» Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Segunda época.- Hostilidad a la Revelacion de la Ilustracion al Mundo Actual » Período segundo.- El Siglo XIX: la Iglesia Centralizada en Lucha con la Cultura Moderna » §109.- Situacion Historica de la Iglesia y Su Actividad a lo Largo de los Siglos XIX y Xx
III.- Conclusiones
El siglo XIX y lo que llevamos del XX se halla, pues, caracterizado por una doble orientación: son continuación de tendencias anteriores y comienzo de otras nuevas, son a la vez destrucción y construcción.
1. Una primera corriente continúa la labor destructiva iniciada en los siglos anteriores, va sacando las consecuencias últimas del subjetivismo en todos los campos (iglesias estatales, escepticismo, positivismo, moral autónoma, materialismo, ateísmo, socialismo, liberalismo, nacionalismo, comunismo, bolchevismo) y lógicamente desemboca en el caos, el caos ideológico y el de las guerras mundiales. Frente a esta corriente surgen movimientos que se relacionan con impulsos religiosos (el romanticismo, la neo-escolástica, la nueva reflexión teológica, la nueva literatura religiosa; en el campo protestante se registra un movimiento de continuo resurgir; nuevos principios teológicos en defensa de la fe contra el liberalismo disolvente; movimiento ecuménico, cf. § 125, III). Esa múltiple labor de reconstrucción eclesiástica culmina con la victoria definitiva sobre la idea y la realidad de las iglesias nacionales, idea y realidad que desde el comienzo de la gran lucha antipontificia iniciada en tiempos de Federico II y Felipe IV había venido dominando la progresiva desvinculación de los pueblos con Roma. Nos referimos a la victoria sobre el nacionalismo eclesiástico lograda por el Vaticano I. En el campo protestante, las iglesias nacionales alemanas se reorganizan profundamente a raíz de la caída de las monarquías en 1918.
2. Los momentos ya indicados (unificación jurídica de toda la Iglesia por el Vaticano I, nuevo Código de Derecho Canónico en 1917, Primera Guerra Mundial, 1914-1918; Pactos Lateranenses de 1929) coinciden con cambios muy significativos en la situación espiritual de la época (ideas comunitarias, por ejemplo, en el movimiento juvenil y en la restauración litúrgica; tendencias a lo objetivo y hacia la autoridad en la filosofía -incluso entre los protestantes-, así como hacia el valor de lo colectivo en la vida política y económica) y adquieren así una profunda significación general. A esto hay que añadir, como rasgo significativo, el hecho de que, cada vez más, los antagonismos se van concentrando, por encima de las diferencias confesionales, en dos únicos frentes: la fe y la increencia.
Debido a lo agudo de estas contradicciones, nuestro tiempo, el momento actual, se caracteriza claramente como período de transición. Por otra parte, las recientes teorías revolucionarias de la matemática, de la física y de su aplicación a la técnica parecen preludiar un final, una conclusión. Por ello se habla a veces de «fin de la Edad Moderna». De hecho, hay multitud de indicios importantes y hasta diríamos amenazadores que apuntan a ello. Pero sólo el desarrollo posterior nos permitirá determinar en qué medida podemos aplicar con precisión esos términos.
En todo caso hay un hecho importantísimo que no debemos olvidar: la «burguesía», la antigua clase media, que venía siendo, lo mismo entre los protestantes que entre los católicos, la portadora fundamental de la tradición cristiana, es una clase que hoy ha desaparecido en buena medida, hasta tal punto que incluso podemos hablar de un auténtico cambio de estructuras de la sociedad. La concentración de las diferentes naciones en dos bloques radicalmente enemistados, el del «mundo libre» de Occidente y el del comunismo ruso de tipo bolchevique, es un hecho que no tiene parangón adecuado en la historia. Asimismo, el desplazamiento de Europa en su papel tradicional dirigente en medio de estos dos bloques antagónicos es un fenómeno de decadencia de primer orden.
En la actualidad seguimos en una época de «cambio»; o mejor, el «cambio», como estado permanente, se va convirtiendo en una característica fundamental de la época. Los nuevos descubrimientos y su difusión arraigan profundamente en el ser humano, en su pensar y su obrar. Se inicia con la industrialización una nueva fase revolucionaria: la automación. Puede ocurrir que la amplificación de los acontecimientos dentro de una perspectiva global llegue a afectar profundamente a la conciencia del hombre, modificando su capacidad de reacción. El lanzamiento de satélites artificiales al espacio (que no modifica aspecto de los principios o cuestiones de fe) y los viajes espaciales del nombre constituyen, sin duda, etapas decisivas. Y ¡si el hombre, con todas estas experiencias, y precisamente ahora a la vista de las dimensiones del micro y el macrocosmos, descubiertas por vez primera, manifiesta su pequeñez, la Iglesia, ante semejante ampliación del horizonte humano, necesita adaptar sus métodos a estas dimensiones y dar al hombre de hoy, tan independiente, las respuestas que exigen sus preguntas y en su propio lenguaje, procurando que estas respuestas se adapten a su situación.
Del director
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