conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Las Iglesias Orientales » §122.- Las Diversas Iglesias Orientales

II.- La Ortodoxia en Rusia

1. Desde el punto de vista eclesiástico y cultural, el destino de Rusia está profundamente influido por el hecho de que la cristianización, que lo transformó, procedía del ámbito cultural bizantino[36]. Esta influencia se ha ido extendiendo a los diferentes sectores de la historia rusa. Como expresión más alta de esta influencia mencionaremos el caso de Moscú, ciudad que, al ascender a la categoría de capital del imperio, se juzga y declara heredera del Imperio bizantino y tercera y definitiva Roma.

Ya durante la controversia sobre las imágenes hubo monjes bizantinos que llevaron la buena nueva a los territorios de la Rusia meridional, entre otros a las montañas de Crimea. Con ellos llevaron el culto a las imágenes, a los iconos, que habría de convertirse en un elemento esencial de la piedad rusa. Sus cavernas, excavadas en las montañas, se convirtieron poco a poco en monasterios, lo cual constituye también un fenómeno que habría de tener gran importancia para la historia de Rusia y de la Iglesia (el más famoso fue el monasterio fundado en Kiev en 1051 por los monjes del Monte Athos). Kiev adquiere a partir de su cristianización un importantísimo significado en la defensa contra las hordas asiáticas y su monasterio ha tenido la gloria de ser un auténtico vivero de piedad rusa.

El primer obispo misionero fue enviado a aquella tierra por el patriarca Focio en el momento en que se desarrollaba entre Constantinopla y Roma la pugna por la evangelización de los países balcánicos.

La primera princesa rusa que abrazó la fe cristiana, la princesa Olga, fue bautizada en Constantinopla. Y quien puso los cimientos de la cristianización propiamente dicha fue su nieto Vladimiro, bautizado probablemente en el 998 y casado con una princesa bizantina.

Frente a este carácter bizantino del cristianismo ruso nada pudieron los intentos del Occidente durante los siglos X y XII. Pero la liturgia y la literatura fue transmitida por los discípulos de Metodio desde Bulgaria; por ello surgió en el Estado de Kiev un cristianismo bizantino-eslavo.

Kiev fue el primer lugar de concentración nacional y eclesiástica. Cuando decayó su importancia, se formó un nuevo centro, Novgorod, cuya herencia recogió Moscú. El metropolitano seguía siendo todavía consagrado en Bizancio y era confirmado por el basileus. Hasta el siglo XIII casi no había en Rusia más que metropolitanos griegos. Cuando Constantinopla fue atacada por los turcos, la vinculación que existía desde hacía tantos años se confirmó, y cuando Occidente se echó atrás, fue Rusia la que aportó dinero y ayuda en armamento.

2. Hasta el siglo XI el territorio de los eslavos orientales era un territorio cristianizado (véase tomo I, mapa 7). Después, con una cierta naturalidad, la ola de la cristianización fue avanzando en dirección nordeste y este. La Iglesia rusa, y concretamente el reino cristiano de Kiev, se convirtió en «avanzada de la cristiandad» frente al Oriente pagano (Benz). Es importante notar que el impulso expansivo de las misiones hacia el este y nordeste se mantuvo incluso bajo el dominio de los mongoles.

Las invasiones mongólicas del siglo XIII caracterizan a lo largo de dos siglos y medio (1224 a 1484) la historia del pueblo ruso y de su Iglesia. En 1240 Kiev fue devastada; el centro de gravedad de la vida rusa se fue desplazando a Moscú. Pero, a pesar de la terrible destrucción, muertes, expulsiones, violencias de toda clase en las ciudades, en los monasterios y entre la población campesina, que trajeron sobre la población cristiana y sobre la Iglesia los dominadores extranjeros paganos[37], estos siglos no se reducen exclusivamente a una historia de opresión. Una vez que la amenaza mongólica sobre el sur de Europa (con el Adriático y la Italia superior) quedó reducida en 1242 a un olvidado episodio y los principados rusos se convirtieron en una provincia del Imperio mongol, la Iglesia vivió en estos territorios bajo la protección de una legislación sorprendentemente amplia[38]. Los mongoles (algunos de los cuales se habían hecho cristianos nestorianos o los tenían a su servicio) establecieron incluso una alianza con las potencias occidentales en contra del Islam. Pero el intento finalizó en 1259 con una derrota de los asiáticos. A partir de entonces el Islam tomó plenamente la ofensiva. Cuando el Islam se atrajo a los príncipes mongoles a su campo, el cristianismo sufrió graves pérdidas, que llegaron hasta el exterminio completo de comunidades cristianas. Inocencio IV se esforzó inútilmente en aglutinar a las potencias cristianas y a los príncipes rusos cristianos para emprender una cruzada contra los conquistadores paganos, en unión con la Orden teutónica. A excepción del príncipe de Halitsch, en Galitzia, que había sido coronado rey para ello por el papa en 1253, todos los príncipes rusos cerraron filas contra los teutones y prefirieron vivir bajo el dominio mongol. Fue ésta una decisión de alcance universal contra el Occidente católico. Sus repercusiones se vieron fortalecidas también por los emperadores griegos (tanto los que habían sido expulsados de Constantinopla como los que habían regresado tras la destrucción del Imperio latino), que establecieron relaciones con los mongoles.

Un año antes del concilio unionista de Lyon se llegó incluso a una relación matrimonial entre Bizancio y los mongoles. Paralelamente a los avances comerciales en el Asia interior (los tres famosos de Marco Polo) y al viaje de un franciscano encargado por Luis IX en 1253 de visitar al Gran Khan (diálogo religioso), se establecieron relaciones diplomáticas con el papa. Tenemos también noticia de la conversión de algunos nobles mongoles.

3. A partir de mediados del siglo XIII se desarrolló un importante trabajo misionero entre los mongoles. Esta labor evangélica fue fecundada mediante la reforma de los monasterios entre 1314 y 1393. Surge entonces una larga serie de destacados pioneros religiosos y organizadores. Después de la caída de los mongoles esta misión se continuó a partir del siglo XVII con aportaciones de primera categoría en lo religioso y cultural, llegando hasta Kamtschaska, las islas Aleutianas, Alaska y hasta Pekín, el Japón y Corea. Los numerosos monasterios que señalan la ruta de los monjes pioneros llegaron a ser centros de vida religiosa y cultural.

Desde 1448 (cinco años antes de la caída de Constantinopla) la Iglesia rusa se hace autocéfala. La destrucción política del Imperio bizantino dio un considerable impulso a la conciencia rusa. Su fundamento y su lógica eclesiástica y teológica era del siguiente tenor: Constantinopla ha perdido el imperio a causa de su traición a la ortodoxia, manifestada en el concilio unionista de Florencia; en virtud de esta unión la Iglesia bizantina es herética[39]; la herencia del Imperio romano pasa a Moscú.

Esta teoría fue llevada a la práctica por el gran duque de Moscú Iván III (1462-1505) mediante su matrimonio en 1472 con Sofía, nieta del último emperador paleólogo, caído junto a los muros de Constantinopla. Iván III se denominó a sí mismo «zar»; su metropolitano le saludó como nuevo Constantino y proclamó a Moscú tercera Roma (1492) y centro del Oriente ortodoxo, que poco a poco se iba haciendo más agresivo contra los mongoles. El nuevo soberano hizo suya la tarea dándole el sentido de la iglesia estatal del antiguo Imperio romano y de su sucesora Bizancio. Iván IV (1533-1584) se hizo coronar por el metropolitano de Moscú como zar de toda Rusia. En su «cruzada ortodoxa» (Benz), Iván IV libera el país de los mongoles. En 1589, cuarenta años después, Constantinopla se ve obligada a reconocer el patriarcado de Moscú[40] y el patriarca ecuménico introduce al nuevo colega en su cargo (1589). Moscú viene a ser el protector religioso de todos los ortodoxos, incluidos los de los Balcanes y Turquía.

4. Para la evolución eclesial posterior fue determinante la formación de dos tipos de monacato, mejor dicho, de dos clases de monasterios en Rusia. Los primeros, al igual que las ermitas de Crimea, fueron fundados por los propios monjes, que fueron, al mismo tiempo, sus constructores. Más tarde fueron fundados a menudo por los príncipes (quienes conservaban después ciertos derechos de fundación en y sobre el monasterio); estos últimos eran sin excepción cenobios (es decir, en ellos se llevaba la vida en común, a diferencia de las ermitas). Como es lógico, estos monasterios estaban más a favor de los intereses de sus fundadores y de su política.

Junto a éstos había núcleos monásticos en los que se mantenía vivo el espíritu de los ermitaños de la época primitiva. Eran los skiti o poblados de ermitaños. Estos solitarios no querían saber nada de poder ni de política, se esforzaban por seguir el espíritu evangélico de mansedumbre, tenían inquietud misionera y se preocupaban por el pueblo sencillo.

Entre los dos tipos de monasterios surgieron rivalidades de método; entre ellos se originó una discusión de graves consecuencias para la Iglesia rusa. Los skiti propugnaban cierta exención (lo que, mirando a la Iglesia latina, llamaríamos la libertas de la Iglesia). Estaban en contra de toda injerencia del poder secular en la esfera eclesiástica. En este terreno exigían la primacía del amor y echaban en cara a la jerarquía su duro proceder contra herejes y cismáticos. Eran partidarios de un tipo de tolerancia en la que no faltaba una pasividad.

5. Las dos orientaciones chocaron entre sí desde el momento en que los monasterios cenobíticos se organizaron sólidamente. El choque sobrevino en los últimos años de Iván III, provocado por el monje José de Wolokalamsk (1440-1515). Se cumplió un signo característico inscrito en el destino de la idea político-eclesial de Moscú. Wolokalamsk se convirtió nada menos que en el teólogo teórico de la autocracia del zarismo ortodoxo, y a consolidarla dedicó luego todas sus fuerzas.

A comienzos del siglo XVI comenzó la persecución de los skiti por parte de los monasterios partidarios de la iglesia estatal, es decir, los partidarios de José de Wolokalamsk. Estos acabaron por imponerse y su influencia fue la única que prevaleció. A partir de entonces, la iglesia estatal marcó cada vez más claramente el destino de la Iglesia rusa. Pero la evolución lógica posterior trajo consecuencias no previstas en la intención del fundador del movimiento. Todavía el patriarca Nikon, según veremos, bajo cuyo patriarcado culminó el josefinismo ruso, protestaba contra la injerencia del poder estatal en la esfera eclesiástica. Pero en 1666 un sínodo llegará a proclamar la subordinación del poder espiritual a los zares (el propio patriarca fue desterrado y sus escritos fueron retirados). Pedro el Grande sacará las consecuencias, y bajo el reinado de la zarina Ana Ivanova (1730-1740) tendrá lugar una cruel persecución de monjes, con el cierre de buena parte de los monasterios.

6. Con la ascensión al trono de los Romanov (1613) se advierte un giro inequívoco en la dirección de este tipo de iglesia estatal. Este estatalismo fue introducido y acompañado de una serie de extrañas re formas eclesiásticas solicitadas al principio por los patriarcas y más tarde por los regentes. Sin embargo, casi siempre encontraron estas medidas en el pueblo y en los monjes una resistencia apasionada. Constantemente se separaban de la Iglesia nuevos grupos de «viejos creyentes» (propiamente «viejos ritualistas») manifestando su protesta.

El punto de partida fue una revisión de los libros litúrgicos y de las normas canónicas: el patriarca Nikon (1652-1658) tomó partido a favor de la tradición greco-bizantina y en contra de los antiguos usos nacionales rusos. Como es lógico, la resistencia fue promovida por los «viejos creyentes». En la Iglesia rusa se hacía la señal de la cruz con dos dedos, no con tres, como en Bizancio, y el Kyrie y el Aleluya se cantaban de otra manera.

Como por aquella época, al igual que ya había hecho Iván IV, también el nuevo zar pretendía ser reconocido como protector de todos los cristianos ortodoxos, apoyó la «bizantinización». Pero el pueblo rechazaba todo lo que sonara a griego, como, en general, todo lo que viniera del extranjero[41].

Ya en 1649 apareció un nuevo Código, que introduce conscientemente en Rusia el inicio de la Era Moderna. Las facultades de los tribunales eclesiásticos fueron limitadas y se prohibieron las donaciones de bienes raíces a los monasterios. A pesar de lo tajante que era la medida, fue aceptada generalmente por el pueblo sin resistencia alguna, y tanto mejor si tenemos en cuenta que desde hacía ya ciento cincuenta años había en el interior del monacato un movimiento favorable a la pobreza absoluta de los monasterios[42].

En cambio, un decreto del patriarca, según el cual en el futuro todo el mundo debía seguir -bajo pena de excomunión- los ritos revisados, suscitó una apasionada reacción contra esta lesión en el terreno de los misterios litúrgicos. Los llamados «amigos de Dios» reaccionaron con gran indignación. Surgió el raskol (= cisma) con manifestaciones fanáticas socialmente peligrosas, como una epidemia de suicidios[43] que ni el gobierno ruso ni la Iglesia oficial serían capaces de acabar con ella durante siglos. En todo caso, el sínodo de Moscú de 1666 aceptó la acomodación de los usos litúrgicos rusos a los griegos.

En esta disputa se revela un elemento de la piedad típicamente oriental: la liturgia oriental crece de manera imperceptible, pero, una vez consolidada, sus formas parecen sencillamente intocables. Por ello el Oriente desconoce casi enteramente reformas del estilo de las que ha ido llevando a cabo Roma a lo largo de los siglos de la Edad Moderna (Pío IV, san Pío V, Urbano VIII, Benedicto XIV, san Pío X y Pío XII).

7. La Europa occidental era muy superior a Rusia en el terreno de la «civilización». Pedro el Grande (1682-1725) quiso aprovecharse de ella para sí y para su país. Sus amigos extranjeros eran de diferente confesión y acusaban ciertas influencias de la Ilustración. Pedro el Grande, con sus relevantes dotes, aprendió de ellos a considerar la religión como algo secundario. Entre sus numerosas y revolucionarias reformas, tocó también casi todos los asuntos eclesiásticos, que todavía dominaban la vida pública del país. Por ello sus reformas chocaron en seguida con la resistencia del clero. Pedro el Grande afrontó esta resistencia, dejando vacante la sede patriarcal a la muerte de su último ocupante (desde 1700) y sometiendo los ingresos eclesiásticos al control del zar. A las referidas medidas siguió la confiscación de una gran parte de los bienes de las iglesias y monasterios; en el futuro los popes recibirían un sueldo del Estado, con lo cual la Iglesia se convertiría en una institución estatal. Se obligaba a todos los obispos a instituir dentro de sus diócesis al menos una escuela para los hijos de los eclesiásticos. Quedaba prohibido ingresar en los monasterios antes de cumplir los veinte años. En 1702 el zar proclamó la libertad universal de conciencia, de la que sólo quedaban excluidos los protestantes. En cambio, fue tolerante y aun favorable a los católicos y procuró reintroducir el raskol en el Estado.

El 25 de enero de 1721 fue definitivamente suprimido el patriarcado de Moscú. En su lugar se estableció una autoridad formada por altos príncipes eclesiásticos, el «Santísimo Sínodo dirigente», nombrado por el zar. A partir de entonces, la «cabeza suprema» de la Iglesia rusa es el zar. Como representante suyo en el santo sínodo era designado un seglar con el título de procurador supremo. Al santo sínodo quedaban sometidos todos los asuntos eclesiásticos internos: la liturgia, la normativa sobre los ayunos, el culto a los santos y a las reliquias, los usos religiosos populares y la enseñanza. El cometido de los obispos en el futuro sería exclusivamente la administración del patrimonio eclesiástico que había quedado reservado a las iglesias y monasterios, la formación del clero y la pastoral. Las obligaciones de los fieles eran: conocer la doctrina ortodoxa y recibir la comunión una vez al año. El patriarca de Constantinopla reconoció el nuevo ordenamiento en 1723.

8. Los sucesores de Pedro el Grande mantuvieron fundamentalmente la misma política eclesiástica[44]. Durante el reinado de las zarinas Isabel y Catalina se emprendieron algunas iniciativas para suprimir la incultura general. Rusia fue aceptando cada vez más las influencias occidentales, pero al mismo tiempo creció el descontento de clero y pueblo. Para paliarlo, la zarina Isabel suprimió alguna de las normas establecidas por Pedro el Grande, ante todo las que se referían a libertad religiosa.

Catalina la Grande (1762-1796) introdujo nuevamente la tolerancia para los creyentes de otras confesiones[45], con el fin, sobre todo, de favorecer la inmigración de los alemanes e impedir la emigración de los partidarios del raskol. Todos los bienes de la Iglesia pasaron a ser propiedad del Estado. También los monasterios recibirían del Estado su sustento.

Pero al mismo tiempo la zarina apoyó también las misiones y Siberia llegó a ser por aquel entonces rusa y cristiana. Catalina consiguió por fin el objetivo con el que habían soñado los soberanos rusos tras la caída de Constantinopla: en 1774 Turquía reconocía el protectorado de Rusia sobre todos los cristianos ortodoxos orientales.

Esta princesa protestante alemana aplicó desde su puesto de soberana el pensamiento ilustrado a todos los campos de la vida pública, y lo aplicó con tal decisión, que el proceso secularizador de épocas posteriores parece haber sido iniciado por ella. Su respeto externo, y aun su promoción de la ortodoxia, no era sino una hábil utilización de los recursos eclesiásticos[46] en el interés de su iglesia estatal absoluta, liberal y librepensadora.

Es verdad que la Revolución francesa y sus consecuencias desestabilizadoras del orden establecido trajeron en el siglo XIX una reacción favorable a la Iglesia y a su influencia en la vida pública. Pero nada modificaron en lo relacionado con la iglesia estatal, que reconocía al zar como único poder, denominándola expresamente «cabeza de la iglesia». La Iglesia estaba completamente en manos del soberano o de sus órganos. Ciertas concesiones conseguidas de cuando en cuando por la Iglesia en los avatares de una política poco clara duraron muy poco. En la propia Iglesia no se produjo una renovación. De todas formas el monacato experimentó un reflorecimiento mediante la piedad atonito-hesijasta, de gran influencia sobre el pueblo y el clero.

9. La Iglesia como tal continuó perdiendo influencia constantemente. El siglo XIX fue para Rusia un siglo de apasionados enfrentamientos internos. Al intento de los zares de abrirse cada vez más a los modos de vida «occidentales» se oponían las fuerzas conservadoras (los filósofos eslavófilos de la religión). Pero los fuertes impulsos religiosos encontraron escasa satisfacción en la Iglesia oficial, y por ello se orientaron hacia las sectas, mientras la joven intelligentia era guiada por fanáticos movimientos occidentales y locales hacia un único objetivo: el nihilismo.

En 1869 se suprimió la sucesión hereditaria del estado eclesiástico. Los hijos de los popes podían dedicarse desde entonces a profesiones civiles.

Por último, debido a su alianza con el Estado, la Iglesia era odiada en las zonas periféricas del imperio desde el momento en que Alejandro II (1855-1881), que había comenzado su reinado como «zar liberador» (supresión en 1861 de la servidumbre, introducida en época relativamente tardía), procedió de manera creciente a violentas «rusificaciones». En las provincias bálticas los protestantes y en la Polonia rusa los católicos fueron víctimas de graves discriminaciones. Sólo en Finlandia se mantuvo la libertad de conciencia.

10. Como consecuencia de la revolución bolchevique de 1917 tuvo lugar una terrible persecución en tres etapas hasta 1939.

Es cierto que un «concilio eclesiástico de toda Rusia» (1917) obtuvo facultad para restablecer el patriarcado de Moscú. También se destacó la fidelidad a la Iglesia del patriarca Tikhon ante las injerencias de los gobernantes bolcheviques en la predicación de la fe cristiana. Pero ya en 1918 se llevó a cabo la separación de la Iglesia y el Estado, de la Iglesia y la enseñanza, separación que indudablemente había sido pensada para oprimir a la Iglesia y a la fe, consideradas como «restos de la sociedad capitalista»; la Iglesia y su patrimonio, incluyendo los instrumentos que sirven para el culto, son propiedad del pueblo; el que retiene esos bienes es enemigo del Estado. Fue precisamente la negativa del patriarca a entregar los objetos sagrados lo que provocó el ataque general de los bolcheviques (1929). Los metropolitanos de Petersburgo y Kiev fueron ajusticiados, y expulsados del país 84 obispos y más de mil sacerdotes.

Fue también destruida la administración eclesiástica. La Iglesia quedaba por completo en manos del Estado ateo. Fue prohibida toda predicación fuera de las iglesias y sobre todo la educación de la juventud. Se produjo una persecución múltiple y hasta masiva, condena de sacerdotes a prisión, muerte, deportaciones, emigración forzosa. Los seglares fieles a la Iglesia tuvieron idéntico destino[47].

La actividad de la Iglesia quedaba limitada al ámbito «puramente religioso» de la liturgia en el interior de los pocos templos no incautados. De nada sirvió al patriarca desentenderse de las aspiraciones políticas de la jerarquía emigrada y mostrarse dispuesto a reconocerse súbdito civil de la Unión Soviética y solidario con ella, sin abandonar al mismo tiempo su fe ortodoxa. En 1929 fueron cerradas aproximadamente 1.500 iglesias y nuevamente fueron desterrados numerosos popes y obispos. En 1937 hubo una segunda persecución, cuyos datos desconocemos. En 1939 se prescindió de la persecución directa y violenta. En 1943, el administrador del patriarcado de Moscú fue elegido patriarca de todas las Rusias. En 1944 se otorgó ese cargo al patriarca Alexiei, metropolitano de Leningrado.

11. Desgraciadamente, la gigantesca transformación operada en el país produjo también escisiones revolucionarias en el interior de la Iglesia. En 1921 se formó la «Iglesia viva», que a su vez se dividió entre «radicales» y «moderados». Surgió después la «Iglesia de los renovadores». Todos estos grupos se desintegraron o volvieron a la Iglesia. Sería sumamente ingenuo pensar que la permisión de tales actitudes de moderación o exigencia signifique una verdadera tolerancia. El bolchevismo, por principio, no está vinculado a ninguna verdad permanente. Lo ha demostrado en multitud de ocasiones importantes. Se limita a perseguir su provecho con métodos que cambian sin el menor escrúpulo. Ya antes de la pausa permitida poco antes de finalizar la guerra, el gobierno bolchevique o, mejor dicho, el dictador José Stalin, que tanta sangre derramó, había «promovido» asociaciones ateas con la palabra «tolerancia». Lo que, según las propias palabras de los gobernantes, no había cambiado en modo alguno es el carácter fundamental, esencialmente ateo, del Estado bolchevique y de su doctrina. Multitud de relatos nos informan de cómo durante el período siguiente, período de tranquilidad externa, la Iglesia no disfrutó de auténtica libertad, como no sea para servir eventualmente a los planes de los gobernantes en política interior o exterior. A pesar de haberse cerrado los museos antirreligiosos y las asociaciones ateas, por no ser necesarias, sigue vigente el lema, a veces en inscripciones bien visibles: «La religión es opio para el pueblo». Recientemente han vuelto a entrar en vigor diversas orientaciones, publicaciones, asociaciones y campañas antireligiosas presentadas como «científicas». En época muy reciente una ley coloca a la Iglesia prácticamente en el mismo plano que las sectas.

A partir de 1943 el Estado introdujo a la Iglesia en su programa de forma más activa. Stalin reconoció la jerarquía, autorizó la elección de un patriarca, estableció una autoridad estatal particular para los asuntos de la Iglesia ortodoxa y otra para las demás comunidades religiosas cristianas y no cristianas, fueron abiertas nuevamente numerosas iglesias, distintas escuelas teológicas y seminarios, una academia teológica en Petersburgo (ahora Leningrado) y algunos monasterios[48].

12. La jerarquía ortodoxa rusa se encuentra en una situación su mamente difícil. Es comprensible su esfuerzo por no ofrecer al Estado receloso, a cuya arbitrariedad está entregada, ocasiones demasiado fáciles para su injerencia. Sí es cierto que, jugando con los objetivos del Estado en política exterior, ha conseguido robustecer y profundizar nuevamente la vida religiosa en la Iglesia ortodoxa.

Actualmente la Iglesia rusa cuenta todavía con cincuenta millones de ortodoxos activos y todavía se bautiza al 70 por 100 de los niños. Pero, a partir de la muerte de Stalin, vuelve a recrudecerse la persecución, aunque en forma menos abierta. En vísperas de la guerra estaban abiertas alrededor de 4.500 iglesias y después de la contienda llegó a haber alrededor de 20.000. En la actualidad se han cerrado nuevamente la mitad y se ha reducido también en un 50 por 100 las demás instituciones eclesiásticas. Se han vuelto a celebrar juicios públicos contra obispos y monjas. La propaganda antirreligiosa y la coacción individual sobre los creyentes y los aspirantes al estado sacerdotal o monástico ha alcanzado en extensión e intensidad los años más duros de antes de la guerra.

Ni siquiera la lealtad mantenida por la Iglesia durante la guerra y la posguerra ha podido evitar esta situación. Tampoco han sido capaces de evitarla las declaraciones favorables al Estado bolchevique, por desdicha exageradas, por no decir otra cosa.

No es correcto afirmar que el régimen soviético nunca ha perseguido a la Iglesia ni a sus autoridades, si se exceptúan los obispos condenados por delitos políticos. Más triste aún es que en la revista oficial del patriarcado apareciera escrito en 1944 que el mandamiento del amor no se refería al fascismo, enemigo de la nación.

En todo caso, la jerarquía como tal se ha mantenido. En 1961 el patriarca pudo presentar una solicitud de ingreso en el Consejo Mundial de las Iglesias, asegurando con ello su influencia en la cristiandad no romana. En 1962 hubo observadores rusos en el Vaticano II.

Está por ver si han quedado puestos los principios de una coexistencia con el catolicismo, tal como parece (audiencia privada del yerno del primer ministro ruso, Kruschef, con el papa en marzo de 1963) y si, en alguna forma, constituyen algo más que astutas medidas tácticas de ocultamiento y propaganda.

13. En Ucrania el destino de la Iglesia ortodoxa fue sumamente movido desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Una primera proclamación de la autocefalia bajo dirección laica en 1919 se vio unida a innovaciones radicales (permiso para contraer matrimonio a los obispos y para contraer segundas nupcias a los sacerdotes). Sólo la proclamación de la autocefalia, sin las restantes novedades disciplinares, fue aprobada por un nuevo concilio en 1925, al que dieron su asentimiento tanto el patriarca ecuménico como el patriarca de Moscú.

Tampoco la iglesia ucrana escapó a la persecución soviética. Se vio privada de los medios de formación, fueron cerradas la escuela monástica y la academia de Kiev, la jerarquía fue eliminada o impedida de ejercer el ministerio. Una conjura lanzó sobre ella la acusación de alta traición.

La iglesia autocéfala de Ucrania se ha mantenido exclusivamente en el extranjero, mientras que en Rusia, a partir de la Segunda Guerra Mundial, ha vuelto a quedar sometida plenamente al patriarcado de Moscú.

14. La revolución bolchevique produjo, como ya hemos indicado, la emigración de fieles ortodoxos, seglares, obispos y popes. En parte tuvo lugar una anexión a las comunidades ortodoxas que ya existían en el extranjero. Pero naturalmente la vinculación con la jerarquía nacional era más inconsistente de lo que habría sido en la propia Rusia. Ya era mucho el que a partir de 1921 se creara una dirección conjunta para la Europa occidental a cargo del arzobispo Eulogio, con sede inicial en Berlín y luego en París. Era importante que esta «suprema administración eclesiástica de la Iglesia rusa en el extranjero» obtuviera la confirmación de la Iglesia ortodoxa de Moscú, siendo reconocido el arzobispo Eulogio como su metropolitano, junto con todos los obispos de la emigración. Pero al declararse, bajo fuerte influencia de los seglares, a favor de los Romanov, el administrador del patriarcado de Moscú no tuvo más remedio que solicitar su disolución. Entonces las Iglesias ortodoxas del extranjero se volvieron a organizar nuevamente y desde 1925 existe el importante Instituto de San Sergio, en París. Divisiones internas, que se hicieron sentir en cada una de las comunidades, condujeron al cisma, ya que el arzobispo Eulogio pretendía mantener, a pesar de todo, la vinculación con el patriarca de Moscú. Pero, a raíz de un funeral celebrado en París por las víctimas de la revolución, se produjo la ruptura, que en 1945 parecía subsanada provisionalmente.

La emigración rusa, que después de las dos guerras mundiales comprenderá unos dos millones de personas, se divide «jurisdiccionalmente» en tres grupos: uno sometido al patriarcado de Moscú, con exarcas en Berlín, París y Nueva York, cada uno con varias diócesis, y además un instituto teológico en París y algunas escuelas monásticas; otro bajo la jurisdicción de Constantinopla, con exarca en París, instituto teológico y conventos, y otro bajo la jurisdicción del Sínodo de los obispos rusos, o mejor, rumanos, de la emigración desde 1921, los cuales, por razones de tipo étnico y político, no quieren mantener relaciones con el patriarca de Moscú (comprende 26 obispos, un instituto teológico en Jordanville y varios monasterios). Esta diáspora tiene iglesia y capillas en casi todas las grandes ciudades de los cinco continentes.

Durante la Segunda Guerra Mundial «las diócesis ortodoxas de Alemania» pagaron con increíble servilismo las ayudas materiales que el nacionalsocialismo les había proporcionado. Estas «diócesis» elevaron plegarias por el «Führer» de la justicia en su lucha contra las potencias tenebrosas del mal, de la anarquía y del ateísmo. En Rusia, la Iglesia oraba y sigue orando por el gobierno y, desde la perspectiva del extranjero, se comporta de una manera que va más allá de la simple lealtad[49].

15. En el territorio de la Unión Soviética existe todavía en la república armenia la Iglesia «gregoriana» (no calcedoniana), incluida por el gobierno soviético en sus planes de política exterior. La sede del katólicos ha sido mantenida vacante por el gobierno durante años; por desgracia, tampoco esta jerarquía se ha librado de un fuerte servilismo. En el extranjero los armenios se encuentran también divididos: hay una parte sometida al katólicos en Egmiadzin y otra que tiene administración autónoma.

16. Hay que mencionar, finalmente, un importante detalle del cuadro general: en la preparación de las ideas revolucionarias y nihilistas, así como en la preparación y realización de la revolución rusa, los seminarios y los hijos de los popes tuvieron una notable participación (Stalin, alumno del seminario ortodoxo de Tiflis, no es más que un caso tremendo). Los hechos que causaron esta evolución fueron la excesiva sumisión de la alta jerarquía al Estado desde hacía mucho tiempo, el abandono secular y creciente de la formación y la educación, que había producido un proletariado espiritual expuesto a todas las corrientes, mientras el gobierno de los zares, con su ceguera reaccionaria, era completamente incapaz de realizar auténticas reformas sociales, tal como las había solicitado, por ejemplo, el eclesiástico ortodoxo Pekow. Su respuesta directa fue entonces el terrible domingo sangriento de 1905; la indirecta fue hacer que las autoridades eclesiásticas, obedientes al Estado, excluyeran de su comunión a este personaje tan valiente.

Notas

[36] Sobre la influencia búlgara y eslava hablaremos más adelante.

[37] Se registra también una oleada de penitentes que huyen del mundo; crece el número de monjes, que, en muchas ocasiones, en su marcha hacia el norte, se convierten en misioneros y crean centros de cultura.

[38] El clero pagaba sus impuestos y no estaba obligado al servicio militar; las posesiones eclesiásticas estaban protegidas. La religión nestoriana gozaba también de seguridad, al igual que más tarde los misioneros católicos.

[39] Esta concepción estuvo vigente, como es lógico, sólo hasta la solemne declaración de la invalidez de la unión, hecha por un sínodo celebrado en Constantinopla en 1484. El metropolitano de Kiev, uno de los defensores fervorosos de la unión, se vio obligado a abandonar Rusia.

[40] En la lista de los patriarcas se menciona a Moscú en quinto lugar, antes de los patriarcas de Bulgaria y Servia. En Roma, la elevación de Moscú a sede patriarcal fue saludada rápida y gozosamente; había una esperanza falaz de que Iván IV se inclinaría a favor de una unión (negociaciones con el jesuita Possevino). Era la época de la guerra ruso-polaca de 1579-1582.

[41] Este fue el motivo del fracaso de la difusión del protestantismo, importado por comerciantes alemanes llamados a Rusia por Boris Godunov.

[42] El iniciador de esta tendencia fue Nilo de Zora (1433-1502), canonizado luego, al igual que José de Wolokalamsk.

[43] Hay noticias de que en el año 1679 tuvieron lugar varios millares de suicidios por incendio. Pero hasta ahora hay diócesis que mantienen los viejos rituales, aunque, a pesar de eso, siguen «unidas» a la Iglesia ortodoxa rusa.

[44] Desde 1735, es decir, bajo el reinado de la zarina Ana Ivanovna, Rusia concedió al patriarca ecuménico una pensión oficial.

[45] Esta vez fueron también reconocidas las confesiones reformadas.

[46] Esto vale también, según sus propias palabras, para la tolerancia de los jesuitas: «a éstos, si es necesario, se les puede expulsar en cualquier momento sin cañones ni barcos».

[47] Sólo entre 1921 y 1926 fueron fusilados o murieron en prisión unos 50 obispos. Entre 1921 y 1922 el cumplimiento de la orden de confiscación de los obispos sagrados costó la vida, según Meyendorff, a 2.691 popes.

[48] En 1954 había diez seminarios, un instituto teológico, 90 (?) monasterios, 20.000 parroquias y 30.000 popes.

[49] Fuentes fidedignas, incluso soviéticas, hablan de una Iglesia subterránea todavía hoy en la Unión Soviética. Además puede advertirse cierta oposición a las declaraciones políticas oficiales del patriarca. Del boletín oficial del patriarcado se deduce que una parte de los obispos «desaparece» constantemente y otra se ve obligada a cambiar de sede con excesiva frecuencia.

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