conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Período primero.- (1450-1517) los Fundamentos: Renacimiento y Humanismo » §76.- Renacimiento y Humanismo

II.- Rasgos Esenciales del Renacimiento

1. El Renacimiento fue un movimiento típico de la Edad Moderna, caracterizado por las nuevas actitudes espirituales fundamentales: nacionalismo, individualismo, espíritu laico, criticismo.

Con el fin de salvar de posibles malentendidos las explicaciones que siguen, hemos de hacer hincapié en que el Renacimiento, con toda su multiplicidad, fue ante todo un movimiento, una fecundación de gran fuerza explosiva. Lo propio del Renacimiento no se echó de ver en muchos aspectos hasta más tarde. Pero es tarea del análisis histórico rastrear ya en sus orígenes estos rasgos esenciales.

El Renacimiento fue un movimiento «nacional» italiano, resultado de la aspiración a constituir una república italiana, fruto, pues, del particularismo nacional (Cola di Rienzo, † 1534)[13].

2. Fue también un retorno a la Antigüedad romana.

a) El pueblo que entonces despertaba volvió espontáneamente la vista a las raíces de su ser y su poder. La confusión del tiempo contribuyó a ello, y así nació el lema que sería típico de toda aquella época y todo aquel movimiento: ¡Vuelta a las fuentes! Pues todo ser, en sus orígenes, responde de forma más pura y perfecta a la voluntad de Dios creador. Y para Italia los orígenes se encontraban en la antigua Roma, pujante dominadora del mundo.

b) En Italia, la Antigüedad no había muerto del todo. La propia ascendencia, el paisaje, las ruinas, los antiguos edificios y estatuas y fundamentalmente la lengua hablaban de ella. Y así, tras un largo sueño, todo ello resurgió claro e irresistible. En la Edad Media, los italianos habían tenido un primer reencuentro vivo con la Antigüedad gracias al resurgimiento del viejo derecho romano. Este derecho no había envejecido ni decaído, era algo vivo, eminente en forma y en contenido, una de las grandes obras maestras del pensamiento humano, de carácter y alcance universales. Pues bien, durante los siglos XIV y XV, el redescubrimiento de la Antigüedad proporcionó, con un ritmo cada vez más acelerado, un segundo encuentro especialmente intenso: a lo que se añadió un ferviente entusiasmo y una respetuosa veneración. Se arrancaron del suelo y coleccionaron antiguos tesoros artísticos; se redescubrió la forma plena, infinitamente bella y dulce de aquel arte tan cercano a la tierra; se volvieron a leer los viejos libros; se buscaron afanosamente manuscritos entre el polvo de las bibliotecas; se descubrieron y coleccionaron nuevos textos y se pagaron precios fabulosos con el fin de poseerlos poco menos que como una propiedad sagrada.

c) El nexo con la Antigüedad griega se había mantenido vivo durante la Edad Media gracias a Aristóteles, el gran garante de la Escolástica. Este conocimiento de la Antigüedad griega recibió una nueva inyección de vida procedente de Sicilia y del sur de Italia. Y por fin (en el año 1453, tras la conquista de los turcos), Constantinopla envió a Occidente sabios y manuscritos que pudieron transmitir la herencia del pensamiento griego en su lengua original.

d) Poco antes, ciertamente, ya había habido un contacto vivo con la cultura griega: mediante Manuel Crisolora (profesor de griego en Florencia desde 1396, muerto en 1415), Giorgio Gemisto Pletone († 1452) y el cardenal Bessarion († 1472); en el Concilio de la Unión, el de Florencia (§ 66), también habían intervenido eruditos griegos, que hicieron valer su método filológico. Los frutos que de todo esto derivaron fueron muy importantes, tanto para la historia de la cultura como para la historia de la Iglesia.

3. Pero ahora se abría paso una actitud muy distinta respecto a la Antigüedad: no era solamente conocerla, sino entablar una íntima relación con ella. No se trataba de obtener simplemente un extracto de los grandes pensamientos antiguos para incorporarlos al sistema teológico cristiano, sino de entenderlos desde su propio centro, de compenetrarse con ellos, de leerlos con todo su colorido local, tal- como habían sido escritos hacía muchos siglos. Pero aquí radicaba el peligro.

a) El intento de compenetrarse plenamente con un mundo de ideas completamente extraño es, sí, el presupuesto de toda objetividad histórica, así como el fundamento de la ciencia histórica, pero desgraciadamente también es la actitud básica del relativismo, de la indiferencia espiritual (la cual puede correr pareja con una respetuosa admiración ante multitud de diferentes afirmaciones filosóficas, religiosas y, naturalmente, también artísticas). Tal relativismo (como punto de partida) fue el auténtico cáncer del Renacimiento y (por extensión) de toda la Edad Moderna, de fatales consecuencias a la hora de determinar qué sea la verdad, qué deba ser la obligatoriedad del dogma, qué pueda ser o no ser la tolerancia dogmática.

Para no caer en malentenidos y no acusar al Renacimiento -al menos en su fase inicial- de relativismo expreso o de indiferencia dogmática, cosas que el Renacimiento no defendió en general, es preciso tener ideas claras de cómo suelen desarrollarse las revoluciones espirituales de gran envergadura: a menudo, lo nuevo que se reconoce valioso, se yuxtapone ingenuamente a lo tradicional, sin caer en la cuenta en principio de la heterogeneidad intrínseca de ambos elementos.

b) La cultura antigua era pagana. Por tanto, se intentaba, por decirlo así, leer los textos de manera «pagana». Es cierto que la claridad del monoteísmo cristiano resultaba tan superior a la ridícula confusión del politeísmo pagano, que casi no hubo ninguna recaída en la doctrina pagana. Pero las ideas antiguas, en la literatura como en el arte, estaban revestidas de formas seductoras y costumbres livianas. Los mitos politeístas podían muy bien utilizarse sin compromiso alguno, en forma lúdica, pseudoheroica. No se puede negar que este juego estetizante se realizó al principio y hasta bien entrado el alto Renacimiento dentro de una cristiandad firme e indivisa. En todas las formas de expresión artística, desde los pavimentos de mosaico (catedral de Siena), pasando por los frescos y estatuas hasta las inscripciones y miniaturas, son legión las ilustraciones en que el elemento pagano-mitológico aparece colocado candorosa e ingenuamente junto a manifestaciones cristianas. Para enjuiciar correctamente esta mezcolanza, el observador debe dejarse arrastrar también de algún modo por la audacia fascinante de aquellos espíritus (filósofos, artistas, teóricos del arte, teólogos, estadistas) y, además, rememorar el viejo mundo de la alegoría (que en sus combinaciones opera libremente, dejándonos a menudo indefensos). Los antiguos héroes, por ejemplo, volvieron a ser considerados con toda seriedad como precursores de Cristo. Semejante interpretación estaba ya preparada e incluso santificada por la alegoría teológica. La forma como Federico II construyó sus argumentaciones y la fundamentación que dio la curia a la teoría de las dos espadas sirvieron de antecedente tanto como el saludo entusiasta que Dante dirigió a Enrique VII («¿Eres tú el que ha de venir...?» - «Este es el Cordero de Dios, que quita...»).

Difícil es, no obstante, imaginar que tan descuidada mezcolanza no inficcionase de alguna manera la pureza de lo cristiano. De hecho, en muchos de los representantes más destacados se infiltró una forma de pensar (y una conciencia) pagana. Y después, muy pronto, también la forma pagana de vivir regaladamente y sin freno.

c) Más allá de estas formas «paganas», sin embargo, no hay que olvidar los elementos cristianos del Renacimiento. Estos elementos fueron decisivos. El lema de la «vuelta a las fuentes» demostró fehacientemente su eficacia en la recuperación de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia, lo que supuso un movimiento de incalculable importancia para la reforma católica del siglo XVI. Y también en sus comienzos, el Renacimiento (inseparable del Humanismo) se presentó como un movimiento cristiano, gracias a algunos grandes representantes pletóricos de cristianismo. No dejamos de advertir el peligro de desviación neoplatónica que aquí latió; ya volveremos sobre ello (Pico della Mirandola).

Así, pues -para decirlo una vez más-, es históricamente falso considerar el Humanismo como un movimiento no cristiano o menos cristiano desde sus comienzos. El Humanismo fue una determinada forma anímico-espiritual que en un primer momento se realizó dentro de una confesión cristiana correcta.

4. Otra característica del Renacimiento es que produjo un sinnúmero de vigorosas individualidades. La confusión política, la falta de poderes superiores fuertes, el despertar espiritual del pueblo, la rápida aceleración del crecimiento en todos los terrenos hicieron del Renacimiento un tiempo verdaderamente propicio para las personalidades de perfiles acusados, carentes incluso de miramientos. Personalidades de este tipo las hubo en abundancia.

También en la Edad Media hubo personalidades relevantes. La diferencia esencial, decisiva para el futuro, estriba en su distinta valoración. En la Edad Media, la personalidad individual estaba subordinada al todo superior del Estado, de la Iglesia, de la doctrina cristiana. Con el Renacimiento, sin embargo, se originó una clara tendencia, cada vez más intensa, a dejar al individuo apoyarse sobre sí mismo, incluso a liberarlo de toda norma y obligación. Pues aun dentro de aquellos órdenes superiores, al principio no discutidos por nadie y luego sólo por unos pocos, el hombre comenzó a ser consciente de su propio valor y autonomía. El «yo» comenzó a ser la norma o el criterio de los valores. Este «yo» se hizo consciente de su plenitud[14] y supo exteriorizarlo: no se pasó todavía de la individualidad al individualismo, pero quedó allanado el camino para ello.

5. En todos estos aspectos se echó de ver claramente una desviación más o menos efectiva (en un principio no programática) de muchos ideales de la cultura eclesiástico-medieval. En vez de humildad, conciencia de sí mismo; en vez de renuncia, meditación y oración, acción y fuerza; en vez de mortificación, placer; en resumen, en vez del más allá y el reino de los cielos, el más acá y su belleza y la perduración de la fama del propio nombre. Se fue descubriendo más y más la hermosura del mundo, buscándola en los viajes y en un nuevo modo de contemplar plácidamente la naturaleza (Petrarca, su vida campestre, su ascensión a las montañas).

6. El Renacimiento, finalmente, como ya se ha ido viendo en todos los puntos tratados, fue esencialmente un movimiento laico.

a) Muchos clérigos, monjes, papas y obispos tomaron parte en él y fueron figuras de primer orden, pero su tendencia, oculta o manifiesta, fue de carácter laico y profano, no clerical y eclesiástico. A pesar de las limitaciones de nuestra tesis (que no son pocas), podemos decir que el Renacimiento y el Humanismo implicaron y desataron tendencias conducentes a la secularización del mundo, que antes era fundamentalmente eclesiástico. Sirvieron en buena parte de introducción o preludio a una etapa de la historia humana marcada ya decisivamente por el proceso de secularización. Las causas fueron evidentes: la burguesía de las ciudades, que se convirtió en la fuerza impulsora fundamental de la vida; el mundo antiguo redescubierto y aceptado por muchos en su interior, que era pagano, puramente humano, sin influencia de ideas sobrenaturales; y la cultura del Renacimiento, surgida del movimiento secular de la alta Edad Media, que los mismos laicos llevaron al triunfo, continuando aquel proceso medieval (más o menos consciente) de separación de la tutela de la Iglesia y, a la vez, combatiendo -como ya hemos dicho- el clericalismo.

b) Bajo este mismo aspecto fue especialmente significativa y trascendental para la historia de la Edad Moderna eclesiástica la nueva teoría del Estado. La idea básica, asentada ya desde Federico II y los legistas de Felipe IV, acabó rompiendo todas las barreras: el Estado, en la práctica, ya no se sintió vinculado a la Iglesia, y a menudo ni siquiera a la moral. La concepción de san Agustín fue muchas veces sustituida por otra, la que considera al Estado como algo completamente autónomo. El Estado no es más que poder y, para sí mismo, la medida de las cosas. Es evidente que esta afirmación no vale en la misma medida para los siglos XV y XVI que para la época posterior; para el siglo XVI, sin ir más lejos, ya fueron significativos los escritos dirigidos contra Maquiavelo. Pero de lo que se trata es de determinar el nuevo principio y la dirección del desarrollo; es necesario comprender qué gérmenes alentaban bajo los acontecimientos. La política del Renacimiento y del absolutismo de los siglos XVII y XVIII, en la práctica, actuaron de acuerdo con la teoría maquiavélica del Estado, aunque en teoría la condenasen. En el siglo XVIII fue ampliamente aceptada incluso la teoría. Los totalitarismos actuales, finalmente, han sacado las últimas consecuencias de aquellos principios, por enorme que parezca la distancia que los separa del pensar y el sentir de los hombres de aquella época y por poco derecho que tengan a remitirse a aquellos hombres, que eran todavía cristianos.

c) La política de los soberanos de los Estados de la Iglesia también se rigió muchas veces en la práctica, durante los siglos XV y XVI, con arreglo a estas doctrinas. La política de alianzas que siguieron los papas fue necesaria para la conservación de los Estados de la Iglesia. Pero semejante política, con sus incesantes cambios, llevó la impronta de una escasa fidelidad. Que Alejandro VI, el enemigo de Savonarola, se aliase por ventajas materiales con el enemigo número uno de la cristiandad, el sultán turco; que León X, por motivos políticos, se abstuviese durante algún tiempo de toda acción enérgica contra Lutero; que Clemente VII rompiera con el emperador católico y se pasara al bando del aliado francés de los protestantes, salvando con ello, por decirlo así, al protestantismo: todo ello fueron simples botones de muestra de la mentalidad secularizante del Renacimiento, datos que deben contarse, desde el punto de vista eclesiástico, entre las más vergonzosas y trágicas contradicciones internas de aquella época. Pero lo más importante desde el punto de vista histórico -haremos bien en recordarlo- no estriba en el fallo personal de cada uno de los papas, sino en el hecho de que los casos individuales fueron la expresión significativa de unas actitudes fundamentales que para la curia se habían convertido en algo completamente natural.

d) También el comercio resultó lógicamente afectado por este espíritu mundano e individualista. En el orden del día no se incluía la cuestión del «justo beneficio». La prohibición medieval de exigir intereses fue abolida en la práctica y, en parte, también en la teoría. El aprovechamiento ilimitado de las posibilidades de lucro se convirtió en lema. En los negocios puramente bancarios y pecuniarios, que acabaron por imponerse en muchas partes, se aprovechó la posibilidad de lucro con la misma falta de escrúpulos que en la predicación de las indulgencias.

7. Un nuevo realismo llevó a la observación exacta de la naturaleza y a su investigación experimental. Tuvieron lugar los grandes viajes de los descubridores y hubo nuevos inventos. Apareció un considerable número de hombres animados por una intensa pasión de arrancar sus secretos a la naturaleza: Vasco de Gama, Colón, Martín Beheim, Paracelso, Kepler, Copérnico, entre otros muchos. Y, junto a la ciencia, también la magia y la astrología persiguieron el mismo objetivo[15]. El resultado de todo ello fue una insólita ampliación de la imagen del mundo.

8. Finalmente, el Renacimiento fue una cultura de la expresión. En este sentido tuvo fundamentalmente un carácter estético y artístico y poseyó la capacidad de expresarlo con impresionante plenitud.

9. Surgió así un nuevo ideal de vida[16]. El movimiento originado por este nuevo ideal se entendió a sí mismo como contrapuesto con el pasado inmediato y con las fuerzas que lo sustentaban, es decir, en contradicción con la Edad Media, con todos los «retrocesos» y anomalías de la Escolástica, el Estado y la Iglesia. El pasado se antojaba formalista, sombrío, agobiante. Se pretendía un tipo de humanidad más libre, más bella y más armónica. La idea de la libertad y de los derechos humanos, que de una u otra forma (aunque a veces reprimida) ha acompañado todo el desarrollo de la humanidad en la Edad Moderna, tuvo aquí claramente sus comienzos. Este estilo más libre tuvo enormes consecuencias en la esfera de la fe. Como resultado de las múltiples concepciones ya mencionadas, se impuso una decidida tolerancia -también indiferencia- respecto a las otras creencias. El valor de la verdad incondicional obligatoria perdió su atractivo. La libertad fue sobrevalorada a costa de la fe. Aquí es donde tiene su suelo nutricio esa concepción unilateral que ha llegado hasta nosotros, según la cual el Renacimiento fue una época de libertad tristemente malograda por la Reforma y la Contrarreforma.

10. Con el nombre de Humanismo se designa aquella parte del movimiento renacentista que se ocupó preferentemente de la formación literaria, del lenguaje, de la educación, de los estudios, del saber. Fruto de la vida espiritual del Humanismo fueron las múltiples ediciones de autores antiguos, pero también una exquisita literatura dialogal y epistolar. El humanista, amigo de la correspondencia escrita y del trato humano, gustaba de mostrar su cercanía a la Antigüedad con gran número de citas, que sacaba de su biblioteca privada. Pero rara vez llegaron estos eruditos a realizar grandes creaciones propias.

El mismo nombre de Humanismo es altamente significativo: Humanismo significa la época del hombre, es decir, la época en que el hombre empieza a ser la medida de las cosas.

11. En resumen, el Renacimiento y el Humanismo significaron el gran despertar del espíritu europeo, en la medida que elevaron y diferenciaron la autoconciencia del hombre, así como el concepto de su situación no sólo en el mundo, sino también en el tiempo. También entonces empezó a despertar de su sueño el pensamiento histórico. Desde entonces se tuvo conciencia de la peculiaridad de las épocas y de cómo se distinguen y separan las unas de las otras.

Notas

[13] El concepto moderno de lo «nacional» no se adecúa por entero a esta época, y especialmente a Italia. De todas formas, puede decirse que la sensibilidad hacia lo peculiar de Italia y hacia lo común de todo lo «italiano», a diferencia de los pueblos allende los Alpes y los mares, creció poderosamente y, en este sentido, provocó y desarrolló un sentimiento unitario «italiano-nacional».

[14] Resurgió el autoanálisis psicológico. La obra maestra de este género, las Confesiones de san Agustín, se convirtió en el libro predilecto de la época.

[15] La astrología, aparentemente aprobada incluso por la Sagrada Escritura, no había desaparecido del todo durante la Edad Media. Pero en el Renacimiento alcanzó una importancia extraordinaria. El mismo Kepler († 1630) hubo de ganarse la vida por este medio. Pero si aquí se manifestaba el esfuerzo por ver de alguna manera a Dios en los mapas celestes, en cambio, en la alquimia, al principio emparentada a menudo con la astrología, apareció el afán por las cosas terrenas, que la Edad Media había condenado. El oro, la eterna juventud, la satisfacción del amor sensual debían alcanzarse mediante experimentos, que a menudo se llevaban a cabo con ayuda de un «pacto con el diablo».

[16] Este nuevo ideal de vida se expresó también en la aparición de una nueva forma de vida social. Su característica principal fue la «emancipación» de la mujer, naturalmente llevada a cabo muy poco a poco y sufriendo grandes reveses.

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