» Baúl de autor » Paz Fernández Cueto
Iglesia y política
La libertad política no puede basarse sobre una idea relativista, según la cual todas las concepciones sobre el hombre son igualmente verdaderas o valiosas
En un país de mayoría católica como el nuestro, es importante definir el papel de la Iglesia y el actuar de los católicos entrados tiempos electorales. Superada la mentalidad secularista liberal que marcó el siglo XIX y buena parte del XX, que pretendía excluir a la Iglesia de los asuntos temporales, corresponde a un Estado laico y moderno garantizar la libertad de culto y respetar la conciencia individual de sus ciudadanos. La influencia de la Iglesia y de sus fieles debe traducirse en comportamientos de gran trascendencia política, como son la promoción de una justicia social distributiva, el respeto a la vida, el reconocimiento a la dignidad de la persona, el compromiso con la verdad, el amor a la libertad... todos ellos consecuencia del compromiso evangélico de solidaridad, fraternidad, paz, justicia o tolerancia, conceptos de filiación cristiana ahora invocados por las democracias políticas. Cuando se pisotea la justicia o se violan los derechos humanos del más débil, la Iglesia y los cristianos no pueden abandonar estas causas de raíz evangélica, al vaivén del efímero actuar de los políticos. Encerrarse en el silencio del templo o en la solemnidad de las celebraciones litúrgicas, sería abdicar al compromiso de construir un mundo más justo para todos.
Persisten, sin embargo, objeciones que habría que precisar. Los representantes de la Jerarquía, sacerdotes y obispos, así como los religiosos, o ministros de culto de cualquier otra denominación eclesiástica, deberán mantenerse al margen de toda acción política de connotación partidista, según prescribe la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público. Al sacerdote, intermediario entre Dios y los hombres, compete transmitirles la fuerza divina que dio origen a su misión, formando conciencias rectas a partir de los principios evangélicos. La política no es neutra con respecto a los valores, como cualquier otra realidad temporal, sigue alimentándose de las grandes fuentes éticas abiertas por el cristianismo y por otras religiones o corrientes filosóficas a favor del hombre.
Sin embargo, no se puede hablar de una política católica única. Siempre ha habido cristianos de izquierda, de derecha o de centro. No se puede hablar de una sola ortodoxia en política cristiana, contrariamente a lo que sucede cuando reconocemos la existencia de una misma ortodoxia en materia doctrinal. Pretender unificar los criterios cristianos en materia política sería tan absurdo como querer agrupar a todos los católicos en un mismo partido, algo ajeno a la legítima libertad de cualquier católico.
Coincido plenamente con Jean Meyer quien en su libro Hacia Nuevas Presencias Católicas en la Política, señala que el único lazo que une a la Iglesia y a la Política es la moral, común denominador de ambas realidades, ya que el compromiso con los valores éticos fundamentales abarca, sin excepción, todos los credos y partidos. El doctor Juan Ramón de la Fuente señaló hace unos días, en el marco de las celebraciones del bicentenario del natalicio de Benito Juárez, que la moral en política es fundamental para tener y mantener credibilidad, esto quiero suponer, no como simple estrategia política, sino como compromiso con la verdad.
La moral, entendida como el respeto a valores éticos fundamentales, es la pauta para la convivencia pacífica de todos los hombres, por eso el compromiso del católico ante la elección política del candidato y los idearios de su partido, debe sustentarse en una justa concepción de la persona, salvaguardando la defensa de la vida, el respeto al matrimonio, la promoción de la justicia social, y el respeto a los valores fundamentales. El problema no es político sino ético, aunque luego se torne político de manera inevitable, ya que no se puede mantener una cohesión política democrática, cuando ha perdido su base la cohesión moral.
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