» Ciencia y Fe » Relativismo y Cultura » Laicismo » Símbolos religiosos y Espacio público

¿Aconfesional o analfabeto?

La gente de la secta es que no para, incordiadores profesionales, ya se sabe. Quizá no los peces gordos, pero sí los acólitos que ellos tienen ahí para hacerles el trabajo. ¿Quién no conoce a un incordiador? Por desgracia todos tenemos que sufrir alguno para experimentarlo, y bien cerca, por ejemplo en nuestra misma comunidad de vecinos. Tiene que haberlos, lo da la estadística, como en cada pueblo hay un tonto como mínimo, el tonto del pueblo. Donde más se les nota es en las juntas generales. ¿No han tenido ustedes que asistir a alguna? Más que asambleas son un guirigay de discusiones inútiles que nunca dan tiempo a terminar todos los asuntos del orden del día, con lo cual casi siempre se aprueban de rondón cosas en las que uno ni se fija porque ya está harto y lo que quiere es marcharse cuanto antes. En fin, el viernes de dolores que los vecinos decentes tienen de penitencia cada año.

Por esas fechas escribí esto, si bien pinchado por otros acicates como el sabio lector habrá adivinado. Pero tampoco son cosas que caduquen, de modo que pueden salir a la luz. Lo que sucede es que uno vive tranquilo, dedicado a sus asuntos, en paz, concordia y sin meterse con nadie, pero ellos, los del incordio, están todo ese tiempo calentándose los cascos, que no sabe uno cuándo lo sacarán para comer y dormir. Y así, de improviso, te enteras de que se les ha ocurrido la feliz idea de quitar del medio alguna estatua de las que adornan nuestras plazas, pinto el caso la de Franco a pie o a caballo, que está (o estaba, se lo pregunto a mi mujer pero tampoco lo sabe, porque ahora quedamos lejos) en la plaza creo que llamada 'del Generalísimo', toma castaña, y está ahí como útil testimonio de la historia cuando menos. Pero a ellos les daña la vista, hay que ver cuán delicados son. Otro día el incordio viene de una señora, presuntamente sabia, que quizá por complacer, hacer la pelota, o agradecer el puesto al sectario mayor, pretende quitar la estatua de Menéndez Pelayo de donde estaba en su habitual posición de sentado con los ojos y la mente clavados en un libro como el mejor símbolo para los que acuden a ese santuario del silencio y del trabajo, pero que según ella esos aficionados a la letra impresa, en particular los franquistas como todo el mundo sabe que era ese carca catolicón y casposo, están mejor arrinconados en el jardín. Y en fin, así quedamos esperando el próximo susto.

Que no tarda en caer, porque enseguida otra 'feliz' idea, que tampoco es nueva, que es reincidente y periódica, vuelve a fijarse en los símbolos religiosos, por ejemplo el crucifijo, que todavía preside algunos juzgados y algunas escuelas, pero que, una más, a estos fundamentalistas les molesta mucho, porque dicen que son «reliquias del pasado que ya no tienen razón de ser en un estado aconfesional», y que hay que erradicarlas de ahí de una vez por todas. Con lo cual suscitamos otro conflicto con la Iglesia, que tampoco ganan para conflictos, innecesarios y gratuitos como suelen ser todos los que provocan los incordiadores. Pero esto de seguir emperrados con la tal 'aconfesionalidad del Estado' ya va cansando un poco. A éstos parece que hay que enseñarles como a los nenes, repitiendo y machacando, y ni así se enteran de lo que significa esa palabra cuando tanto la usan sin saber qué dicen. ¿Cuándo aprenderán que sólo los analfabetos confunden 'aconfesional' con laicista, ateo o antiteo, que es lo que ellos son? ¿que 'aconfesional' sólo significa que el Estado no es una 'confesión religiosa', o sea una Iglesia, pero que eso no está reñido con la necesaria e ineludible convivencia de un Estado serio, moderno y democrático con una Iglesia, sobre todo si ésta es mayoritaria en ese Estado, porque sirve a las necesidades de buena parte de la sociedad que lo forma? ¿que, en fin, no se trata de dar una catequesis, que ésa sí se da sólo en la iglesia, sino de educar reafirmando los principios en que se basa una sociedad sólida y próspera, los principios que blindan y protegen al ciudadano contra el disolvente y destructor relativismo nihilista?

No símbolo físico sino humano pero de la misma significación es en la Iglesia el papa, el cual, en noticia de Italia que leo el mismo día, defiende que «no es intolerancia ni injerencia en la política nacional», como le censuran Romano Prodi y políticos de centro izquierda, el que recordara en vísperas de las elecciones algunos principios de ésos que he dicho, como esenciales que son en toda institución que se base en el derecho natural, derecho que «reconoce y promociona la estructura natural de la familia como unión de un hombre y una mujer basada en el matrimonio», y también «la protección de la vida en todas sus etapas»; y en consecuencia criticara a los que apoyan el reconocimiento legal de los matrimonios homosexuales y de las parejas de hecho, así como el aborto y toda práctica de destrucción de la vida. (Poco después leo que lo mismo dice aquí el cardenal Cañizares, condenando la política de nuestro Gobierno, que con leyes similares «pretende implantar un laicismo en la sociedad española que afecta de forma radical al hombre». Y encima, el que hace todo esto quiere ver al papa en Valencia).

En fin, qué le vamos a hacer, a los incordiadores sufrirlos, ya digo. Pero no sobra algún desahogo. ¿Qué pasa, que el papa es un personaje de mucha influencia, lo mismo que la religión? Pues ya saben lo que tienen que hacer, fórmense ustedes otro símbolo tan influyente y que predique lo contrario. Ojo, hablo de predicar, no de imponer. Porque en un Estado de derecho todo el mundo es libre de decir lo que quiera, como ustedes y sus poderosos medios demuestran cada día y a cada hora. Pero lo que no se puede es incurrir en el fundamentalismo e imponer leyes contra natura, como hace este Gobierno. En un Estado de derecho todo el mundo es libre de decir lo que quiera, pero no se puede incurrir en el fundamentalismo e imponer leyes contra natura, como hace este Gobierno