conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Las Iglesias Orientales » §123.- Union entre la Ortodoxia y Roma

II.- Diversos Intentos Unionistas

1. Hemos recordado ya el logro unionista más importante de la Iglesia, la unión en gran escala que se acordó en el Concilio de Ferrara- Florencia de 1438-1439. Pero también en este caso el resultado concreto fue precario, aun cuando al papa Eugenio IV estaba dispuesto incluso a celebrar un concilio en Constantinopla, y el emperador, el patriarca de Constantinopla, los representantes de los patriarcas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, y considerable número de metropolitanos bizantinos y de las Iglesias de Asia Menor, bajo dominio turco, y muchos eclesiásticos y monjes, sabios y laicos eminentes habían venido a Florencia, y en las dieciséis sesiones se había llegado a un acuerdo sobre las materias discutidas y se había firmado la bula de unión por todos los prelados griegos allí presentes, con la única excepción del arzobispo Marcos de Efeso[68]. En Florencia se consiguió también llegar nuevamente a la unión con los armenios y se confirmó la unión con los maronitas. Hubo legaciones de los coptos, etíopes, de Jerusalén, de los jacobitas de Mesopotamia, de los nestorianos de Persia y de Chipre.

Pero, como ya sabemos, el pueblo, el clero y los monjes orientales no tenían en modo alguno una disposición interna apta para la unión. A pesar de haber sido proclamada esta unión oficialmente en Constantinopla a la vuelta de los negociadores el 1 de febrero de 1440, y de que todavía en vísperas de la caída de la antigua capital imperial, griegos y latinos habían concelebrado la liturgia en Santa Sofía, no quedó nada de la reunificación. Rusia consideró, como ya hemos visto, que la unión era precisamente una apostasía de la antigua capital de la ortodoxia y por ello se atribuyó a sí misma el derecho a sucederla en calidad de tercera Roma[69].

A pesar de todo ello, la bula de unión del Concilio de Florencia mantuvo su importancia a lo largo de la Edad Moderna. Dicha bula fue la base para los intentos posteriores de volver a unificar las Iglesias separadas con Roma.

2. Las amplias concepciones del humanismo italiano, y muy especialmente las de Nicolás de Cusa, podían haber fecundado profundamente un movimiento unionista, entre otras razones por su parentesco con la teología de san Juan Damasceno. Pero las circunstancias por las que atravesaba la política general y la política eclesiástica no permitieron semejante concretización. Desde un punto de vista general podemos decir que la naciente época histórica poseía una estructura espiritual y religiosa tal que hacía imposible una unión en gran escala, es decir, una unión con incidencia en la política eclesiástica.

a) En este punto -ya lo hemos visto-, el problema de la unión adquirió un aspecto completamente nuevo merced a la actividad desarrollada por los delegados latinos en la cristiandad oriental. Ante nuestra mirada se abre un campo inmenso de actividad eclesial, una masa ingente de obras pastorales heroicas llevadas a cabo por las Ordenes de nueva fundación y por las antiguas Ordenes reformadas (jesuitas, carmelitas, capuchinos, etc.), una formidable actividad de amor entregado a la predicación de la buena nueva, a la atención caritativa y a las tareas educativas. Desgraciadamente vemos también una historia cargada de desaciertos y decepciones hasta ahora, hasta ayer mismo.

Pero señalemos primero cuál ha sido el resultado general de todo ello: la existencia en o junto a todas las Iglesias orientales separadas de Roma de una rama uniata, es decir, unida a Roma. Más tarde precisaremos críticamente el valor que tiene la existencia de estas Iglesias uniatas.

b) En el año 1622 Gregorio XV fundó la congregación de Propaganda Fide para la coordinación unificada de la actividad misionera (cf. § 95, I, 8). Desgraciadamente lo que prevaleció en esta iniciativa no fue un espíritu de unidad misionera a la vez audaz y prudente, con su consiguiente fuerza. Al no conseguirse el objetivo de conquista de la jerarquía ortodoxa se procedió a crear, donde fue posible, un episcopado propio uniata. La solución era comprensible, pero llena de riesgos. Involuntariamente, pero también por cierta impaciencia por el éxito visible y contable de las conversiones individuales, se creó un nuevo germen de división y una agudización y hasta envenenamiento de los antagonismos.

Este lastre había de pesar todavía más si tenemos en cuenta que los múltiples trabajos permitían su utilización por las aspiraciones políticas de Occidente, lo que se repitió bajo múltiples formas en el extenso campo de las misiones hasta bien entrado el siglo XX. La realidad habría de vengarse. El gran ejemplo -un escándalo desde el punto de vista cristiano- lo dio la católica Francia con su actuación en el Próximo Oriente desde el siglo XVI y, más aún, en el XVII. La católica Francia consiguió de los turcos una serie de privilegios en favor de sus colonizadores, es decir, de los comerciantes y peregrinos franceses, privilegios que luego se extendieron a todos los católicos (Francisco I y Solimán en 1535).

3. La unión más importante realizada durante la Edad Moderna fue la que se estableció con la iglesia rutena de Polonia y Lituania, la llamada unión de Brest, de 1596.

En esta ocasión las condiciones para una unión duradera eran más favorables, ya que se había llegado a un entendimiento, como resultado de una evolución larga, no siempre rectilínea. El punto de partida más remoto fue el crecimiento autónomo de los eslavos orientales en el seno de los dominios de Kiev, tanto hacia Oriente como hacia Occidente, y las zonas occidentales se orientaron hacia Roma. Todo ello redundó en beneficio de las dos potencias por diversos conceptos; Lituania y Polonia vieron ampliado su territorio a costa de los dominios de Kiev. Cuando en 1569 se fundieron esas dos zonas, en el campo eclesiástico se encendió una lucha de los obispos ortodoxos contra la penetración del espíritu calvinista. Los ortodoxos, descontentos con su patriarca, enviaron una delegación a Roma. Entonces tuvo lugar la unión de Brest, de 1596, con el papa Clemente VIII. A fines del siglo XVII (1681 y 1700), los representantes de las diócesis de Lemberg y Przemysl, todavía ortodoxos, se convirtieron al catolicismo. Con todo, en el mismo siglo se restableció en Polonia una nueva jerarquía ortodoxa.

Los basilianos orientales, reformados en 1621 con carácter de orden dedicada a la pastoral, los grupos orientales de jesuitas, capuchinos, los estuditas, recién fundados e influidos por Beuron, así como diversas congregaciones femeninas uniatas, desarrollaron un importante trabajo pastoral entre el clero y el pueblo. Ciertas aspiraciones contrarias a los elementos occidentales y latinos (la liturgia) se vieron robustecidas también aquí, a partir de 1848, por el resurgir del sentimiento nacional, hasta llegar incluso a la ruptura de la unión.

4. Desgraciadamente influyó también en todo ello la cerrada oposición latino-occidental de los católicos romanos de Polonia contra la unión, lo que fue preparando involuntariamente la separación.

La división de Polonia en el siglo XVIII significó para los territorios que acabaron bajo el dominio ruso la ruina de la unión. Para las diócesis uniatas que quedaron en territorio austríaco, el papa Pío VII erigió una provincia eclesiástica propia (Halicz).

A petición de los obispos, Roma volvió a prescribir en 1942 la liturgia de rito bizantino, guardando el patrimonio tradicional ruteno. La exigencia más estricta del celibato provocó un retroceso en el número de vocaciones. Pero tuvo lugar un florecimiento de las congregaciones religiosas modernas de vida activa, incluso femeninas.

El gobierno bolchevique destruyó después de 1945 la unión, que duraba ya desde hacía trescientos cincuenta años, sirviéndose de los habituales medios de la violencia. En esta tarea recibió el apoyo del llamamiento, acusadamente nacionalista, del recién elegido patriarca («la unidad de la nación exige la unidad e independencia de la Iglesia»). 4. Un grupo sumamente interesante, el más importante grupo de uniatas después de los rutenos, es el que reside en Transilvania. Su destino religioso está ligado al carácter mixto de su ser étnico, formado por rumanos (latinos y eslavos), magiares, sajones y suavos de origen germánico.

En el siglo XVI los cristianos de Transilvania vivían independientes como cristianos ortodoxos, sometidos al dominio turco. El luteranismo hizo progresos entre los sajones y el calvinismo entre los magiares. Cuando su país fue reconquistado por el emperador Leopoldo I en 1691 y se prometió a los eclesiásticos griegos la equiparación social, se llegó -no sin una labor de celo admirable desplegada por los jesuitas los años 1697, 1698 y 1700- a la unión, pero con la promesa de que se conservaría el rito bizantino. La unión arraigó en el sustrato latino de la cultura rumana, y de esta manera la iglesia uniata consiguió llegar a ser el centro de los movimientos nacionalistas, hasta que en el siglo XVIII la unión volvió a perder terreno en favor de la ortodoxia, apoyada por los servios.

5. Las zonas del sur de Italia que pertenecían al patriarcado de Constantinopla fueron latinizadas por la conquista de los normandos. Cuando después de 1453 y en la época siguiente huyeron a Calabria y Sicilia numerosos griegos y albaneses ante la invasión turca, siguieron manteniendo (en conflicto con el episcopado latino) su propio rito bizantino. Benedicto XIV (1740-1758) les concedió vivir con su propia liturgia, aunque desgraciadamente la sometió a fuertes limitaciones. Las tres diócesis griegas han encontrado y encuentran una ayuda espiritual en la abadía de Grotta Ferrata, cerca de Roma, fundada en el año 1004 por san Nilo.

6. Hacia finales de los siglos XVI, XVII y XVIII se registran sucesivamente uniones con los grupos servios a nivel diocesano. Por desgracia, en los dos primeros casos de que tenemos noticia el obispo latino de aquella diócesis no llegó a concederles suficiente independencia. Por ello, a partir de 1690, el patriarca Arsenio, que había emigrado a Croacia con 40.000 familias, encontró una relativa facilidad a la hora de aflojar sus lazos con Roma y hasta de llegar a la ruptura, verificada en Sirmio. La tercera diócesis fue erigida por orden de María Teresa para los servios uniatas. Pequeños grupos de búlgaros se unieron a Roma a partir de 1860; hacia fines del siglo XIX lo hicieron grupos de griegos y, ya en el siglo XX, ocurrió lo mismo con grupos de rusos.

7. Así, pues, durante los siglos XVII y XVIII se verificaron uniones importantes con Roma. Como ya hemos indicado, estas uniones están íntimamente relacionadas con la labor de los jesuitas, carmelitas y capuchinos. En concreto, se desarrolló una serie de movimientos de profundas conversiones, una auténtica lucha por encontrar una noción de Iglesia y una confesión de fe que permitiera la unidad con Roma. Pero estos impulsos no se extendieron mucho ni fueron suficientemente duraderos. La situación estaba condicionada por todas partes por el mencionado odio de los «griegos» contra el «enemigo hereditario», los latinos.

Desgraciadamente la cortedad de miras de Roma dio pie para esta concepción en no pocas ocasiones. A veces entraba en juego cierta falta de sinceridad[70].

Una mirada al mapa nos hace ver el siguiente conmovedor resultado: la disgregación de la Iglesia oriental, que tantas veces hemos tenido que mencionar, se encuentra actualmente aumentada por el hecho de la existencia de comunidades uniatas. En Alejandría, por ejemplo, existen en la actualidad cuatro patriarcas: dos griegos y dos coptos, de los que uno es ortodoxo y el otro católico. Estos puntos de sutura nos hacen caer dolorosamente en la cuenta del desgarramiento existente entre las Iglesias, y dan lugar a que se destaque con especial claridad la necesidad de la tarea unificadora. Es preciso que nos ocupemos de los puntos fundamentales del problema.

Notas

[68] Los motivos de los unionistas eran de muy distinto valor. El metropolitano de Kiev la quería por íntima convicción; pero a otros ortodoxos les impulsaba el descontento con su patriarca. Y son claros los motivos políticos que impulsaban al emperador.

[69] En todo caso tenemos el ejemplo de Kiev, cuyo metropolitano había asistido al Concilio de Florencia. Hasta la disolución de la diócesis en el reinado de Catalina, tras una labor de reconstrucción durante la época de la Contrarreforma, Kiev tuvo una larga serie de obispos latinos junto a la jerarquía ortodoxa. Esta labor constructiva abrazó también el campo de la teología; en Kiev se enseñaba durante el siglo XVII la Summa de santo Tomás.

[70] Así ocurrió cuando en 1760 el sacerdote jacobita Dionisio Miguel Giarve, convertido al catolicismo, mantuvo su conversión en secreto y se hizo consagrar obispo de Aleppo por el patriarca jacobita.

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