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La familia en la mira

La familia, ¿invento social, o hábitat natural del hombre concebido como persona? ¿Institución diseñada por la naturaleza para resolver las necesidades de la vida cotidiana, o producto cultural derivado de las exigencias de una sociedad machista, inequitativa e injusta?

Es este el gran cuestionamiento con el que se intenta acorralar a la familia poniendo en duda su carácter natural, y la eficacia de su valor permanente. Me refiero a la que conocemos como familia tradicional, a la fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer y abierta a la transmisión de la vida. A la familia concebida como primera escuela de virtudes, como centro relacional y principio de sociabilidad humana, como ámbito natural del amor, como centro de intimidad y de apertura, como escuela de capacitación para el trabajo. La familia asociada a ese lugar al que se vuelve..., donde se encuentra seguridad en las raíces históricas que se descubren en el álbum familiar..., donde se ve reflejado el propio rostro en los gestos y expresiones del hermano, del padre o de la madre que, pase lo que pase..., nunca dejarán de serlo.

El 13 de enero pasado, en el espléndido marco del Papalote Museo del Niño, se llevó a cabo un evento presidido por el presidente de la República en su calidad de testigo de honor. Se trata de la presentación y firma del compromiso del Fomento a la Unidad Familiar, coordinado por el Consejo de la Comunicación que representa la voz de las empresas, al que se unen cientos de organizaciones y asociaciones de la sociedad civil, bajo el lema Vive el poder de la familia, intentando con distintas iniciativas fortalecer a la familia mexicana. Aquí se acordó instituir como tradición el día de la familia —primer domingo de marzo— para transmitir los valores representativos de la misma, involucrando al mayor número de sectores posible, gobierno, medios de comunicación, escuelas, universidades, empresas, cámaras, etcétera, con el objeto de generar mayor conciencia en el gobierno, en el sector privado y en la sociedad civil, para resaltar la trascendencia social de la familia, edificando una cultura favorable hacia ella.

Sería bueno, ante tal iniciativa, precisar qué proyecto de familia se pretende impulsar como óptimo para promover la salud de nuestra sociedad, sin intención ninguna de excluir a ninguna familia, y en el entendido de que no hay familia perfecta. Toda familia en cierto sentido es disfuncional, y sufre de alguna manera por carencias e imperfecciones propias de quienes la conforman, por ser de condición humana. Sin embargo es importante definir un modelo aspiracional de familia, la fórmula óptima para posibilitar el bienestar social de la comunidad, la estabilidad emocional de los miembros que la integran y todo esto en relación directa con la salud y el progreso económico.

Los esfuerzos deberán ser coordinados y congruentes, no sea que gobierno y sociedad, según el concepto que cada uno tenga de la familia, tiren en direcciones opuestas nulificando resultados en medio de inútiles jaloneos. Es frustrante reconocer que frecuentemente sucede así, simplemente por no haber definido de antemano la esencia misma de la familia, teniendo objetivos opuestos.

¿Será que la familia tal como la veían nuestros padres y nuestros abuelos ha cumplido ya con su finalidad histórica, rebasada por las exigencias de la vida moderna?, ¿o quizá suceda que la familia se ha vuelto obsoleta en la práctica, pudiendo ser sustituida en base a fórmulas distintas de convivencia sexual?, o, de lo contrario, ¿será posible demostrar racionalmente el origen natural de la familia cimentada en el matrimonio por la complementariedad de los sexos, fundamentar racionalmente —alejados de cualquier postura dogmática o creencia religiosa— su carácter natural y por tanto conveniente para edificar una sociedad sana? Urge que nos pongamos de acuerdo.

Al hombre contemporáneo, al ciudadano común producto de una sociedad artificial, le cuesta el contacto con las realidades naturales. Y, en lo que respecta a matrimonio y familia, no se puede hablar de novedad en el sentido estricto de la palabra, porque el tema matrimonial y familiar hace referencia al sustrato más natural y primario del hombre, de la misma manera que no puede haber novedad sustancial en la composición química del agua, H2O, ni se justificaría el cambiar esta fórmula originaria, so pretexto de abundar en nuestro planeta agua contaminada. Lo cierto es que, al perder contacto con las realidades naturales, éstas se desvanecen poco a poco hasta ser sustituidas por artificios culturales que a través del tiempo suelen confundirnos respecto a su originalidad.

Enfrentemos la cuestión de fondo, sin miedo a la realidad.

1. El primer dato natural sin el cual no sería pensable el matrimonio ni la familia, algo apreciable sin necesidad de ser biólogo o fisiólogo, es la distinción entre los sexos y, en consecuencia, la diferencia morfológica entre varón y mujer. Esta distinción fisiológica elemental es una realidad, independientemente del gusto o de la voluntad o de las personas, de las costumbres, de la cultura y condicionamientos sociales, en contraste con ciertos roles, ciertamente cambiantes, que hombres y mujeres han ido adoptando a lo largo de la historia.

Para comprender el matrimonio y la familia, hay que entender con claridad el sentido exacto de la distinción entre los sexos, más allá de la diferencia fisiológica, pues, como dice Alexis Carrel, biólogo galardonado con el premio Nobel, «las diferencias que existen entre el hombre y la mujer no provienen de la forma particular de sus órganos o del modo de educación. Son de naturaleza más elemental, fundamentadas por la estructura misma de los tejidos y por la impregnación en todo el organismo de sustancias químicas específicas». Es importante recordar que hasta la última célula del cuerpo está marcada con esta diferencia.

Algo que es importante recalcar es que esta diferenciación sexual no supone una distinción radical de personas y así, mientras que, en el plano personal, varón y mujer son igualmente personas que gozan de idéntica dignidad, en el plano sexual, en cambio, ser varón o ser mujer no significa ser superior, ni inferior, ni iguales. Simplemente: distintos.

2. La siguiente pieza que conforma nuestro rompecabezas es la complementariedad que en forma también natural se da entre los sexos. La mujer y el varón no están ahí simplemente como una piedra o un árbol en el paisaje en indiferencia recíproca. Se explican la una en relación con el otro, por una mutua atracción encaminada a la unión y perfecta complementariedad. Y esta unión entre ambos sexos, además de ser expresión de comunión y amor recíproco, conlleva la fecundidad que asegura la conservación de la especie. Cada generación asegura la continuación de la vida humana, procreando y educando otra nueva generación. Es así como la familia viene a ser la perpetuación histórica de la unión conyugal.

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