie de encantamiento. El aire pesa inmóvil y el auditorio queda atrapado en unas sutiles redes de afirmaciones y confirmaciones, trasegando retazos de vidas huecas y sin brújula.

A los que llevan una vida gris, les ayuda a participar en la vida de «la gente importante» y codearse con ellos. Son sueños y fantasías que necesitan tener un final triste, para que el formato de entrega sea completo. ¿Porqué interesa tanto esto, qué carga curiosa tiene ese hurgar en parejas rotas? Interesa la vida afectiva ajena siempre que exista ruptura, desunión, escándalo. ¿Por qué tiene que ser de ese modo? Interesa lo morboso, arrastra, empuja a una curiosidad dañina, que tira de nosotros y nos traslada a una escena romántica con todos sus ingredientes. Vida sentimental expuesta con amplitud, rotura de sus hilos principales y drama con todos sus ingredientes.

Muchas cosas de la vida se mueven como un juego de contrastes. Para ver las cosas claras es menester haberlas visto antes muy oscuras. Sólo apreciamos la salud después de una enfermedad. La felicidad es mayor después de una prueba dolorosa y humillante que ha sido superada. El amor que se ha roto llegó con ceguedad y se fue dejando lucidez. Los consumidores de este género disfrutan con las historias que se cuentan y es fácil verse cogido en ellas. ¿Por qué? Hay un fenómeno contagioso que conduce a influir en la forma de pensar de la gente del pueblo, que va aceptando gradualmente los cambios en los modos de pensar y de vivir los sentimientos. Esto me parece de una importancia evidente. En una sociedad que lee poco, por falta de hábito y por la explosión de televisión, vídeos y cine, ello comporta un influjo enorme de esos programas y magazines.

La prensa del corazón es una subcultura a base del streeptease sentimental de los famosos. No llega a cultura porque no enriquece, ni hace mejor al que se adentra por esos bosques, ni le lleva a madurar más, sino que deja una secuela agridulce, que se diluye hasta la siguiente noticia... produciéndose de ese modo necesidad de sorpresas permanentes, una montaña rusa que va idolatrando esos sucesos inéditos sobre quién ha sido el último en romper su vida conyugal: hay en esa pasión sorpresa y frases que se hacen coloquiales: «qué me estas diciendo, quien podía imaginarlo, parecían un matrimonio bastante unido, ya se comentó hace tiempo, ella no le aguantaba a él, se veía venir, a mi él nunca me gustó» y un largo etcétera lleno de frases estelares.

Idolatría neurótica y enfermiza por conocer los trozos rotos y sus porqués de las vidas sentimentales que han saltado por los aires. Hay detrás de ello: cansancio del propio horizonte, la necesidad de satisfacer unos ratos viendo todo eso para neutralizar la vida personal más o menos anodina o también, contrapesar y nivelar las desgracias de uno con esos dibujos desdibujados.

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