conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » §73.- Caracteres Generales de la Edad Moderna » III.- Lineas Basicas de la Actividad de la Iglesia

A.- Defensa

1. La defensa se imponía por razones obvias, pues constituía una necesidad vital. Pero no se debe olvidar que la defensa ha sido, hasta la época más reciente, la nota determinante de toda la actividad eclesial. La Iglesia medieval había vivido sobre todo de su propio centro; en todos los campos había llevado ella la iniciativa. Al defender su doctrina y su modo de vida (por ejemplo, Tomás de Aquino contra los averroístas o Gregorio VII contra la simonía), lo principal era la exposición positiva, y la defensa era un ataque. Las reacciones opuestas (por ejemplo, las herejías) eran únicamente factores secundarios, aunque también muy importantes, dentro del cuadro total. En la Edad Moderna, en cambio, la iniciativa pasó de tal manera a manos de los adversarios, que toda la labor de la Iglesia, y muchas veces incluso sus creaciones más sobresalientes y positivas, estuvo fuertemente determinada por la actitud defensiva. La amenaza mortal constante ha creado en la Iglesia la conciencia profunda y duradera de un peligro siempre inminente. Así, por ejemplo, la teología ha tenido hasta hace poco, en una medida sorprendente y hasta insana, un carácter primordialmente antiprotestante; su orientación ha sido fundamentalmente apologético-defensiva. Lo cual significa que la teología ha tenido que cargar con todos los graves inconvenientes que semejante método, por su propia naturaleza, reviste: el desarrollo espontáneo y creativo de sus propias fuerzas se ha perdido casi por completo (§ 87).

2. En la Edad Moderna, la Iglesia dispuso cada vez menos del brazo secular para rechazar los ataques, llegando a no disponer de él en absoluto. La lucha se centró, pues, saludablemente, en el ámbito y en las armas espirituales.

3. En todos los campos (y hasta en los más pequeños detalles) de la vida eclesiástica, de la doctrina, de la disciplina, de la liturgia, etc., la Edad Moderna se caracterizó por una progresiva centralización, con Roma como centro. Con ello la Iglesia se topó con un primer gran peligro, como el que se manifestó en el individualismo nacional, esto es, en las diversas formas modernas de iglesias territoriales, tanto católicas como heréticas, en la separación hostil de la Iglesia y el Estado y en el episcopalismo antipontificio. Esta tarea de concentración abarcó por igual toda la Edad Moderna. Su consumación en el Concilio Vaticano I (§ 114) marcó una de las grandes señales anunciadoras del fin de la Edad Moderna.

4. El segundo gran peligro para la Iglesia de la Edad Moderna radicó en el concepto espiritualista de Iglesia que se originó del múltiple subjetivismo religioso. La Iglesia reaccionó ante esto delimitando exactamente el contenido total del dogma y acentuando especialmente todo aquello que pudiera esclarecer el concepto de Iglesia como una comunidad visible, como una institución dotada de un sacerdocio especial, de jerarquía y sacramentos (Concilios de Trento y Vaticano I). En la época más reciente (subrayando, por ejemplo, el carácter de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo y promoviendo la vida sacramental[7]) se ha comenzado -también en este punto- a superar el peligro de la simple reacción.

5. La consecuencia última del subjetivismo antieclesiástico ha sido la conciencia plenamente autónoma, la conciencia moral sin Dios, la incredulidad. En su formulación fundamental[8] esta incredulidad se convirtió, con el relativismo de distintas procedencias, en el tercer gran peligro de la Iglesia de la Edad Moderna. La Iglesia reaccionó una vez más de forma defensiva, robusteciendo todo aquello que pudiera dejar sin base a la incredulidad filosófica. Se aseguraron los «fundamentos» y «preámbulos» de la fe, es decir, la objetividad de nuestro conocimiento, la posibilidad de asegurar científicamente la fe, el hecho de la revelación, la inmutabilidad de los dogmas dentro de una evolución viva (Vaticano I y lucha antimodernista).

Notas

[7] Sobre la nueva acentuación de la autonomía del ministerio episcopal en cada Iglesia, cf. § 126.

[8] Según los principios de época de los humanistas (condena de la negación de la inmortalidad del alma en el Concilio Lateranense del año 1511).

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