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Ciudad de hombres

La ciudad se asemeja a un organismo vivo, más exactamente a una persona, incluso diría que a mi propia vida. La recorren meandros y líneas de memoria que surgen de pronto en los cruces. Se mira a uno y otro lado, con desconcierto, y no se sabe a ciencia cierta el origen ni el fin de la calle que se interpone o nos abre interrogantes. La ciudad crece como fruta pasmosa en arrabales jamás pisados, pero en algunos casos son esos barrios el núcleo concreto de la propia vida y al centro sólo se acude por esnobismo. La mano que escribe, a la que prestan atención los ojos, no es la única que existe. Siempre hay una zona de la ciudad que concita nuestro interés y otra que vive a su aire, sin habitarnos. En ocasiones, la parte no vista es objeto de figuraciones y nostalgia, atrapa su lejanía, su recuerdo, su proyectada visita, y se desatiende el entorno cotidiano. El día a día también nubla la visión, y la ciudad catapulta sus brazos ante nosotros sin que dejemos de estar pendientes de nuestros pasos, ajenos a la impronta de la molécula de tiempo.

Los hombres son la ciudad en tránsito, los impulsos nerviosos que mueven el cuerpo ciudadano, aunque se precisen cientos para hacer un gesto significativo, salvo espasmos o ataques ocasionales. Las personas se conocen o no, se hablan o no, se saludan o no, en cualquiera de los casos. Un «buenos días» es una convención y un misterio. Su ausencia se interpreta, indigna, tranquiliza o interpela, según qué mañana tenga uno y cuáles sean su carácter y sus relaciones. Un «buenos días» se calla por egoísmo, despiste, afonía o vergüenza, según se haya levantado uno con el pie izquierdo o lo tenga de palo como el alma. Un «buenos días» es bálsamo, conciencia, desprecio o carraspeo, según tenga uno el corazón habitado de ángeles o de telarañas. Todos los elementos pueden combinarse hasta el infinito y aliñarse de buen o mal tiempo, victorias deportivas, óbitos súbitos o empleos en el filo. Por eso nunca se sabe lo suficiente para acertar con un decir de más. «-Buenos días. -Buenos días...». Palabras hay siempre, las digan los hombres o no.

La ciudad es un laberinto de aceras y un mar de pisadas. He hollado seis mil veces esta misma baldosa, en tres mil días diferentes, y no soy el único. ¿Quién pisó mientras yo no estaba, qué intenciones portaba, por qué su paso era más rápido que el mío, por qué menos tembloroso? Se puede estudiar un mundo de baldosas, cada una con su nombre repetido a diario, y cada nombre con un sentir distinto a cada paso bien fuera prisa, miedo, sueño, aburrimiento o desolación. A veces no sabe uno lo que pisa, pero no son las veces en que uno pisa lo de siempre, lo acostumbrado, la tierra firme y el cemento seco. Sorpresas hay siempre, como donde hay hombres hay dolor.

Uno suele ir más atento a sus propios pensamientos que a los ajenos, salvo que estos se griten lo suficientemente cerca de nuestro oído. Hay locos que hilvanan novelas con frases cogidas de aquí y de allá, la mayoría incompletas y terminadas al buen tuntún o por elevación. Quienes tejen novelas con frases orilladas, son como coleccionistas de conchas, como legañosos redactores de episodios oníricos, como náufragos ansiosos de botellas, o mejor, como telas que quisieron tener flecos. Si pudieran, cogerían todas esas frases y se las atarían por el cuerpo como filacterias, para completarse. Saldrían entonces a la calle borrachos de gozo y de orgullo, con la sensación de que valió la pena, de que hubo amor en sus vidas porque en su piel ostentan rastros de otros, hilachas de deseos, retazos de ideas, borradores de proyectos en que se han uncido y que ayudan a transportar, aun en ignorancia de su dueño. El amor es un anhelo demasiado fuerte para la fantasía, sólo amar nos basta. Razones hay siempre, como hay hombres y como hay Dios.

No es raro que mientras la ciudad dormita, a cualquier hora, los exegetas del saludo, los contadores de baldosas, y los recolectores de frases se reúnan en cónclaves secretos para intercambiar noticia de sus hallazgos. Cada vez se convocan en un lugar diferente, al que cada cual llega por caminos privados. Esta noche, más de cien mil estamos citados para soñarnos en silencio. Mientras tanto, que tengan muy buenos días.

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