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§107.- La Secularizacion en Alemania (1803)

1. Mediante la confiscación de los bienes de la Iglesia, la Revolución francesa había llevado a cabo una gigantesca secularización. Cuando la orilla izquierda del Rin fue sometida a dominio francés, sobrevino aquí el mismo aniquilamiento de la organización de la Iglesia, al tiempo que se confiscaba su patrimonio.

2. También en Alemania había preparado el espíritu de la Ilustración suficientemente ese terreno. Por eso, siguiendo el ejemplo de Francia, se llegó aquí fácilmente a la destrucción del viejo orden eclesiástico, basado en la soberanía episcopal. Para esto sólo se necesitaba implantar y ejecutar las medidas confiscadoras de los bienes eclesiásticos ya existente en el territorio alemán de la margen izquierda del Rin. Esto no ofrecería dificultades por favorecer el egoísmo de los soberanos seculares y su miope oposición al imperio y al emperador. Es comprensible que Napoleón se aprovechase de estas tendencias. Pero lo que no puede comprenderse es que los príncipes alemanes adoptasen una actitud lastimosamente mercantilista y carente de toda dignidad nacional, que hicieran suyos los objetivos antialemanes y, sobornados por París, permitiesen la división de su patria. Entonces se puso de manifiesto el efecto pernicioso de aquel egoísmo territorial y dinástico, mantenido a lo largo de siglos, que tan escasísimo aprecio había mostrado por la unidad de todo el territorio nacional. Objetivamente la política de los soberanos alemanes era la expresión de la ruptura interna del imperio y de la idea imperial y la culminación de un proceso tendente al desarrollo de territorio cerrado, a costa de la nobleza y de los bienes eclesiásticos. Es cierto que los buenos propósitos del príncipe canciller de Maguncia (1744-1817), Karl Theodor von Dalberg, y sus esfuerzos para obtener un concordato imperial demuestran que los soberanos eclesiásticos tenían una elevada concepción del imperio al estilo antiguo. Pero en sus tratados de paz, firmados por separado con Francia, Prusia (1795), Baden y Würtemberg (1796), pidieron compensaciones por sus pérdidas territoriales en la orilla izquierda del Rin, exigencias que fueron confirmadas por la Paz de Lunéville (1801).

El Acuerdo orgánico de la Diputación del Imperio de 1803, firmado en Ratisbona, sufrió las consecuencias de todo lo anterior: la voluntad de Napoleón se convirtió en ley para Alemania. Las posesiones eclesiásticas deberían pasar al dominio del Estado. Los principados eclesiásticos desaparecieron y las posesiones de los monasterios y cabildos catedralicios pasaron a mano de los llamados regímenes seculares, incluido el de Baviera. Precisamente de la católica Baviera partió el impulso para la secularización de los monasterios. Los principados nacionales y la iglesia nacional terminaron su importante evolución a consecuencia de un latrocinio vulgar y corriente. Lo único no corriente aquí fue la cantidad de bienes robados y la falta de valoración cultural de una parte importante de soberbios edificios barrocos degradados hasta ser convertidos en manicomios, cárceles y correccionales.

3. Consecuencias:

a) Con la desaparición de los soberanos eclesiásticos los Estados católicos del imperio habían quedado reducidos a una minoría sin importancia y el imperio católico había sido mortalmente debilitado. Con la «Confederación del Rin», formada en 1806 bajo el protectorado de Napoleón, la ruina del imperio se había consumado. La deposición de la corona del Sacro Romano Imperio por el emperador Francisco II en 1806 no fue más que la manifestación de este estado.

b) La secularización constituía una profunda debilitación económica de la Iglesia y de los católicos. Las grandes creaciones artísticas impulsadas por las cortes eclesiásticas, obras que todavía hoy pertenecen a lo más valioso del patrimonio artístico alemán, y las magníficas fundaciones de los obispos y canónigos (escuelas, colegios para estudiantes y similares) dejaron de programarse. Como, además, los bienes confiscados de la Iglesia o vendidos a cualquier precio fueron adquiridos sobre todo por no católicos, el poderío económico sufrió un desplazamiento desfavorable, una vez más, a los católicos. Hasta el siglo XX la actividad constructora de los católicos ha venido sufriendo las consecuencias de esta desigualdad creada por una injusticia manifiesta. No se debe olvidar tampoco que la enajenación global, muchas veces por subastas, del patrimonio eclesiástico supuso sencillamente la pérdida de una parte considerable del tesoro artístico.

c) La secularización constituyó un peligro inmediato para la religión y la Iglesia, y esto también en el sentido de que hizo casi imposible la adecuada formación del clero, pues la mayor parte de los centros de formación eclesiástica fueron suprimidos.

d) Y, sobre todo, en el origen del nuevo proceso había una desmesurada estatalización eclesiástica, la mayoría de las veces de signo protestante y católico también algunas (Baviera, Baden), al que prestaron ayuda algunos círculos católicos episcopales y teológicos influidos por el espíritu de la Ilustración, como el benedictino Benedicto María Werkmeister, 1745-1823, figura eminente, profesor, párroco y colaborador en la organización eclesiástica y docente de Würtembeg. Ni los Estados protestantes ni Baviera cumplieron en la medida exigida las obligaciones por ellos contraídas de sufragar el culto, la enseñanza religiosa y la dotación de las diócesis. Ni unos ni otros concedieron a la Iglesia la libertad necesaria, sino que prefirieron ejercer una tutela infantil policíaco-estatal. Además, los Estados protestantes no tuvieron la confianza y la comprensión necesaria para con sus nuevos e involuntarios súbditos católicos. Los altos cargos del Estado fueron reservados de un modo especial, incluso en las comarcas católicas, a los protestantes. Era el medio más seguro para tener a raya en todos los frentes a la parte católica de la población. Renania fue hasta la Primera Guerra Mundial el ejemplo típico de esta situación. Todo ello llevaba consigo un notable debilitamiento interno de la conciencia católica, lo que indudablemente redundó en detrimento de sus energías creadoras.

e) Llegado al punto más bajo de este proceso, y una vez que las ideas de la Ilustración pusieron de manifiesto su falta de vigor, apareció también en Alemania, lo mismo que en Francia, la ventaja que suponía la situación, es decir, la posibilidad de levantar sobre ella el nuevo edificio del catolicismo. También por lo que respecta a Alemania la secularización constituyó no sólo la base de ininterrumpidos ataques contra la Iglesia, sino también -y esto es lo más importante, vistas las cosas desde una perspectiva superior- el comienzo de una nueva época en la vida del catolicismo, con una mayor profundidad religiosa y pastoral. El mero hecho de que la Iglesia no fuese ya el «hospicio de la aristocracia», con las incontables pérdidas sufridas, tenía que producir efectos beneficiosos para la religión de la cruz (cf. § 75, II, 1).

Es cierto que las ofensas inferidas a los nuevos súbditos católicos por algunos irresponsables gobiernos protestantes significaron una de las fuentes más hondas de la intranquilidad confesional que tanto perjudicó a Alemania durante el siglo XIX. No fue realmente la secularización el momento más apto para la coexistencia pacífica de las confesiones en Alemania. Y esto no porque faltaran en los antiguos Estados eclesiásticos valiosos intentos de carácter ecuménico (Merkle). Sin embargo, desligado ahora de las preocupaciones políticas y económicas, cobró nueva vida el ideal de la unidad de la Iglesia vinculada estrechamente a Roma[7]. La pastoral católica en conjunto se vio privada, para su bien, de toda ayuda externa, a veces forzada. Era el momento de replantearse la gran tarea cristiana de «desplegar las fuerzas internas del catolicismo y hacerlas fructificar».

f) Hoy ya no puede dudarse de que el tiempo estaba maduro para la desaparición de los pequeños Estados y, sobre todo, de los principados eclesiásticos. En su idea y en su realización, el Sacro Romano Imperio había quedado superado. La simplificación del mapa político de Alemania era condición indispensable para una posterior unificación nacional, que tendría, por su parte, enorme trascendencia para la historia de la Iglesia.

Aunque esta unificación cuajó al principio en una fórmula políticamente insuficiente y luego se desarrolló desmesuradamente siendo utilizada para desgracia de la propia nación y de Europa entera, lo cierto es que la unidad alemana en sí misma era entonces una necesidad histórica y, considerada globalmente, facilitaba considerablemente la labor de la Iglesia en el tiempo y en el mundo. Una de las principales tareas del siglo XIX consiste en tomar muy pronto conciencia de esas nuevas posibilidades.

Notas

[7] Para el desarrollo puramente pragmático de la gran influencia de Roma, cf. § 106, III, 11.

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