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Masonería

11 de diciembre de 1949

Ha sido práctica de la masonería a través de los tiempos el negar sus actividades políticas y su importancia fuera de las logias y, amparándose en el prestigio alcanzado por algunos masones, el presentarla como algo inocuo y sin trascendencia; pero los que en España han vivido la masonería y están en el secreto de cómo, a través de las logias, se fraguó su decadencia y se traicionó a la nación, se rebelan contra esta propaganda que pretende enmascarar lo que la masonería representa frente a la libertad y la independencia de la nación.

Esto suscita un problema sobre el que la gente nos interroga: ¿Es la masonería extranjera igual a la española, o es sólo la española la que reviste esas características de traición a la Patria? Yo podría decirles que cada vez que en estos escritos aludiendo a la masonería extranjera he pretendido marcar diferencias, he recibido decenas de cartas de distintos puntos del universo en que personas que aparentemente conocen bien a los masones se rebelan contra el hecho de que nosotros podamos aminorar la importancia del enemigo de la sociedad en que viven, diciéndonos que nos debía bastar el apoyo que la masonería extranjera está dando a los masones españoles para demostrarnos su identificación con la que aquí durante tantos años padecimos.

No cabe duda de que si lo hemos de juzgar en el orden doctrinal y filosófico, la masonería aparece ante los buenos católicos como condenable, pues sin referirse a masonería en particular y sí a todas las masonerías, lo viene decretando así en sus Encíclicas la Iglesia Católica Apostólica Romana; pero en el orden de la delincuencia o de la perversidad hay tantos grados que hemos de juzgarlas por su actuación y la calidad moral de los que las integran. Las leyes y reglamentos por los que la masonería se rige es cierto que han llegado a ser universales, pero la actuación de sus distintas ramas, como la de sus miembros, se nos presenta muy diferenciada.

Proceden todas las masonerías de la que llaman la "logia madre", la logia de Inglaterra, elevada al primer plano en el siglo XVIII bajo la dirección enérgica de Juan Teófilo Desaguliers, pastor, filósofo y sectario, hijo de otro pastor hugonote exilado de Francia con su familia, que supo hacer de su hijo el pedagogo más importante de su época, que logra agrupar bajo su dirección a los sectores más importantes de la intelectualidad y de la nobleza de Inglaterra, tomando bajo él la masonería un carácter cristiano disidente. La difusión que tuvo entre las clases aristocráticas de Inglaterra y su extensión con el tiempo a todos los sectores de aquel país, hasta alcanzar el número de quince millones que hoy compone el de sus afiliados, hace que el nivel moral de la masonería en este país sea sensiblemente el mismo que el general de la nación. Lógicamente, entre esos millones de seres existe análoga proporción de caballeros y de granujas que en la masa general de cualquiera otra nación de iguales religión y costumbres; el predominio del protestantismo en el país, tan vinculado a la masonería, no ofrece, por otra parte, el menor obstáculo para su desarrollo y poder militar en la secta.

De Inglaterra pasa la masonería al Continente, y es acogida con entusiasmo por la nobleza francesa, tocada del snobismo de la intelectualidad; ansiosa de sacudirse el yugo de su monarca absoluto, conspira contra él en las logias con los librepensadores de aquel tiempo; mas pronto se emplebeyece ante el aluvión que le llega de las clases medias y comerciales, y entonces, para matar el espíritu de igualdad, que repugna a las aristocracias, ya sean de sangre o de inteligencia, se crean los grados, con los que en lo sucesivo vemos diferenciados a los masones poderosos de los masones de alpargata.

Naciendo la masonería de una disidencia religiosa, el hecho religioso es el que viene imprimiendo carácter a la masonería en las naciones. La disidencia protestante, encabezada y dirigida por el propio rey de Inglaterra, acaba imponiendo a la nación el imperio de su desvergüenza, y al huir del país los puritanos, la masonería no encuentra obstáculos para su desarrollo, lo que no ocurre en Francia ni en los países en que, siendo la nación eminentemente católica, la masonería vive a espaldas de la ley, nutrida en general por ateos y librepensadores, hombres sin religión enfrentados con la sociedad, que crean el recipiente donde en lo sucesivo van a verterse arrivistas, conspiradores y delincuentes.

Al quebrantarse por la revolución el poder absoluto de los monarcas, la masonería asciende en su camino político y encabeza y propulsa los movimientos liberales en las naciones para, superada esta primera etapa, discurrir por la pendiente del izquierdismo y de la demagogia. Al extenderse así la masonería por las distintas naciones tropieza con un pueblo enquistado en la sociedad en que vive, que ve en la secta un campo ideal para las maquinaciones a que un complejo secular de inferioridad y de rencor desde la dispersión le viene arrastrando: son los judíos del mundo, el ejército de especuladores acostumbrados a quebrantar o bordear la ley, que se acoge a la secta para considerarse poderosos. Judaísmo, ateísmo y disidencia católica nutren desde entonces las logias continentales.

Que la masonería es eminentemente política, pese al carácter apolítico con que quiere presentarse, nadie puede dudarlo: no hay más que examinar su doctrina y las especificaciones y tesis de sus distintos grados, para demostrarse en el propio orden doctrinal los objetivos políticos y su parcialidad. Si fuese su actuación la que mirásemos, sus actividades nos parecerían como eminentemente políticas.

Entre la masonería inglesa y la otra masonería de Europa aparece una diferencia esencial: esos pequeños sectores que en las otras naciones aparecen adueñados de la masonería, en Inglaterra se pierden en la masa para constituir una organización secreta superpuesta a la del Estado y persiguiendo iguales fines. El mismo jefe une en su mano la potestad masónica y la potestad real: Su Graciosa Majestad británica es el gran maestre y jefe nato de la gran logia de Inglaterra, aunque las funciones ejecutivas estén confiadas a uno de sus reales duques, en estos momentos el de Devorshire, que desempeña la jefatura directa de la secta. La autoridad firme del soberano sobre los súbditos queda de esta forma reforzada por la disciplina secreta, que sujeta a todos los miembros de la masonería a su obediencia.

El hecho de que sistemáticamente en Inglaterra se corte el paso a las altas jerarquías y puestos de responsabilidad a los católicos, reducido sector de aquel país, garantiza la eficacia y el perfecto funcionamiento al lado del poder de la masonería. El ser, por otra parte, la casi totalidad de los ingleses masones, hace que la masonería no haya interferido todavía la política, estableciendo un lazo de unión que en los momentos graves pacifica los espíritus a golpe de mallete. Un peligro, sin embargo, se vislumbra para el porvenir en el horizonte de la Gran Bretaña: es la honda escisión que se acusa en el pueblo inglés con motivo de la política laborista. La masonería es en su esencia en Inglaterra burguesa, liberal, patriótica y jerarquizada, todo lo contrario de lo que el laborismo proclama, y este movimiento de la masa es tan fuerte y contrario que, a plazo corto, tendrá aquella que escindirse enfrentando a la masa con sus directores.

Si la masonería no rebasase los limites de lo nacional, sin proyectarse al exterior, podría sernos indiferente cómo discurriese en cada uno de los otros países; pero al no ser así y perseguir objetivos políticos sobre los otros pueblos, éstos no pueden ser indiferentes a lo que contra ellos se trame o se conspire. Esto se acentúa más en los países más fuertes y poderosos, que hasta ayer ha venido empleando la masonería como instrumento secreto de su poder para minar, dividir y traicionar a sus rivales o a sus vecinos. Así encontramos a la masonería inglesa y francesa al correr de todo el siglo XIX y la mitad del XX, interviniendo a través de las logias en la política interna de las otras naciones. En la Gran Bretaña, donde la masonería se confunde con el propio Estado, la vemos sirviendo a su política de dominio sobre los otros pueblos, con ese enorme egoísmo que al inglés caracteriza, y constituir en el extranjero el órgano más eficaz para sus servicios secretos y sus actividades clandestinas. Esto explica la gran diferencia que tiene que haber entre el juicio de los beneficiarios del sistema y el de aquellos que, como nosotros, por católicos y por españoles, aparecemos entre sus víctimas.

En las naciones en que la masonería constituye una exigua minoría dentro del país los términos se invierten: las organizaciones del Estado y las de la masonería discurren por caminos opuestos; aquéllas, al descubierto; éstas, soterradas en la sombra, parasitando y minando sus organizaciones. Sobre los partidos políticos y su disciplina impera la disciplina más fuerte de lo masónico, que maneja como peleles a los primates políticos, acostumbrándonos a ver a un hombre oscuro y desconocido mandar con poder absoluto, sin responsabilidad, sobre los masones gobernantes. Así, sobre el sagrado interés de la nación y del pueblo, triunfa el de la secta y de sus secuaces.

Los masones de estos países no suelen aparecer vinculados a la nación, como les ocurre a los ingleses. Se sienten más internacionales, obligados por los dictados de la secta y de la masonería internacional, a la que acaban sometiendo el interés de su propia nación. El tratarse de una minoría exigua ligada con juramentos de obediencia a las órdenes y consignas de sus superiores, por encima de otra cualquier consideración de equidad o de conveniencia patria, la convierten por este solo hecho en materia execrable.

La masonería francesa en este orden no podía dejar de ser influenciada por el "chauvinismo" y el orgullo franceses, y al dominar durante tantos años a los principales partidos gobernantes, es empleada por éstos para su política interior y exterior; en la interior, para subordinarlos por la captación de sus cabezas, miembros hoy de la secta, a los partidos obreros, y en la exterior, para conspirar contra su unidad y debilitar a sus vecinos.

Supongo las dudas que asaltarán ante estos hechos al lector: ¿Cómo gentes que tenemos por rectas y honorables pueden llegar a esto? El materialismo y la ambición todo lo pueden. ¡Cuántas gentes que considerábamos honorables nos han sorprendido un día con el descubrimiento de su vida oculta! La persona que no tiene religión ni frenos morales puede llegar a caer en abismos insospechables para la conciencia humana. Se llega a ello no de una vez, sino poco a poco, con pequeñas y sucesivas entregas. Es muy poco, en general, lo que al iniciarse al masón se le pide en la logia: obediencia y disciplina por encima de toda otra consideración, ausencia de sentimientos religiosos, que poco a poco en la orden se le prueba y se le contrasta, y en caso de que le vean dudar o no se doblegue, se le separa o se le irradia.

Ha sido corriente a través de la Historia el que los masones rápidamente encumbrados se vieran obligados a la obediencia y a la disciplina antes que su ánimo y su grado los hubieran templado a través de las pruebas, y se han dado casos frecuentes de rebeldía que la masonería hizo pagar con la vida. La gran mayoría de los crímenes políticos que en los últimos años conocimos fueron debidos a sentencias y ejecuciones de la secta frente a casos de independencia o rebeldía.

Si a España nos referimos, el caso es mucho más sangrante, pues al tratarse de un país católico que conserva arraigados su fe y su espíritu, los miembros de la masonería, como hombres excomulgados por la condenación pontificia, son despreciados de la sociedad. Es rara la mujer que se une sabiéndolo, a un masón, y ellos lo ocultan cuidadosamente. Solo en los años de la desvergonzada República española un reducido número de masones de baja calidad se jactaron de ello. Su calidad moral y sus sentimientos anticatólicos y ateos imprimieron carácter a las leyes y a las pasiones de aquella época.

Por haber existido en España durante varios siglos una Monarquía secular católica y honorable, la masonería no encontró ambiente para su desarrollo, y sólo en el grupo de monárquicos liberales influidos por la Enciclopedia se mantuvo vergonzantemente en el país el espíritu de la secta, aunque dispuestos a traicionarla en la primera ocasión y siempre a la hora de la muerte. Captado ese pequeño grupo político, la masonería se nutría de un reducido número de ateos, librepensadores y de la parte burguesa de la delincuencia de la nación, que buscaba en la protección masónica el escapar al castigo. Desfalcadores de fondos, malcasados y prevaricadores, amén de un número reducido de desgraciados hijos de masones a quienes desde su adolescencia sus padres o superiores pervirtieron o iniciaron, son los que alimentaron sus filas.

Las guerras civiles y movimientos políticos del siglo XIX, con el exilio periódico de los derrotados, contribuyeron a formar esa exigua minoría de masones políticos, que al expatriarse se afiliaban a las logias extranjeras, a las que más tarde se veían subordinados. Al efectuarse, con los cambios políticos, su retorno y escalar el poder como sacrificados, crearon los partidos liberales y revolucionarios una especie de dinastía masónica, ante el hecho de que todo masón no emplea ni concede puestos de elección ni de ventaja a quienes no sean masones como él. El paso por el Poder de la primera República española en el último tercio del siglo XIX consiguió por muchos años a la política liberal unas verdaderas clientelas masónicas. Su jefe entonces, don Práxedes Mateo Sagasta, fue el "hermano Paz", durante algún tiempo el gran Oriente de la masonería española.

La irregularidad de la masonería española y sus escándalos internos ha sido perenne en toda su historia, y demostrada por el hecho de que hasta muy avanzado el actual siglo no haya sido admitida a las reuniones y a los acuerdos internacionales, por el estado de verdadera anarquía y de irregularidad de sus logias.

Mirando a la masonería desde el ángulo de lo patriótico, su historia no puede ser más triste y desgraciada. La masonería fue el arma que el extranjero introdujo en España para destruir la autoridad real y dividir a los españoles, el medio con que se eliminó y destruyó la fortaleza española, el instrumento que ingleses y franceses utilizaron desde hace siglo y medio para influir y mediatizar a nuestra nación. Todos cuantos sucesos revolucionarios se provocaron en el siglo XIX fueron dirigidos y explotados por la masonería: la emancipación de los pueblos de América, las traiciones de Riego y de Torrijos, la pérdida de las Colonias, la revuelta sangrienta de Barcelona, la proclamación de las dos Repúblicas, la revolución de Asturias en el año 34, todas cuantas desdichas en siglo y medio España vino sufriendo, y hasta la impunidad de sus autores, es obra de la traición masónica.

Si a los tiempos presentes nos ceñimos, en ella encontraremos la base de la conjura contra nuestra nación. Nuestro renacer católico y nuestra voluntad de grandeza están en pugna con el destino que la masonería había marcado a nuestra nación. No en balde religión católica y España fueron los blancos de la masonería internacional a través de todos los tiempos.

Si hemos de perseverar en nuestra fe y seguir persiguiendo nuestra independencia y nuestra grandeza, hemos de resignarnos a llevar a la masonería por algún tiempo colgada de los pies.

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