conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Período primero.- (1450-1517) los Fundamentos: Renacimiento y Humanismo » §75.- Situacion Religiosa y Eclesiástica Antes de la Reforma

I.- El Papado

1. El gran movimiento intraeclesial contra el papado durante la baja Edad Media, que había tenido su expresión en la idea conciliarista y en los concilios reformadores de signo democrático y nacional (Constanza, Basilea, cf. § 66), se derrumbó sin conseguir resultados duraderos para la Iglesia. El fruto lo habían cosechado los príncipes en sus concordatos con Roma (para Alemania, después de los concordatos con los príncipes de 1447, fue decisivo el Concordato de Viena de 1448). Pero también el papado había acrecentado su poder. Es cierto que su fortalecimiento fue casi exclusivamente de índole económica y política, no religiosa. Pues debido a su dedicación (iniciada justamente entonces) a la cultura mundana del Renacimiento, surgió una profunda escisión entre la idea religiosa del ministerio de Pedro y su realización concreta. Ello supuso un grave debilitamiento en el seno de la Iglesia, al cual también contribuyó el creciente supercurialismo, que convirtió al papa en sujeto jurídicamente ilimitado de la plena soberanía, de modo que quedaba enteramente al arbitrio del papa el impartir privilegios y castigos, así como el retirarlos. Inocencio IV había tenido, por ejemplo, la pretensión de dispensar hasta de los preceptos evangélicos por simple derecho positivo, sin aducir siquiera razones para ello.

Ya hacía tiempo que entre los canonistas se había creado una fuerte corriente de oposición a semejante abuso de la plenitudo potestatis. Lo que los canonistas intentaban era limitar el poder papal sujetándolo a principios éticos. Exigían que todas las decisiones se tomaran con justicia y que todos los juicios y las concesiones de ministerios se orientasen al bien común y a la utilidad espiritual de todos. De este modo, hacia fines de la Edad Media, la Iglesia se vio también debilitada por una profunda división entre las pretensiones pontificias y la opinión predominante de los canonistas.

En general, el papado fue convirtiéndose más y más en una sucesión de dinastías principescas, que más que nada se preocupaban de los Estados de la Iglesia y de su propia familia.

2. Además, la idea conciliarista, que había sido rechazada en 1460 (por el papa Pío II, su antiguo defensor)[2] no había muerto aún. Esta idea no sólo originó nuevos movimientos políticos en Francia, sino que también pervivió en Alemania, aunque allí los príncipes, en beneficio de las propias iglesias territoriales (§ 78), no permitieron su realización. De suyo, esta idea no podía desaparecer en absoluto. La tremenda experiencia del desgarramiento causado por los papas en el propio papado y en la firme estructura de la Iglesia durante el Cisma de Occidente no podía borrarse sino muy lentamente de la conciencia popular. Por otra parte, el recuerdo de esta experiencia se veía constantemente refrescado porque la reforma no se efectuaba. Bien se puso esto de manifiesto en tiempos de la Reforma de Lutero: su proclama dio a esta idea un nuevo y tremendo impulso, dotándola de un sustrato religioso e imprimiéndole un giro revolucionario y radical.

3. El resultado global de la evolución de la baja Edad Media no fue, por tanto, un robustecimiento del papado y su idea, sino su oscurecimiento generalizado. La idea del papado como institución religiosa única, incomparable e intangible, la idea de lo «católico» como algo vinculante objetivamente y en conciencia, que por naturaleza está por encima de toda crítica y reacción, quedó peligrosamente debilitada. Precisamente este debilitamiento, consciente en la mayoría de los pueblos y de sus dirigentes espirituales y temporales, hizo posible la Reforma.

La falta de claridad teológica, que ya hemos registrado en lo referente a la idea del papado y de la Iglesia, se convirtió en una característica general de la situación gracias a la teología de Ockham y al ockhamismo, a las discusiones teológicas periféricas, a la teología práctica de las administraciones episcopales y pontificias y a la vida nada edificante de muchos miembros del clero (cf. la doctrina de la justificación; la teología no sacramental; las indulgencias [§§ 73, 76]). Esta verdadera «confusión de ideas» (de la que se lamentó el Concilio de Trento) alcanzó un grado que hoy resulta poco menos que increíble para los católicos posteriores al Concilio Vaticano.

4. Volveremos a tropezamos repetidas veces con el funesto papel desempeñado por la curia en la preparación de la Reforma. Debemos citar aquí nuevamente la explotación financiera de la Iglesia ejercida por Roma. Y por «Iglesia» entendemos aquí especialmente la Iglesia alemana, puesto que las Iglesias española, francesa e inglesa estaban casi por completo en manos de sus gobernantes.

De los alemanes de aquel tiempo podemos constatar frecuentísimos reproches de «explotación financiera» por parte de Roma, pero la justicia, a su vez, nos exige afirmar que muchas veces las inculpaciones fueron desmedidamente exageradas. Por otra parte, esos términos deben llenarse de su verdadero contenido. El solo ejemplo del arzobispado de Maguncia, que por sus relaciones comerciales con la curia y por el caso de Tetzel tuvo que ver directamente (y de forma tan funesta) con el comienzo de la Reforma, prohibe cualquier trivialización. La archidiócesis de Maguncia tuvo que pagar por tres veces a Roma durante el decenio de 1504 a 1514, por el simple motivo del nombramiento de su arzobispo, la cantidad de 10.000 florines en concepto de derechos de confirmación y casi otro tanto por los derechos de palio. Ciertamente hay que tener en cuenta la venalidad generalizada imperante en aquel tiempo (por ejemplo, la corrupción de los príncipes), pero esto, naturalmente, no supone un verdadero descargo desde una perspectiva religioso-cristiana en general ni para una valoración del papado en particular.

Notas

[2] Pero no fue condenada como herética. También el papa León X volvió a rechazarla. Su condena definitiva como herejía tuvo lugar por vez primera en el Vaticano I (1870).

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