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Diálogos sobre el matrimonio
Por casualidad han llegado a mis manos los Diálogos sobre el amor y el matrimonio del profesor Hervada Xiberta. conocía el libro y la categoría jurídica de su investigación. A bastantes, hablar de aspectos jurídicos del matrimonio les parece una falta de estima por esa institución. Creen que al matrimonio le convienen más la espontaneidad, la improvisación y una vaga y casi poética creatividad apoyada en una palpable ignorancia. Recuerdo la cara de sorpresa de un amigo mío, cuando un hijo suyo que iba a casarse le dijo que, como preparación, tendrían tres conferencias: una de un psicólogo, otra de un abogado y también un cambio de impresiones con un matrimonio veterano al que habían ido bastante bien las cosas. Mi amigo confiaba en que su hijo pudiera inspirarse también en el ejemplo de su propia familia, que su idea del nuevo estado que iban a estrenar contase con el apoyo de la convivencia con sus padres y hermanos durante años.
A algunos parece que jurídico les suena a prosaico; una especie de memorial de obligaciones, reglamentadas por normas interesadas y frías; pero el derecho tiene que ver con la justicia, una virtud que es apoyo del amor verdadero y sirve para hacerlo crecer. Alegra comprobar que el profesor Hervada vaya por la tercera edición de su libro y que, como consecuencia de su difusión, haya dado conferencias en América, desde Chile hasta México.
La grave ignorancia sobre el amor y el matrimonio que está viviendo la sociedad española reclama un conocimiento de la profundidad que está llamada a tener la familia, para la alegría y serenidad de los esposos y también, como es sabido, de los hijos.
Pero, además, el libro del profesor Hervada me ha traído a la memoria un diálogo aparentemente modesto y sencillo escuchado en un western, que encierra una sabiduría antigua y actual, y puede iluminar la naturaleza del amor y la condición de los vínculos que engendra. En la película hay un regimiento de caballería en un fuerte; el coronel tiene una hija muy guapa, que está acompañándole y que llama la atención de un joven teniente. El oficial parece enamorado de la chica, pero la timidez le hace difícil hablar y expresarse. En una ocasión en que el coronel y el teniente están solos, el jefe crea un clima propicio para la confianza y el joven se decide: "Entonces piensa usted casarse con mi hija. ¿Por qué?". "Porque la quiero". Reflexiona el coronel y termina: "Yo, cuando me casé con mi mujer no la quería: me casé con ella porque me gustaba. Cuando la quiero es ahora". Brevemente, con sencillez, en esas pocas palabras está encerrado un tratado sobre el amor que crece. Desde un comienzo muy valioso en el primer atractivo físico o espiritual, hasta que se observa al compartir, se descubren fuerzas decisivas, que no se habían advertido antes. Cuando existe un conocimiento de Dios y se ve al hombre como criatura de Dios-Amor, entonces la principal riqueza de la vida es el amor, un bien destinado a crecer. Pero se extiende un sentimiento pesimista sobre el amor, que lleva a pensar lo contrario: que el amor envejece muy pronto y por eso conviene evitar el compromiso, que parece que quita espontaneidad y verdad a los sentimientos, como si el ímpetu de la vida tuviese su máximo vigor en el principio, y luego quedase un recorrido en el que el envejecimiento sería un proceso inevitable.
Pero la visión cristiana del hombre revela una realidad en la que crecer es un impulso que acompaña a la lucha por la verdad y la búsqueda por el sentido de la vida. Cristo recurre a la parábola del sembrador y se apoya en la fuerza de la semilla, que crece incluso cuando el dueño del campo duerme (Mc, 4). Un cristiano descubre que el amor, en el matrimonio, es mucho más que la suma de dos amores que se encuentran.
La filosofía contemporánea ha ido rastreando una antropología que supere el individualismo y el colectivismo, dos abstracciones que sofocan a todo hombre, en un aislamiento doloroso e infecundo, o bien lo maltratan anegándole en una "voluntad general" o en unos "intereses generales", que recuerdan la intuición de César Vallejo cuando habla del hombre con todos sus "papeles generales" que demuestran que nació muy pequeñito.
Martin Buber piensa que el objeto principal de una antropología "dialógica" es el punto de partida de la contemplación del hombre con el hombre. Su inteligente crítica al pensamiento de Heidegger, la descalificación del existencialismo, está apoyada en un análisis que muestra la imposibilidad de que el hombre se acerque a las raíces de su ser, profundizando sólo en la propia conciencia.
Nuestro artículo se llama Diálogos... y una de las filosofías más centradas en la actualidad es una "filosofía dialógica". El hombre solo es el que vive en diálogo truncado y la soledad puede ser física o el resultado de una inmersión forzosa en una sociedad ajena, que se propone satisfacer todas nuestras necesidades, menos las que en lo más íntimo de cada uno tienen relación con la verdad, con las que impulsan un crecimiento en el amor. Cuando se piensa que el matrimonio es únicamente cosa de dos, se corre el riesgo de dejar tanto al hombre como a la mujer sin el alimento que hace crecer la novedad en la vida compartida.
La mayor parte de las civilizaciones han considerado al matrimonio como un asunto que tiene que ver con la religión. La unión del hombre y de la mujer, la generación de los hijos y la pacífica fuerza que anima a todas las familias reclaman la participación de Dios, porque el fin del amor y de la vida familiar superan las posibilidades del hombre.
El conocimiento de Dios ilumina la vida matrimonial y familiar con la luz que acompaña al plan divino desde el principio de la creación, cuando con la bendición les animó "¡creced!".
Una visión sólo científica del hombre, un conocimiento exclusivamente biológico de la vida humana, recorta las posibilidades de la entrega y el compromiso, sin los que la familia no puede crecer y malvive sin fuerza y siempre amenazada. Europa conoce el problema de la crisis familiar, como uno de los más graves entre tantos otros, y sabe lo difícil que es reanimar el amor a la vida, sin contar con el amor de Dios.
Una cultura envejecida necesita la relación con Dios y apoyarse en las palabras del salmo 101,27: "Todos envejecerán como un vestido". Este bello y melancólico verso habla del envejecimiento sin remedio del tejido que ha perdido el apresto y con él la forma, pero incluso ese estado se contempla en el verso 28, señalando la cura de toda vejez: "Pero Tú, Señor, eres siempre el mismo y tus años no pasan jamás".
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