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I.- El Protestantismo
1. Hasta la Reforma, la mejor garantía de la religión cristiana en Occidente era su unidad: no existía más que una fe. La división acaecida en 1054 no había tenido una incidencia tan profunda en la médula de la fe; por otra parte, la conciencia de que se había perdido la unidad era una conciencia muy débil. La destrucción de esta unidad en el corazón mismo de Europa mediante grandes Iglesias y denominaciones que se esforzaban por vivir del patrimonio cristiano central se convirtió -pese a sus más íntimas aspiraciones- en una de las causas mas poderosas, la más honda tal vez, de la futura incredulidad.
Me remito al juicio de Loewnich, citado en el § 84, II, 3. Por mi parte, me tomo la libertad de hacer las dos indicaciones siguientes: 1) Nos encontramos en el punto en que la tragedia inmanente de la Reforma resulta dolorosísima. No puede haber cosa más ajena a la fe de los reformadores, basada exclusivamente en el Redentor, que el deísmo de la Ilustración. 2) Después de cuanto hemos dicho sobre el protestantismo, lo que indicamos a continuación no ha de entenderse torcidamente como una infravaloración o como una inculpación personal. El conjunto de causas nos es ya en parte conocido. Su multiforme realización podría esbozarse de la siguiente manera:
a) El mero hecho de la coexistencia de diversas confesiones era motivo suficiente para caer en la tentación de la duda: ¿cuál de ellas es la verdadera? Ante el surgimiento de esta cuestión y ante sus devastadoras consecuencias, la conciencia cristiana tradicional reaccionó con una energía realmente sorprendente. Pero a la larga no fue capaz de impedir el deslizamiento hacia la duda, que iba siendo cada vez más rápido y generalizado. Ya en el año 1624 el deísta Herbert de Cherbury plantea a las diversas confesiones su cuestión programática: «¿Qué es la verdad?».
b) El sufrimiento y los terribles estragos causados por las guerras religiosas (en Alemania, Holanda, Inglaterra y Francia), en cuyos monstruosos sucesos habían tomado parte grupos rectores de la Iglesia, el carácter totalmente injusto y anticristiano de estas guerras, las contradicciones y la hipocresía que en ellas aparecía, apartaron a muchos de la Iglesia, crearon un fondo de amargura e hicieron que no pocos adoptaran una actitud indiferente.
c) En el seno del protestantismo, el individualismo dio lugar a una fuerte división y al mismo tiempo hizo que los diversos grupos se acusaran recíprocamente de herejía (luteranismo estricto, luteranismo melanchtoniano de impronta calvinista o humanista, calvinismo de diversos matices, no pocas denominaciones más). Esta situación llegó a ser tan grave que muchos llegaron a pensar que para salvar el cristianismo no había otra solución que renunciar a entrar en distinciones más precisas en el campo doctrinal (solución que tenía un precedente: la distinción ortodoxa entre articuli fidei fundamentales y non fundamentales, § 101). Ante las mutuas acusaciones y caza de herejes que se daba entre las confesiones reformadas y en ambas posiciones -católica y protestante-, pensó Jakob Acontius, ya en 1565, que la salvación estaba en la distinción que él proponía entre dogmas importantes y dogmas que no lo son tanto. Los reformadores de Estrasburgo introdujeron en la predicación dogmática protestante ideas relativistas en pleno siglo XVI.
2. El pietismo se movió en idéntica dirección, reaccionando contra el carácter doctrinario de la Escolástica protestante, que imperaba desde finales del siglo XVI, con sus discusiones bizantinas, y también contra la opresión legal del calvinismo (junto a sus esfuerzos unitarios en el campo filosófico y dogmático, § 101). El pietismo subrayaba el sentimiento religioso, «piadoso», y la acción moral. Las diversas determinaciones doctrinales perdían su importancia. Con ello se puso en peligro la adhesión al dogma, que hasta entonces había dado a las Iglesias evangélicas una notable unidad y cohesión. La acentuación de lo afectivo y del bien obrar condujo a un pronunciado subjetivismo, situación que llevaba inmediatamente al individualismo y al moralismo de la Ilustración. En algunos aspectos el pietismo se apartó de la Iglesia protestante organizada. Debido a la exageración de sus tendencias iluministas, acabó convirtiéndose en algo propio de sectas y conventículos (cf. los socinianos, § 83, que arrancaban de la crítica a los dogmas de la Escolástica tardía, pero que se unieron muy pronto, sobre todo en Polonia, con pequeñas comunidades unitarias). Todos estos esfuerzos constituyen un proceso lógico que, en parte, no carece de cierta profundidad religiosa, pero que también fue una de las causas de que en el protestantismo no existiera ninguna fuerza eclesiástica lo suficientemente fuerte como para oponer una victoriosa resistencia a la Ilustración.
Muestra importante y de gran trascendencia de ese pietismo sentimental, que contiene también rasgos de la Ilustración incipiente, son determinados cantorales, a través de cuyos himnos «la inteligencia puede comprender algo y el corazón elevarse a sentimientos cristianos». Por otra parte, este pietismo sentimental tuvo también consecuencias inversas. Justamente este tipo de pietismo contribuyó, sin duda, al rechazo de la Ilustración racional o, mejor, racionalista. Un ejemplo de ello es el círculo pietista de Holstein, centrado en el palacio de Emkenhof y muy influido por M. Claudius.
Pero el punto más importante sigue siendo el indicado anteriormente. Todos estos elementos, tan diversos, llevaron por diferentes caminos a una actitud de indiferencia con respecto a las determinaciones doctrinales concretas y precisas. Esto suponía su relativización.
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