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Un diagnóstico valiente
Cuando uno va llegando a cierta edad madura, hay un trámite que se hace cada vez más ineludible, pero que se suele posponer «para cuando tenga tiempo». Me refiero a las revisiones médicas. Mientras el cuerpo aguante, más o menos renqueando, se tira para adelante. Si hay algún contratiempo leve, como una gripe o un catarro, se intenta pasar como se puede, con un vaso de leche caliente y un tratamiento sintomático. Pero cuando aparecen dolores acá y allá, y se echa en falta la energía de los veinte años, es necesario romper la inercia, cargarse de valentía y gastar unos días en hacerse un chequeo. Y uno de los momentos duros, en el que hay que ir dispuesto a todo, es el de recibir el informe médico.
El estudio de la instrucción pastoral «Teología y secularización en España», recientemente aprobada por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, genera una tensión análoga a la que produce la lectura del informe médico detallado que sigue a una revisión exhaustiva del estado de salud. Genera un cierto sobresalto al confirmar sobre el papel lo que ya se sentía que pasaba, pero en seguida brota la tranquilidad de saber que los males que nos aquejan están localizados con precisión y pueden ser tratados. En el fondo, es un respiro.
No se ocultan a ningún observador atento las tempestades y vientos doctrinales que, en las cuatro décadas transcurridas desde la terminación del Concilio Vaticano II, han zarandeado el pensamiento y las costumbres, hasta conmover los cimientos del amor, la razón y la vida humana. Corrientes ideológicas y modas de pensamiento que han levantado olas capaces de hacer zozobrar los esquemas mentales y vitales de muchos cristianos. En la homilía previa a la celebración del último cónclave, el entonces cardenal Josef Ratzinger advirtió de los peligros que supone la «dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida solo al propio yo y a sus deseos». Sin embargo, frente a esa tiranía que termina por esclavizar al ser humano, los cristianos tenemos una referencia clara en Jesucristo: el Hijo de Dios, el verdadero hombre.
Ante el gran panorama de trabajo que abre a la Iglesia el mundo actual, hastiado de engaños y hambriento de lo único que puede colmar los deseos de felicidad, que no es otra cosa que el único Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo, se sitúa este documento. Nace, pues, en un contexto de esperanza y visión optimista y alegre ante el futuro. La intención de los obispos es «impulsar el anuncio íntegro del Evangelio, en medio de una sociedad que se siente tentada a apostatar silenciosamente de Dios». Aunque sólo fuera por eso, este pronunciamiento reclama respeto y atención. Porque un mundo como el nuestro, donde abundan las convicciones de usar y tirar, sólo merecen verdadero interés aquellos que, con un pensamiento sólido y audaz, llenos de energía interior, se niegan a dejarse arrastrar por las corrientes imperantes en cada momento. Y de eso ofrecen un excelente testimonio los obispos españoles, conscientes de que una fe adulta no es la que se deja llevar por las olas de la moda y de las tentaciones mediáticas, sino la que está enraizada en Jesucristo y obtiene de ahí todas las energías que necesita para mantener su vitalidad.
La etiología de las fracturas más notables que se pueden diagnosticar en el origen de la secularización actual están bien detectadas: una concepción racionalista de la fe y de la Revelación, un humanismo inmanentista aplicado a Jesucristo, una interpretación meramente sociológica de la Iglesia, y un subjetivismo relativista que impone su tiranía en el campo de la moral.
El análisis pormenorizado de los temas y la valoración de las distintas propuestas requeriría una larga extensión y sin duda que generará un contraste de opiniones en los próximos días. En cualquier caso, quien conozca bien el panorama teológico español podrá percibir que el documento no inventa figuras de trapo a las que golpear, sino que expone con ponderación propuestas teológicas reales que desfiguran la fe profesada por la Iglesia y han tenido serias y graves consecuencias, pero sin emitir juicios sobre las personas concretas de quienes proceden.
Ofrece, en cambio, un excelente esquema de gran utilidad pastoral. Enumera, en efecto, las grandes líneas en las que se mueve la fe cristiana acerca de Jesucristo, Hijo de Dios vivo y plenitud de la Revelación; de la Iglesia, sacramento de Cristo; y de la vida moral como vida en Cristo, con particular atención a las cuestiones relativas a la dignidad de la persona, a la dignidad de la sexualidad y de la vida humana, y a la responsabilidad de los fieles en la actividad pública y política.
¿Es molesto o hiriente para un teólogo el diagnóstico que hace este documento de la situación de la teología en España, y de su influencia en la vida de la Iglesia y en nuestra sociedad? Es tan molesto como para unas células cancerosas el que se haga un dictamen médico certero, o tan relajante para las células sanas el que se abra un camino para la curación de la persona.
Se trata de un documento valiente que no se arruga ante los temores del qué dirán los que construyen una cultura en la que no cabe la verdad, sino solamente opiniones ocasionales. Nace de la certeza de que «el anuncio del Evangelio será mediocre mientras pervivan y se propaguen enseñanzas que dañan la unidad e integridad de la fe, la comunión de la Iglesia, y proyecten dudas y ambigüedades respecto a la vida cristiana», y de la convicción de que «la nueva evangelización no podrá llevarse a cabo sin la ayuda de una sana y honda teología, en la que refuljan el espíritu de fe y la pertenencia eclesial».
Hace un año, la reacción espontánea de millones de personas verdaderamente conmovidas que, ante la noticia del fallecimiento de Juan Pablo II, acudieron entonces a rezar al Vaticano o a cualquier iglesia de barrio, fue más que elocuente. Como Benedicto XVI señaló pocos días después, en la misa inicial de su pontificado, la experiencia vivida muestra que la Iglesia está viva y es joven. Esa vitalidad y juventud de la Iglesia se manifestaron poco después, con evidencia a los ojos de todos, incluso de los más escépticos, en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia. Y ese torrente de creatividad juvenil aún tiene mucho que aportar en la construcción de la sociedad del futuro.
La instrucción pastoral «Teología y secularización en España» está al servicio de esa gran tarea de la Iglesia en beneficio de toda la humanidad. Nuestros obispos bien pueden decir con San Pablo que «no es que pretendamos dominar vuestra fe, sino que contribuimos a vuestro gozo, pues os mantenéis firmes en la fe (2 Cor 1, 24)».
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